El sábado, una amiga me invitó a un pequeño restaurante con show de flamenco. Eran cuatro jóvenes (dos mujeres, dos hombres), talentosos, agradables, estudiosos (charlamos con uno de ellos y decía que hacía diez años que estaba en esto, pero que le faltaba mucho). Estaban llenos de pasión por lo que hacían y se notaba.
Hoy, fui con papá a hacer unos trámites al Anses. Estuvimos esperando como dos horas, ya que el papelerío a hacer en cada caso era infernal. Le dije a la empleada que nos atendió que cada día del Anses significaba un bosque menos. La chica fue muy eficiente y lo trató con amabilidad y simpatía. Cuando luego fuimos a comer, papá me dice con una enorme sonrisa: “¡Me robó el corazón! ¡Cómo me gusta cuando me tratan así! Después de horas sentada inundada de papeles, qué lindo que es que cuando son amables y cariñosas; hasta me dio la mano!”.
Si cada uno de nosotros hiciera su labor con esa dedicación el mundo sería otro. No sólo porque haríamos un bien a los otros (cada tarea, cualquier tarea es nuestro modo personal de servicio a los demás) sino porque nosotros mismos seríamos felices. La excusa de muchos es que no están haciendo lo que les gusta. En principio, la pasarían mejor si no tuvieran esa mala actitud. Además, ella solamente atrae más conflictos y malestares. El punto de cambio es cuando podemos aceptar y amar lo que ya es. A partir de allí, es posible transformar esa realidad al descubrir nuestros dones ocultos… ocultos tras esas fachadas de enojo, resignación, agresividad, victimización, etc., etc.
lunes, 28 de enero de 2008
Pasiones flamencas, burocráticas
Publicado por Laura Foletto en 20:51
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario