“Sabes,
todas las cosas que supuestamente “sufro” se han convertido, en realidad, en
una enorme ventaja. Hablo de raza y discapacidad. Se supone que son factores
negativos en nuestra sociedad, pero son precisamente las cosas que me han
liberado”. Esto lo expresó un artista negro, discapacitado por un
accidente.
Los
lugares en donde nos paramos para vernos son cruciales. Acostumbrados a
victimizarnos, solemos tomar nuestras “debilidades” para identificarnos.
Somos los raros, los enfermos, los sensibles, los golpeados, los alcohólicos,
los sufridos y los muchos etcéteras involucrados en raza, género, origen
social, status económico, problemas físicos, traumas infantiles, etc. Es
interesante que, como sociedad, adoremos y persigamos modelos de perfección y,
en lo interno, nos sintamos imperfectos e incorrectos.
En
general, no hemos recibido una educación a través de la cual podamos
reconocer y apreciar nuestras fortalezas, dones y cualidades, a la vez que
aceptamos nuestras debilidades, carencias y limitaciones como posibilidades de
transformación y aprendizaje. Al contrario, tendemos a ocultar y
proyectar éstas últimas, mientras damos por sentado las primeras, sin
valorarlas debidamente.
Me
pasa frecuentemente que les pregunto a los pacientes acerca de las
virtudes que poseen y se quedan mudos; no pueden nombrar más de un par de
cosas, las cuales además consideran poco estimables. Cuando les menciono
algunas, no las reconocen o les ponen objeciones. En cambio, es posible
que nombren defectos sin parar, casi con satisfacción. Parece que
siempre somos poco, menos, inadecuados. Algunos pasan de la inferioridad
interna a la superioridad externa: se muestran como los mejores, son
orgullosos, insensibles, perfeccionistas, soberbios, alardean de sus rasgos y
de sus producciones… para compensar consciente o inconscientemente lo que
sienten.
¿A
qué se debe esta extendida plaga de no valoración? A muchas razones. Además
de Niños Internos que continúan jugando su juego, quiero mencionar un factor
que atraviesa lo personal y lo social: el Poder. Según como está
instalado, el poder es una fuerza dominante, en el sentido de ser ejercido
sobre otros. Así tenemos el clásico dúo “víctima/victimario”
en sus múltiples variantes, tanto en lo familiar, lo sexual, lo político, lo social,
lo religioso, etc. A pesar de que tendemos a creer que el victimario es
el que tiene el poder, generalmente esta relación esconde un reparto
inconsciente del mismo y/o una necesidad mutua: no hay uno sin otro.
¿Por
qué es posible esta relación? Porque ambos desconocen el propio poder,
el que tienen por derecho natural, el que es esencial a su ser. Esos
juegos en los que nos involucramos delatan la falta de poder interno o, mejor
dicho, la falta de reconocimiento del mismo. Cuando sabemos quiénes
somos, cuando podemos apreciar nuestras cualidades y trabajar en nuestras
carencias, cuando aceptamos que tenemos el poder de ser y hacer, de elegir y de
crear, nos paramos en el verdadero lugar.
¿Cuál
es el juego que reemplaza al del Poder? El del Amor, el del Poder del Amor. Esta semana, un
paciente que tiene muy poca autoestima, producto de un padre omnipresente y
autoritario, me discutía constantemente. Le hice notar que me estaba
poniendo en lugar del padre, que estaba suponiendo que debía rechazarme y
pelearme para ser él, porque creía que yo lo avasallaría con mis ideas (como lo
hizo su padre). Le dije: “yo no estoy en tu contra, estoy a tu
favor. Yo no quiero que pienses como yo, sino que aprendas a pensar por
ti mismo. Yo no quiero tener poder sobre ti, sino que tú encuentres tu
propio poder. Yo no estoy sobre ti, estoy contigo”.