No creemos en ellos. En la teoría, nos conmovemos. En la realidad, dejamos surgir los monstruos oscuros que prometen victoria. Pero… son promesas vanas. Así estamos. Notoriamente evolucionados materialmente, con algunas “batallas” ganadas en lo social, pero, en el fondo, usando los viejos métodos de resolución de conflictos que nos sumergen en el vacío, el sufrimiento, los miedos, la separatividad.
Es notable cómo las mismas organizaciones que dicen buscar la concordia se proclaman en discordia: “luchar por la paz” es una contradicción absurda. “Defender a las víctimas” es sumirlas en lo mismo. “Ganarle a la enfermedad” es no comprender la dinámica cuerpomente. El lenguaje está teñido de toda clase de expresiones combativas: ser un guerrero, luchar la vida, tener armas para defenderse frente a los obstáculos, estar fogueado, poner el pecho a las balas; referirse al otro como enemigo, como adversario. Y así salimos, como soldados inexpertos cada mañana…
Como un diamante que más refulge cuantas más facetas tiene, más potentes somos cuantas más facetas podemos reconocer, aceptar y atravesar. La oscuridad es una forma de alcanzar la luz. Cuando la traspasamos, siempre encontramos luminosidad del otro lado. Quienes no lo hacen y temen a sus sombras, no tienen la fuerza necesaria para el amor.
Como conté en un anterior Boletín, cuando pensé en un nombre para el sitio, me detuve mucho en lo que quería comunicar y compartir. Surgió este paradigma nítidamente en mis observaciones. ¿Cómo superarlo? Abrazando la vida en lugar de luchándola.
Hemos vivido en el polo masculino: la conquista. ¿Podremos generar una energía tan grande como esa incluyendo lo femenino, integrando? ¿Encontraremos ese fantástico poder de transformación? La respuesta está en el Amor. Y comienza en ti.