Hace años, ella
vive en un departamento con alquiler mínimo y en un lugar que ama; dice que
quiere estar en pareja pero tiene sus dudas (sus padres han tenido una relación
malísima siempre). Conoce a alguien de una ciudad cercana, se ponen de
novios, él insiste con ir a vivir juntos. Ella pone sus barreras pero
termina cediendo. Cuando falta poco, descubre que él la ha engañado un
par de veces con alguien y rompe la relación. La infidelidad ha sido
funcional a sus temores.
El término
“funcional” tiene relación con lo que sirve a determinado propósito. En términos psicológicos, algunas
situaciones o personas lo son con respecto a los conflictos, miedos y
resistencias que albergamos, generalmente de manera inconciente. Nos
valemos de ellas para no hacer frente a lo que nos cuesta y las usamos de
excusas.
A veces, actitudes
internas también lo son. Una paciente se queja de que no asciende en su
trabajo y le echa la culpa a que “hay algo malo en ella”, a que no es
suficiente o que le falta algo (que supuestamente los demás sí tienen).
Lo repite frecuentemente, como una condena que arrastra sin solución.
Explorando, resulta que el problema reside en que es tan exigente consigo misma
que cree que tiene que saber todo o hacer todo a la perfección casi por ósmosis,
sin pasar por el aprendizaje o sin equivocarse si lo hace, lo cual la paraliza
y estanca. Es una idea que ha tomado de niña, relacionada con la
ilusión de que si es perfecta los demás no la rechazarán, la reconocerán y
amarán sin condiciones. Obviamente, eso no resiste un análisis adulto
pero es un concepto tan enquistado inconcientemente que no se revela hasta que
surge en terapia. Su concepción de insuficiencia ha sido funcional a
su miedo a conocerse y crecer. Ahora, puede trabajar en su confianza
interior, en reconocer la necesidad del proceso de aprendizaje (y de los
errores que seguramente cometerá), en la aceptación de los aspectos oscuros que
tiene y en que no existe la perfección sino una imperfecta aproximación a la
plenitud y la maravilla de Ser.
Todos lidiamos
con lo que nos es funcional a nuestras resistencias a evolucionar. Puede ser una pareja que nos limita;
un jefe que nos rebaja; un status social que nos disminuye; unos padres que nos
maltrataron; una equivocación que nos degrada; un país que no da posibilidades;
una enfermedad que nos restringe. Cualquier cosa es funcional para
echarle la culpa y quedarnos en una situación que nos resulta cómoda y
conocida.
En el otro
extremo, algunos no pueden parar de hacer y cambiar. La sociedad premia a quienes están
constantemente en movimiento y transformación. También sufren de
sobreexigencia y falta de autoestima pero no se nota porque siempre están
logrando metas y persiguiendo otras. Parece ser que nadie está feliz
con ser quien es ni con lo que hace y tiene. Es necesario más.
Los imperativos sociales son funcionales a la insatisfacción interior.
¿Cuál es el
punto intermedio entre vacua conformidad e inútil aceleración? Una centración personal que acepta
las cualidades y aprende de los desafíos, reinterpretando el pasado, disfrutando
el presente y confiando en el futuro. Con una espiritualidad arraigada en
la vida cotidiana, sabiendo leer los signos del tiempo que vivimos.
Reconociendo las trampas de lo funcional y trabajando en lo que es propio,
auténtico, original. No podemos ser otra cosa que lo que somos y ello
es precioso, íntegro y esencial. En este año que finaliza, liberemos
lo que nos impide reconocernos como seres humanos divinos. ¡Lo merecemos!