martes, 27 de septiembre de 2016

La mala costumbre de pensar... demasiado...

¡Qué vendaval!  ¡Y qué olas!  La Energía está arrasando con lo que ya no sirve y todos estamos golpeados, frustrados, perdidos, tratando de aferrarnos a cualquier cosa que parezca segura… inútilmente…  El cuerpo está somatizando: contracturas, mareos, alergias, tensiones, accidentes, enfermedades, cada uno tiene su punto débil, y molesta, duele, enoja.  La mente está trabajando sin descanso buscando explicaciones, justificaciones, planes B, adaptaciones, y resulta insuficiente e ineficiente.

En medio de oleadas cada vez más fuertes, queremos volver a usar las estrategias que nos sirvieron en el pasado pero ahora no funcionan, porque en realidad fueron manotazos de ahogado que cumplieron pobremente su propósito en su momento.  Puede que el paisaje sea el mismo o que se haya transformado drásticamente en los últimos tiempos, con distintas pérdidas y cambios, pero lo que todavía subsiste es la desilusión, la duda, la victimización.

¿Qué hicimos mal?  ¿Por qué no tenemos el resultado que previmos?  O habiéndolo obtenido, ¿por qué no nos sentimos lo felices que creíamos?  ¿Esforzarnos más todavía lo conseguirá?  ¿O mejor nos dedicamos a tapar todo consumiendo, viajando, divirtiéndonos?  ¿No será que ya no hay salida, que la inseguridad, la guerra, la pobreza nos arrasará?

Empujado por pensamientos y hechos movilizadores, el Ego recurre a la mente para encontrar estabilidad y calma y encuentra exactamente lo contrario: un torbellino de ideas interminables e inacabadas que se contraponen y generan más miedo.  ¿Y si la respuesta no estuviera allí?  ¿Y si finalmente entendiéramos que jamás estuvo allí y que no se trata de pensar más sino menos?  ¿Y si la mente aprendiera a dejarse llevar?


 
Esa es la solución final, pero el mero hecho de considerarlo ya es extraño, por lo que llevarlo a lo cotidiano parece en el orden de lo imposible.  ¿Es tan difícil?  En principio, rotularlo así lo hace más arduo por lo que sería mejor tomarlo como un juego, como una oportunidad de facilitarte la vida en medio de tantas complicaciones.  Imagina que siempre fuiste a buscar algo cada vez que se te ocurría, preocupado porque no hubiera, temeroso de que te pasara algo en el camino, aprensivo de que lo merecieras, inseguro de que pudieras pagar el nuevo precio y de a poco aprendieras a confiar en que eso vendrá a ti cuándo y cómo lo necesites…  ¡qué cambio!

¿Y cómo se logra semejante portento?  Viviendo en el aquí y ahora, dándote cuenta de que lo que sucede es lo apropiado, que fundiéndote con la experiencia encontrarás las respuestas que la mente no puede darte, porque se adelanta, memoriza, empuja, dramatiza, rumia, atemoriza.  En ese constante luchar contra la realidad, con lo que es, te agotas y te pierdes.  Si atraes lo que eres, según tu energía, ¿qué otra cosa habría sino lo que hay?  Negarlo y batallar no lo cambia.  Si no te gusta, pregúntate qué podrías transformar internamente para atraer otra cosa, pero…  no te olvides de los condicionamientos familiares, sociales y religiosos. 


Quizás, lo que te parece tan malo o tan poco o tanto (de lo que sea) no son más que idealizaciones que compraste de los demás o que te exigiste para sobrecompensar lo que creías que te faltaba.  Nada te falta.  Eres y tienes todo lo que necesitas para ser feliz.  Dale vacaciones a tu mente, comprende que solo sirve para reflexionar, darte cuenta, comunicarte, saber (no lo verdaderamente importante).  Respira, exhala la confusión, inhala todas las partes que has proyectado afuera, que consideras negativas o insuficientes, dales espacio dentro de ti.  Eres completo e íntegro.  Siente tu cuerpo, es tu amigo y tu guía.  Ábrete al instinto, a la intuición, a las emociones, a los sonidos internos, a la conexión.  Percibe tu entorno como amable, como proveedor de las vivencias que necesitas para aprender, para evolucionar, para experimentar el milagro de que cuerpo y alma se fundan.  En esto estamos…  ¡Es tan maravilloso!  ¡Es único!  Vale el vendaval y las olas.  Este instante lo contiene.

jueves, 22 de septiembre de 2016

La insoportable presión por la carrera de vivir

Un niño nace y, a los pocos meses, está en una guardería, luego en un jardín de infantes, una primaria, una secundaria, una universidad, un trabajo: una vida entera de horarios y exigencias.  Creemos que hemos escapado de la esclavitud pero parece que ha tomado nuevos ropajes…

¿Lo vemos en detalle?  Desde que llegan, los niños están “estimulados” para aprender cada vez más rápido y adaptarse a su entorno éxitosamente, con juegos, prácticas, aparatos (que actúan como chupetes electrónicos), etc.  A medida que avanzan en su educación (que debe ser en los mejores colegios, para tener mejores oportunidades en el futuro), hacen actividades adicionales porque, como son como esponjas, tienen que absorber todo lo posible.  Está de más decir que las ofertas de publicidad para consumo de la sociedad capitalista comienza en el nacimiento y termina en la muerte: es omnipresente.

La pubertad y la adolescencia, períodos difíciles si los hay, están perturbados no solo por la normal crisis del crecimiento sino también por conductas de falsa adultez como el sexo temprano, el alcohol, las drogas, los comportamientos riesgosos, la falta de límite y el amiguismo de los padres y otros etcéteras que los complican más.

En los trabajos, a medida que pasa el tiempo, se van duplicando las exigencias de estudios, labores, horas, obligaciones extras, rendimiento, hasta el punto que ciertos puestos parecen fusibles, en los que se quema al empleado para luego reemplazarlo por uno nuevo.

La mujer, “ganadora” de nuevos espacios, no solo debe ser perfecta esposa, amante y madre, también debe ser perfecta trabajadora y perfecta mujer (hermosa, delgada, con estilo, con intereses propios, cuidadora de padres ancianos, pilar de la comunidad).  ¿Algo más?

No se salvan los adultos mayores porque ahora tienen que ser jóvenes hasta la muerte, nadie quiere parecer de su edad y la famosa sabiduría, armonía y calma de la vejez (¡palabra horrorosa!) es un asunto del pasado justamente.



Obviamente, en estos años hemos avanzado en muchísimas cosas y no las descarto ni las minimizo.  Solo quiero ayudarte a reflexionar sobre esta vorágine de “deber ser, hacer, tener y parecer” que se intensifica en cada generación con una presión insoportable y abusiva.  Parafraseando a “Sexto sentido”: veo gente muerta corriendo de un lado a otro, con la sonrisa pintada en la cara, el cuerpo agotado y el corazón vacío. 

Es difícil evaluar los condicionamientos de la sociedad porque estamos inmersos en ellos y forman tan parte de nuestras vidas que los consideramos normales, pero en algún momento es necesario detenernos y apreciar: ¿en qué estamos involucrados?, ¿es verdaderamente lo que deseamos?, ¿tenemos tiempo para nosotros?, ¿vale la pena tanta lucha para lo que estamos obteniendo?; si la excusa son los hijos, ¿ese es el mundo que queremos para ellos?, ¿son felices?, ¿valorarán tanto esfuerzo o querrán otro trayecto finalmente?

¿Adónde nos conduce tanto movimiento?  Con los ojos en la meta, nos perdemos del camino y, cuando llegamos (si llegamos, porque el objetivo siempre se corre), puede que nos demos cuenta de que nos perdimos también a nosotros mismos.  Esta es una carrera del Ego y de los viejos tiempos que se niegan a dejar el control.  En medio de un despertar de la espiritualidad en una nueva Energía, la ilusión de materialidad se hace más poderosa y quiere su tributo. 


Quizás, estés pasando por un período de limpieza en todo sentido, de replanteos profundos, de crisis existencial, en que anhelas una conexión real y verdadera, en que necesitas escucharte, en que la interioridad te reclama.  Hazte caso.  Tu Ser te está llamando, visionando un nuevo mundo.  Es tan absolutamente personal, original, auténtico que nada del afuera puede reemplazarlo.  Baja la velocidad, entrena la conciencia, no te exijas, aprecia el panorama total de tu vida.  Eres lo que estás buscando.

viernes, 16 de septiembre de 2016

La inagotable susceptibilidad del Ego

Cuando era joven, una mirada o un tono desaprobatorio me podían arruinar el día.  Si un grupo se reía a mi espalda, creía que era por mí.  Cuando no me invitaban a algún lado, era porque yo era mala o no me lo merecía.  Tenía que ser perfecta para que me quisieran.  Está de más decir que la mayoría de todo esto estaba en mi imaginación, mejor dicho en la imaginación de mi Ego.

La susceptibilidad del Ego es infinita porque, por definición, es incompleto, imperfecto, en construcción y, por lo tanto, inseguro, desconfiado, en búsqueda de aprobación y reconocimiento.  Por eso, cualquier agravio, cierto o fantaseado, es considerado un ataque y respondido con una defensa y/o una huida.  Requiere una gran dosis de consciencia y valor comprender esto.

Generalmente, nos identificamos con el Ego y lo protegemos a capa y espada, sin darnos cuenta de que estamos defendiendo lo que más daño nos hace.  Creemos que los demás nos quieren perjudicar (son solo espejos) pero, en realidad, somos nosotros mismos los que nos lastimamos una y otra vez, prisioneros de pautas infantiles.

Una paciente me contaba que una compañera de trabajo, en una pausa de café en grupo, había hecho un comentario insultante (según ella) de una de sus actitudes habituales (es malhumorada) y había querido responderle con saña (como había hecho antes) pero, esta vez, había decidido callarse e irse.  Todavía estaba un poco enojada  y no entendía muy bien la razón por la que se había retirado.  Le pregunté: “¿Por qué supones que todos te atacan, que la gente está en tu contra?”.  Se quedó pensando y me dijo: “No sé si esto es cierto, es lo que yo creo (de creer y de crear, agrego yo).  En el fondo, soy insegura, creo que no sirvo, que no puedo un montón de cosas, así que, cuando me hacen notar algo negativo de mí, ataco.  Y después le sigo dando vueltas al asunto en mi cabeza, recriminándome porque se dieron cuenta de mi debilidad.  Es un círculo vicioso.”

“¿Y por qué no respondiste esta vez?”.  “Me estoy dando cuenta de que vivo defendiendo lo peor de mí, gastando energía en sostener una imagen que en verdad no me gusta, que así no crezco.  Ahora que digo esto, me viene un recuerdo de la escuela en el que hacía lo mismo.  Me la paso tratando de ocultar lo “malo” y así lo hago más grande, no termina nunca.  El otro día, cuando me fui sin contestar, después me sentí mejor conmigo, como que me había fortalecido.  Lucho para no mostrarme vulnerable y, sin embargo, eso justamente es lo mejor de mí.  ¡Ah, el Ego!  Si se pudiera destruir…”.  “Error, le contesté, el Ego se sana, no se elimina”.



El Ego es un instrumento, es una fase que nos permite la conexión con el Ser, teniendo un nombre, una personalidad, ciertos roles, determinados aprendizajes.  Cada vez que afrontamos las “debilidades”, que encontramos sus enseñanzas y las ayudamos a crecer, potenciamos ese magnífico diseño original que traemos.  Una de las cosas interesantes de Diseño Humano es que afirma que el Ego es un Centro que motoriza la fuerza de voluntad, la autoestima, el valor, la supervivencia… y que solamente un 30% de la humanidad lo tiene Definido.  Esto quiere decir que el otro 70% está sujeto a toda clase de condicionamientos al respecto y que está aprendiendo sobre estos temas.  Viendo cómo estamos, es bastante cierto…


En una sociedad manejada por Egos enfermos, infantiles, inseguros, que aspiran a Tener para Ser, que venden Perfección para Parecer y Materialismo para Pertenecer, nos quedamos en la superficie, nos debilitamos al esconder en lugar de aceptar para evolucionar.  Todos traemos un maravilloso potencial de recursos y aprendizajes, del que generalmente somos inconscientes.  Conocernos y actuar de acuerdo a esa matriz, lo hace más sencillo y pleno.  Nadie es perfecto, nadie tiene todo solucionado, nadie lo sabe todo ni lo puede todo y, sin embargo, en esa imperfecta incompletitud, somos todo, somos una Unidad.  Las paradojas de la Verdad…

martes, 6 de septiembre de 2016

Aceptar la decepción y la tristeza... Aceptarnos...

En medio de tantas potentes efusiones de energía, muchos sueños han caído y muchas ilusiones se han desvanecido.  El panorama que podríamos haber previsto hace años no es el que se presenta.  Planificamos, creímos, visualizamos, trabajamos, hicimos todo para que se concrete pero no sucedió… y duele intensamente…

Una relación de amigos, un matrimonio, un puesto ansiado, un emprendimiento, una muerte repentina, una promesa, un viaje soñado, un proyecto largamente elaborado, una situación de vida imaginada, un estado idealizado, el fin de una etapa, cualquier cosa pequeña o enorme en la que hemos puesto lo mejor y lo peor de nosotros (todo nos constituye) se viene abajo.  Puede caer como un rayo o irse mostrando poco a poco, mientras forcejeamos por detenerlo sin resultado, pero la realidad es esta, esto es lo que hay.

En una sociedad que niega la muerte, cuesta hacer el duelo.  Tenemos que estar bien, seguir adelante, mostrarnos positivos, decir palabras sabias y puede que lo consigamos, que sepultemos la tristeza, la frustración, el desencanto, el dolor, en el fondo de la mente y el corazón por poco o mucho tiempo, pero en algún momento surgirá, imparable y formidable como un geiser, como un terremoto.

¿Cómo afrontarlo, cómo transitarlo?  Los demás, que se ven reflejados en la decepción y el sufrimiento, tratarán de levantarnos y hacer como si nada sucediera (o se alejarán porque no lo soportan).  Pero no hay nada de malo en ello.  ¿Por qué debemos estar bien todo el tiempo, por qué esta necesidad de sonreír constantemente, de mostrar una máscara de éxito y superación?   Hace mucho, un director de cine europeo contó que su productor norteamericano, cuando se saludaban y él le preguntaba cómo estaba, siempre le respondía: “¡¡súper bien, maravillosamente!!”, seguido de una sonora risa.  Este director, que había pasado por muchos avatares y que vivía en una zona que había sobrevivido a tantas cosas, se mostraba sorprendido e intrigado: “¿Es que jamás le pasa algo, que nada lo afecta?”.  Parece que hemos seguido la escuela norteamericana…

El fracaso puede ser un gran maestro.  Es más, puede bajarnos del Ego de un plumazo y acercarnos a la profundidad e integridad del Ser.  La melancolía y la tristeza pueden ser el caldo de cultivo de una creatividad desconocida para nosotros.  La decepción y la desilusión pueden volvernos humildes y compasivos y abrirnos nuevas puertas.  No se trata de vivir en el sufrimiento sino de aceptar que nos sucederá en algún momento y que podemos atravesarlo sin huir, sin llenarnos de pastillas, sin enmascararnos, sin desensibilizarnos, sin destruirnos.

La palabra es “aceptación”.  La confundimos con resignación, sometimiento, renunciación o conformismo pero verdaderamente se trata de dejar de luchar y pelearnos con nosotros mismos. 


 Como dijo Osho: “En el momento en que te aceptas como eres, te abres, te haces vulnerable, receptivo. En el momento en que te aceptas a ti mismo ya no hay necesidad de un futuro, porque no hay necesidad de mejorar nada. Entonces todo es bueno tal y como es. La vida empieza a adquirir un nuevo color, surge una música nueva con esa experiencia. Aceptarte a ti mismo equivale a empezar a aceptarlo todo. Si te rechazas, prácticamente rechazas el universo, la existencia. Si te aceptas, también aceptas la existencia y lo único que tienes que hacer es disfrutar. No queda ninguna queja, ningún resentimiento; te sientes agradecido. Entonces la vida es buena y también la muerte, la alegría es buena y también la tristeza, como lo es estar con la persona amada y estar a solas. Entonces, ocurra lo que ocurra es bueno, porque surge del todo. Pero llevamos siglos enteros condicionados para no aceptarnos a nosotros mismos. El hombre que despierta es el que se libra de la trampa de la sociedad, el que comprende que es un absurdo. No puedes mejorar. Y recuerda que no quiero decir que no se produzcan mejoras, sino que no puedes mejorarte a ti mismo. Cuando dejas de mejorarte a ti mismo, la vida te mejora. Al relajarte, al aceptarte, la vida empieza a acariciarte, a fluir dentro de ti. Acéptate como eres: eso es rezar. Acéptate como eres: eso es gratitud. Relájate en tu ser; así es como Dios quería que fueses. No te quería de ninguna otra manera, porque si no, te habría hecho otra persona. Te ha hecho tú y no otra persona. Intentar mejorarte equivale prácticamente a intentar mejorar a Dios, una estupidez que solo te llevará a enloquecer cada día más. No llegarás a ninguna parte y habrás perdido una gran oportunidad. Esto es lo que todo el mundo piensa en el fondo: «No tengo nada.» ¿Qué es lo que no tienes? Pero claro, nadie te ha dicho que tienes toda la belleza de todas las flores, porque el ser humano es la flor más grandiosa de la tierra, el ser más evolucionado. Pero sigues preguntando: «¿Qué tengo yo que ofrecer en el amor?». Debes de haber llevado una vida de autocensura, cargándote de culpa. En realidad, cuando alguien te ama, no te lo puedes creer.  «¿Cómo? ¿A mí? ¿Que alguien me quiere a mí?». Y surge la idea en tu mente: «Porque no me conoce, es por eso. Si llega a conocerme, si llega a ver cómo soy, no me querrá.» Por eso empiezan los amantes a ocultarse cosas. Se guardan muchas cosas para sí, no revelan sus secretos porque tienen miedo de que, en el momento en que abran su corazón, desaparecerá el amor, porque si no pueden amarse a sí mismos, ¿cómo concebir que los quiera otra persona? Acéptate, ámate, porque eres una creación de Dios. Llevas impresa la firma de Dios, y eres especial, único.”