viernes, 27 de febrero de 2015

Preguntas esenciales


lunes, 23 de febrero de 2015

¿Dejas de bailar el tango del sufrimiento? Danza en la Luz

“Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y, al fin, andar sin pensamientos.
Perfume de naranjo en flor,
promesas vanas de un amor
que se escaparon con el viento.
Después, ¿qué importa del después?
Toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado.
¡Eterna y vieja juventud,
que me ha dejado acobardado
como un pájaro sin luz!”
Comienza  bien y termina mal.  “Naranjo en flor” hace un poético resumen de cómo el sufrimiento puede truncar una vida, si no se aprende de él.
En la polaridad placer/sufrimiento, tendemos a aferrarnos al primero y huir del segundo.  Sin embargo, lo más probable es que terminemos enganchados de éste porque la cultura ha privilegiado la lucha y el esfuerzo para obtener metas y para aprender.  Sin darnos cuenta, valoramos más a alguien que ha pasado por toda clase de vicisitudes terribles, aunque quizás lo único que sabe es lidiar con problemas sin salir de ellos: “Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Sabe que la lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina”.  ¡Basta de tangos!
Sí, es hora de dejarnos de tangos.  Sin dudas, el sufrimiento tiene una finalidad.  Sería superfluo negarlo, ya que, a través de él, adquirimos profundidad y comprensión.  Cada vez que navegamos superficialmente las olas de la vida, carentes de responsabilidad y sentido, es inevitable que nos hundiremos y el sufrimiento nos ayudará a encontrar las insondables corrientes de entendimiento de lo que la Vida es.
También, alcanzamos humildad y compasión.  Motivados por el orgullo y la soberbia de creernos omnipotentes, el sufrimiento nos baja de la nube y nos arraiga a nuestra naturaleza humana, para conectarnos con lo divino desde la co-creación.
danza nubes

Todos los defectos del Ego son golpeados por el sufrimiento.  Todas las resistencias del Ego para dejar su control son ineludiblemente seguidas de golpes de sufrimiento.  Es interesante que, en lugar de comprender que el sufrimiento es la consecuencia de este accionar, pensemos que es la causa.  Creemos que el sufrimiento nos hará mejores, pero en realidad sólo nos devastará si no entendemos que está indicando el camino hacia la confianza y la entrega.
Si alguien nos lastima el orgullo al ponernos el dedo en la llaga, nos está mostrando un lugar de falta de merecimiento, necesario para que lo sanemos y reconozcamos nuestro valor.  Si, subidos al caballo, vamos más allá de nuestras posibilidades y herimos a los demás, la caída nos sirve para enmendar errores y retomar desde mejores lugares.
El sufrimiento corroe las defensas del Ego y lo pone en su lugar.  El problema radica en la idea de que es inevitable y necesario.   En cierto sentido lo es… hasta que no lo es…  Llega un momento en que comprendemos que tenemos un recurso superior: la conciencia.  Cuando sentimos los primeros escozores del dolor, ya podemos darnos cuenta de que allí hay una oportunidad de expandirnos, de dejar atrás situaciones limitantes, de liberar actitudes carentes, de confiar en nuestro potencial, de entregarnos a la guía de nuestra Alma.  Al abandonar el sufrimiento como mentor, encontramos la luz de la conciencia como faro en nuestro camino creativo.

viernes, 20 de febrero de 2015

¿Te planteaste qué estilo de vida quieres o simplemente trabajas?

Cuando terminé la secundaria, no sabía que estudiar. Todo me gustaba, pero nada lo suficiente.  Tenía que trabajar, así que me decidí por inglés, taquigrafía y máquina de escribir (¿se puede ser más antigua??).  Quería estar en una gran empresa.  Me contrató una multinacional.  A los cinco años, se me agotó el interés.  Deseaba algo creativo.  Estuve en una agencia de publicidad.  Se me ocurrió algo más divertido.  Terminé en un instituto que organizaba eventos.  Me harté de tener problemas con la autoridad; quería ser independiente, sin horarios, sin jefes, que lo que ganara derivara de mí.  Fui vendedora de intangibles muchos años, mientras estudiaba múltiples cosas.  Tuve una enorme crisis acerca del trabajo y descubrí que quería hacer lo que estoy haciendo.  Me propuse adónde, cómo, con quiénes y cuánto.  Y lo voy renovando cada tanto. 

¿Por qué cuento esto?  Porque me doy cuenta de que a la mayoría de las personas no se les ocurre preguntarse qué clase de vida quieren vivir.  Muchos creen que es suficiente con elegir una profesión y que todo lo demás vendrá solo.  Casi nunca lo es. 

En principio, la selección está influida por distintos motivos.  Algunas veces por la vocación, pero, aun así, por la utilidad económica, el status, el prestigio, la tradición familiar, la inercia, las oportunidades, lo que propone el mercado, lo que hay, etc.

Generalmente, esa decisión no está previamente informada acerca de cómo se desarrolla ese empleo y, luego, por la forma individual en que uno desea abordarlo.  Así, alguien puede encontrarse trabajando doce horas por día, ganando poco y sintiéndose frustrado, porque nunca se planteó lo fundamental: eligió una actividad en lugar de un estilo de vida.

Una consultante me decía que quería cambiar de trabajo y que una posibilidad era algo que le gustaba como hobby.  Cuando comencé a esbozarle lo que ello significaba en cuanto a formación, tiempo, disponibilidad, lo que ganaría, lo que tendría que hacer para conseguir clientes, se sorprendió.  No quería vivir así, ni tenía el temperamento para ello.  Otra quería hacer cambios dentro de su actual trabajo, pero no pensaba en las horas que invertiría ni en la clase de personas con quienes se relacionaría ni en el potencial interno que deseaba desarrollar.

Terminamos prisioneros de las no-decisiones fundamentales.  La sociedad nos vende los espejitos de colores que le conviene y los perseguimos, dejando jirones de nosotros mismos en el camino.  Al final, ni nos reconocemos en lo que nos hemos convertido.  La pregunta esencial es: ¿quién soy y cómo quiero vivir?



Esto tiene otros interrogantes adicionales:

-      ¿Cómo es mi día?
-      ¿Con qué clase de personas estoy?
-      ¿Cómo me tratan, me reconocen, me incentivan?
-      ¿En qué ambiente me desenvuelvo?
-      ¿Cuántas horas le dedico?
-      ¿Cuánto gano?
-      ¿Cuánto tiempo viajo para ir y volver?
-      ¿Qué cualidades y recursos que ya poseo perfecciono?
-      ¿Qué quiero aprender? 
-      ¿Qué partes de mi personalidad deseo profundizar y desplegar (ser más confiado, más disciplinado, más relajado, más sociable, más creativo, etc.).
-      ¿Es para siempre (¿existe el para siempre hoy?) o por un tiempo o mientras descubro otras oportunidades?
-      ¿Mi capital depende de mi trabajo o además de otras posibilidades (inversiones, ahorro, otras actividades paralelas, etc.)?

Este tipo de preguntas también son pertinentes acerca de una pareja.  No es “contigo, pan y cebolla”.  Sentarse a charlar con el otro acerca de lo que cada uno desea en la vida de relación es prioritario. 


Cuando definimos cómo queremos vivir, eso constituye el Norte, el foco adonde contrastamos todo lo demás: ¿esto está en consonancia con nuestra meta?  Si lo está, adelante.  Si no, lo dejamos.  Implica actitudes, personas, situaciones, lugares.  Si queremos vivir felices, ¿estamos en la posición adecuada?  Y no se trata de huir de desafíos personales de crecimiento ni de superficialidades.  Se trata de ser íntegros con nuestra esencia.  Siempre es posible lograrlo.  La Nueva Energía guía, apoya y sustenta lo que hagamos al respecto, porque estamos liberando nuestra conexión con nuestra Alma, con la Luz que brilla fulgurante en nuestro corazón.

jueves, 12 de febrero de 2015

Fanática de las Series

Como los jóvenes, me acostumbré a atiborrarme de temporadas enteras de series, siguiendo historias y encantándome de las complejidades del ser humano.  El cine ha perdido mucho del encanto que me fascinaba en otras épocas y creo que esa creatividad e innovación han pasado a la televisión.  No me gusta ver en la computadora y, como tampoco me gusta bajar de internet (tara que se me pasará en algún momento), tiendo a ver en Netflix.

breaking_bad_wallpaper

Me gustan los thrillers, las series de suspenso sagaces, los estudios psicológicos complejos dentro de estructuras de acción.  Adoré Breaking Bad; me costó noches de sueño porque no podía dejar de ver un capítulo tras otro y la extrañé cuando terminó.  Después, me enganché con The Killing o The Fall, también oscuras en su planteo.  También, he seguido Madmen y House of Cards o algunas más livianas como Suits o Scandal.   En cable, HBO sigue siendo mi canal principal, con The Game of Thrones, Master of Sex, True Detective, Penny Dreadful, etc.   ¡Ah, y las inglesas!  Downton Abbey, entre las de época, y todas las de detectives (Morse y sus secuelas Lewis y Endeavour, por ejemplo).
No quiero dar la falsa impresión de que no me río.   Las sitcoms siguen siendo mis programas favoritos, porque amo sonreír inteligentemente: The Big Bang Theory, Modern Family, The Office, Two and a Half Men.  ¿Qué te gusta ver?

miércoles, 11 de febrero de 2015

lunes, 9 de febrero de 2015

¿Te duele tu pasado como si sucediera hoy? ¡Libérate!

Una consultante me contaba un encuentro con su padre, en el cual él le había contado algunas circunstancias de su infancia con sus abuelos.  Además de aclararle ciertos comportamientos propios (mandatos que se pasan de generación en generación), le llamó la atención la forma en que su padre “revivía” los hechos, tan visceralmente, como si los estuviera pasando ahora.

Otra consultante, que volvía de pasar unos días con su familia, refería algo parecido: le extrañaba que sus hermanos siguieran aferrados a comportamientos de la niñez y tuvieran reacciones tan exaltadas por cuestiones que ella ya había dejado atrás.

Los asuntos infantiles (que son el núcleo de nuestra personalidad y de nuestros aprendizajes en cada encarnación) no se superan con los años.  Es una falacia que el tiempo, por sí mismo, cura todo.  Si no hemos logrado elaborarlos, los traumas continuarán vivos por el resto de nuestras vidas.  Tendremos ochenta años y seguiremos actuando emocionalmente como de cinco.

En términos generales, los adultos mayores han vivido con las consignas de su propio tiempo e indagar en sus problemas internos no ha sido una prioridad, ni siquiera algo a considerar.  Como me decía mi madre: “piensas demasiado”. 

Lo común era que uno continuara con las tradiciones familiares, no sólo en cuanto a trabajos o propiedades, sino también a formas de pensar, de sentir, de actuar, de educar, etc.  Nadie se preguntaba si eso era correcto o no, si servía o no: era así.  Como mucho, uno se quejaba o se rebelaba, pero no se cambiaba esencialmente.

A partir del psicoanálisis y del fuerte progreso tecnológico, las nuevas generaciones comenzaron a indagar en sus orígenes para hallar esos conflictos que les impedían ser ellos mismos y tener sus propias metas.





Un escollo habitual que se presenta es que tenemos “lealtad familiar”.  Educados en la culpa, sentimos que no podemos ser mejores que nuestros ancestros.  Presos de una falsa fidelidad, nos boicoteamos para no superar sus mandatos, tanto sea económicos (“somos pobres, pero honrados”) o educativos (“somos universitarios, lo demás no está a la altura”), o emocionales (“nosotros no lloramos”), por ejemplo.

La falta de conciencia de estas pautas hace que las continuemos, aunque lógicamente sepamos que no nos sirven.  Aquí es donde se nota esta dualidad entre una parte adulta (racional) que desea mejores modelos para vivir y otra parte infantil (emocional) que está atada a lo familiar.  A veces, nos damos cuenta de esta dinámica, pero no sabemos cómo liberarnos, sin pelearnos.  Buscar ayuda es la clave entonces.

Nos cuesta pensar que nuestra infancia puede tener tanto poder.  Seguimos adelante, tapando el sufrimiento, creyendo que el tiempo sanará las heridas, considerando que ya somos grandes y que las dominamos.  Hay dos indicios para saber si realmente es así.  Uno es que podemos hablar del pasado o de circunstancias difíciles sin cerrarnos ni caer en emociones insuperables. Sus enseñanzas han sido incorporadas  y hay una actitud de paz y confianza al respecto.  El otro es que hemos logrado lo que nos hemos propuesto y lo compartimos alegre y abundantemente.


Los demás son espejos en donde nos podemos observar.  Nuestra familia provee las condiciones para los aprendizajes que vinimos a hacer.  Como comenté en otro Boletín, es tiempo de asimilarlos, soltarlos y crear las condiciones personales en las que queremos vivir en un nuevo mundo.  Está en nuestras manos.

lunes, 2 de febrero de 2015

¿Te estás distanciando de tu familia y surgen nuevos modelos?

Últimamente, estoy observando un cambio en las relaciones familiares.  Muchos pacientes y conocidos me relatan, bastante extrañados, que ya no se sienten cercanos a sus familias, que se alejan (generalmente sin peleas, aunque a veces existen) y que están más a gusto con amigos o con conocidos recientes, incluso con parejas nuevas que están más acordes con actitudes que están germinando dentro de ellos.

Yo misma he pasado por esto hace tiempo y también sentía una cierta confusión.  Intuía que tenía que ver con el nuevo paradigma que estamos atravesando y no con  desamor o asuntos generacionales.  Tanto los jóvenes como los adultos que han transformado su visión tienen una forma de pensar casi opuesta a lo que la sociedad pregona, pero me parecía que no se trataba de esto sino de algo más importante.

Hasta ahora, hemos basado nuestras familias y consecuentes aprendizajes en el karma.  A lo largo de decenas de encarnaciones, estos lazos han terminado constituyendo una pesada cadena, ya que muchos están fundados en daños mutuos, contratos y obligaciones, que terminan reteniendo la esencia luminosa del alma.

Muchos pensamos (quizás desde niños) que no pertenecemos a nuestras familias o ellas nos acusaron de malos o extraños.  En realidad, vinimos a soltar las cargas kármicas y a reconectar con nuestra misión del Alma.  Es complicado ser pioneros de una nueva forma de evolución, pero es tiempo de asumir la tarea.  Es difícil, porque la lealtad que nos han inculcado y los traumas infantiles que arrastramos nos hace sentir culpables de estas sensaciones cada vez más crecientes y profundas.

La trampa habitual en que caemos es creer que cortar de una vez, llenos de enojo y resentimiento, nos liberará repentinamente.  Tarde o temprano, nos damos cuenta de que debemos reconocer e integrar los aprendizajes producidos, perdonar a nuestros ancestros y libertar la carga kármica.

Esto implica dejar la idealización infantil de considerar a nuestros padres como figuras de poder y dadores universales de lo que necesitamos (que luego proyectamos en otros, como cónyuges, jefes, instituciones, etc.).  Si los podemos ver como personas, con sus virtudes y defectos, es más fácil comenzar a trabajar la sanación y el empoderamiento personal que es imprescindible afrontar.



Esta labor incluye a los hijos, a los amigos, a cualquiera que tenga una unión fuerte con nosotros.  Tenemos la fantasía inconciente de que una relación kármica nos hará felices y, generalmente, no es así.  Esto se nota mucho con parejas que se conocen e instantáneamente tiene una conexión “mágica”.  La mayoría se desbarranca en la recriminación y la decepción al poco tiempo, porque no comprenden que esas relaciones traen el germen de una enseñanza rápida de autoestima, independencia y creatividad propios.  Por el contrario, casi todos se pegan el uno al otro, proyectándose mutuamente la ilusión de un mundo perfecto, que en realidad deben construir por sí mismos.

Debemos enfrentar la idea equivocada de que los demás vinieron para hacernos felices.  Aunque no lo reconocemos, todos lidiamos con la quimera de que nuestros padres “debieron” ser de determinada forma y que, al no serlo, nos arruinaron la vida.  O que nuestras parejas “deben” llenarnos de dicha y plenitud.  O que nuestros hijos “deben” ser los portadores de nuestros sueños más escondidos.  Somos los creadores de nuestras realidades y no sirve delegarlo, porque así es cómo arrastramos las pesadas del karma existencia tras existencia.

Esto no supone que tenemos que alejarnos de todos.  Significa que es necesario elaborar la liberación del karma y, sobre todo, establecer nuevas pautas de relación.  Vivimos en relación: con nosotros, con los demás, con el trabajo, con el dinero, con los  objetos, con la ropa, con la naturaleza, etc.  ¿Cómo deseamos que sea esa conexión?  ¿Alegre, abundante, amorosa, creativa, confiada, próspera, sencilla?  Comencemos por nosotros.  Sólo así habilitaremos que pueda abrirse al otro de esa forma.  Si eso sucede, bien. Si no, nos distanciaremos o, si no es posible, la transformaremos de manera que sea accesible para ambos.  Y atraeremos a otros con quienes podamos vincularnos desde parámetros más plenos.


Venimos trabajando estos temas desde hace unos años, pero el 2015 será crucial.  Lo deseemos o no, se producirá igual, con dramatismo o con concienciaEntonces, es mejor que nos responsabilicemos y lo hagamos más fácil.  Ahora, hay recursos simples y una Energía que nos sustenta y guía.  Aprovechémoslos y dejemos surgir el potencial maravilloso que yace en nuestro interior.  Nuestra alma contiene luminosas facetas que anhelan brillar esplendorosamente en esta hermosa Tierra.  Es tiempo.  Te acompaño.