miércoles, 27 de mayo de 2015
martes, 26 de mayo de 2015
Cómo convertir un defecto en una cualidad
Mirando películas y series no latinas, se hace
evidente que hemos sido criados en la
exageración. Tendemos a extremar lo
bueno y lo malo, lo que nos lleva a dramatizar; a no distinguir entre lo
superfluo y lo importante; a subirnos al caballo y engrandecer nuestro papel
cuando nos va bien y a victimizarnos y culpar a los demás cuando nos va
mal. He conocido mucho estos vaivenes
(muy comunes en mi familia) y me llevó bastante tiempo controlarlos. Todavía me cuesta en algunas ocasiones. Esto me llevó a observar cómo evaluamos las
cualidades y defectos.
Algo que me sirvió para ello fue la práctica de
Eutonía cuando estudiaba Terapia de Integración Cuerpo-Mente. Tendemos a una hipertonía o a una hipotonía:
o ponemos demasiada fuerza o ponemos muy poca.
Un ejemplo claro es cuando alguien nos da la mano: o la estruja o apenas
la sostiene. La eutonía es la tensión adecuada y necesaria para la tarea que estamos
haciendo, ni más ni menos.
En nuestra sociedad, hay una tendencia a creer que
demasiado es mejor. Cuanto más esfuerzo,
más resultado; cuanto más tenemos, más somos.
Por otro lado, se está gestando un contrapeso, cercano a dejarse llevar
sin participar, a la desidia de pensar que todo es inútil porque no se puede
cambiar lo dado. Ninguna de las dos es
operativa.
Aquí se
juega el concepto de dualidad. Si
habitamos un extremo, nos iremos al otro irremediablemente, porque el oculto
presionará para existir. Lo hará a través de los demás, de situaciones
límites, de crisis, pero nos obligará a comprender que siempre hay un poco de
cada polo en algo (como el símbolo del Ying/Yan). Sólo
viendo TODAS las facetas de una persona o circunstancia, tendremos una idea
integral de lo que hay. Nada es
totalmente bueno ni malo. Creemos que el
equilibrio es mediocridad, es de tibios, de grises, y a veces es cierto. Pero, una forma de ascender esta dicotomía es
ir hacia la Trialidad, un concepto extra
que integra las polaridades, encontrando una nueva síntesis que sirve a un
propósito superior. Es como un
triángulo; en la base están los extremos y la moderación y en el vértice más
alto, la armonía superadora.
No me perdí del tema, aquí vamos. Muchos
defectos, carencias y debilidades están basados en una exageración de una
conducta o idea. Pasarse de un extremo
al otro es una cuestión de intensidad.
Un ejemplo: eres perfeccionista y super-exigente. ¿Qué pasaría si bajas esta característica lo
suficiente como para que hagas un excelente trabajo, sin volverte loco ni
presionar a los otros? Otro: dramatizas
frente a cualquier noticia que no te gusta.
¿Y si te calmas y usas esa emocionalidad para encontrar un curso de acción
mejor? Otro: te desanimas o lloras
cuando te confrontan o te lastiman. ¿Y
si utilizas la respiración para subir tu energía y valorarte con frases de
autoestima?
Míralo como una escala graduada, en la que vas
quitando o poniendo según lo que conviene.
El cuerpo es una gran ayuda, porque la respiración, el tono muscular, la
actitud, la energía, te dan la clave de cómo estás. Regúlalos
hasta que encuentres la armonía y luego sitúate en un polo superior: ¿qué puedo aprender de esta persona, de
esta situación?, ¿cómo saco mi mejor
potencial para responder?, ¿cómo contribuyo a la Luz?
Tu Ser te está mostrando continuamente la forma de
hacerlo, con los pequeños detalles de cada día.
No esperes la gran patada cósmica para intentarlo. No vivas dormido, apresurado, distraído o
aburrido; pon conciencia en tus interacciones internas y externas y tendrás
oportunidades constantemente de mejorar tu vida y aportar a un mundo
mejor. Comienza en ti.
Publicado por Laura Foletto en 12:18 0 comentarios
martes, 19 de mayo de 2015
Tu diferencia es tu huella en este mundo: ¡valórala!
Una consultante, que está abriéndose al mundo, me
cuenta que está sorprendida por las historias que escucha de sus
compañeras. Como ella ha vivido en su
propia nube, casi sin comunicarse, ha creído que los demás eran “normales”, que
tenían vidas perfectas, que ella era la única que tenía ideas y vivencias
extrañas y que su familia era disfuncional.
Está enterándose que los otros también tienen problemas (más graves que
los de ella, a veces) y que no es tan rara como pensaba.
En alguna medida, todos somos así. Yo era así y también me asombré cuando
comencé a contar lo que pensaba y sentía y me contestaron que les pasaba algo
parecido.
Mis consultantes frecuentemente tienen a los Ingalls (de la serie “Pequeña
casa en la pradera”) como ideal de familia y creen que los otros tienen esa
clase de interacción, de la que ellos carecieron. Las redes sociales incrementan este error:
muchos suben fotos de familias sonrientes, de viajes soñados, de momentos divertidos
y otros sufren creyendo que sus vidas son pobres y vacías. Ni una cosa ni la otra… La supremacía de la cultura de la imagen hace
que se muestre una cosa y se viva otra. La tendencia de las selfies es un
ejemplo: gente sonriendo en distintas situaciones, como si sus existencias
fueran una continua fiesta. ¿Qué pasa
entre medio? ¿Es todo cierto? Sí y no.
Ni estamos tan alegres ni somos
tan infelices.
Mi consultante está aprendiendo que somos combos
muy diversos. Cada persona es un mundo
en sí mismo, lleno de facetas oscuras y luminosas, de experiencias disímiles y
habituales. En un molde común, las
variaciones son enormes. Todos poseemos
una misma clase de cuerpo (dos brazos, dos piernas, un torso, una cabeza) y
nadie es igual. Siete mil millones de
diferencias. ¿¡No es increíble?!! Raramente lo pensamos.
Compartimos
rasgos comunes y, a la vez, somos únicos.
Lo primero debería hacernos humildes; lo segundo, creadores. En realidad, nuestra marca en este mundo
radica en esa diferencia. Explorarla y
desplegarla tendría que ser nuestra meta.
En lugar de ver cómo adaptarnos, cómo conformarnos, sería mejor que nos
propusiéramos resaltar esa forma original de ser lo que somos.
Los que han destacado en distintos campos son los
que han sido fieles a su esencia, a su particular forma de ver y vivir en el
mundo. Leonardo, Edison, Einstein, Jobs,
etc. Hasta la patología puede ser la
clave para reconocer la originalidad de alguien (si sabe canalizarla en algo
creativo, como Van Gogh).
Incluso
lo que somos “normales”, sin genialidades evidentes, podemos dejar nuestra
contribución propia al mundo. Todos
tenemos dones apreciables y son distintos a cualquier otro ser humano. Nadie escribe como yo. Seguramente, hay muchos mejores y otros peores,
pero nadie como yo. Esta mistura única
de personalidad y experiencias deriva en una forma de expresarme que nadie
puede igualar, porque nadie es como yo.
¿Qué nos
impide afirmarnos en nuestra individualidad? La mirada juzgadora propia y ajena. El menosprecio propio y ajeno. ¿Quiénes somos para sobresalir? Seamos jóvenes, adultos o mayores, siempre
hay “requisitos” que no cumplimos, siempre tenemos carencias, siempre somos
insuficientes y parece que eso nos identifica y nos iguala para abajo.
Eso es propio del Ego, que es, por definición,
incompleto. Estamos en una experiencia de limitación: no podemos estar en dos
lugares al mismo tiempo, ni correr a más de tal velocidad, ni adelantar el
tiempo. Tenemos un cuerpo físico.
Nuestra mente puede fantasear lo que sea, pero bajarlo a la realidad
material es otro tema. En esa limitación radica nuestro
potencial. En ese problema radica
nuestra solución. ¿Cómo usamos
nuestra creatividad para construir nuestros sueños? ¿Cómo utilizamos nuestras cualidades para
iniciar y continuar, para aprender de nuestros errores, de nuestras
caídas? ¿Cómo lo hacemos a nuestra
manera, valorando nuestra esencia? Esa es la maravilla de ser humanos divinos.
Publicado por Laura Foletto en 15:28 2 comentarios
martes, 12 de mayo de 2015
Propuestas para conectarnos con el bienestar
El post de la semana
anterior generó muchas olas. Muchos me
comentaron que se sintieron muy reconocidos con la dificultad de conectar con
el bienestar. Una consultante, observando
la interacción familiar en una reunión, se sorprendió de la cantidad de quejas
y demandas (directas y encubiertas) que había.
Su madre “aguantaba” y su padre solo hablaba de cómo se había “matado”
en su trabajo para proveerlos. No era
difícil conjeturar la razón por la que le costaba tanto disfrutar y
apreciarse.
Venimos de entornos
oscuros, tanto familiar como socialmente.
La alegría y el entusiasmo de
hacer lo que nos gusta no son motores de nuestra acción, sino la obligación y
el esfuerzo. En una sociedad que se
mira en los medios de comunicación y pone como modelos a las estrellas del
entretenimiento, me llama la atención una orientación que se viene dando en los
últimos tiempos. Después de mostrarse
esplendorosos, felices y realizados, muchos de esos ídolos confiesan luego que
todo era una mentira, porque en realidad habían estado drogados, alcoholizados,
en relaciones violentas, con ataques de pánico, que habían sido abusados o
violados, etc. En muchos concursos de
talentos de la televisión, apelan a las historias dolorosas de los
participantes para lograr más rating.
Hay un aspecto de redención
positivo detrás de esta tendencia, pero también hay un refuerzo de la noción de
que hay que sufrir mucho para terminar pasándola bien, con la que todos nos
identificamos en una especie de consuelo mutuo.
Es cierto que los desafíos nos hacen crecer y que caer al fondo del pozo
nos despierta a otras posibilidades, pero ¿cuánto
de esto no es resultado de negar las cualidades de la conciencia y la alegría?
Las condiciones infantiles
nos marcan el rumbo y es fundamental preguntarse cómo hemos sido criados y qué
mandatos nos inculcaron. “La vida es
dura; si no te costó, no vale; pobre, pero honrado; primero los demás; el ocio
es malo” son preceptos que requerirían revisión, pero pocos se toman el trabajo
de hacerla y de cambiarlos por otros que elijan. Parece
más fácil vivir con lo que absorbimos cuando teníamos seis años en lugar de
madurar y desarrollarnos como un adulto responsable de sus decisiones, pero no
es así, sobre todo si el alimento fue tóxico.
¿Y si tratamos de evolucionar con otros métodos? El autocastigo no hace
crecer. La autoestima ennoblece. Las quejas alejan. Las risas unen. Las demandas apartan. El reconocimiento moviliza. El drama ahuyenta. La buena onda acerca. La agresión erige defensas. La compasión construye puentes. Hacer de más es ineficiente. Apegarse es doloroso. Hacer lo justo y continuar proporciona
impulso y progreso. Soltar el pasado
libera. El perdón trae paz. Las sonrisas levantan el ánimo. Las caricias suavizan. La constancia llega a la meta. La abundancia es un derecho. El silencio conecta. La paciencia relaja. La aceptación permite la transformación. Compartir multiplica. Estar con otros nos hace más libres y
creativos. Agradecer expande. Atravesar la oscuridad lleva a la
claridad. Iluminar atrae luz.
La confusión y el miedo
están de moda. Somos empujados de un
lado al otro por el sistema, en lugar de guiarnos por nuestro GPS personal:
nuestro Ser. Te invito a que tomes
algunas de estas propuestas y las pruebes por un tiempo, con
perseverancia. Aquí estoy. Juntos, podemos crear un nuevo mundo.
Publicado por Laura Foletto en 15:41 0 comentarios
miércoles, 6 de mayo de 2015
¿Aceptas el bienestar tanto como el malestar?
Cuando comencé la carrera de Terapia de Integración
Cuerpo-Mente, experimentamos las teorías de Wilhelm Reich, a través de la
Bioenergética de Lowen. Una de ellas
sostiene que el cuerpo tiene corazas
musculares y que existen diferentes zonas de emociones o anillos en los cuales
la energía se acumula y se estanca. Cuando esto sucede, no solo
impedimos el malestar asociado a esas emociones o a determinadas situaciones,
sino también el bienestar.
Entonces, recordé que, en mi juventud, muchas veces
cortaba inconcientemente cualquier posibilidad de placer que se
presentaba. Era cuestión de un segundo,
casi pasaba desapercibido: lo que prometía ser un buen momento, me resultaba
intolerable y pasaba a otra cosa.
Cualquier excusa era posible: tenía que hacer algo, pensar otra cosa,
ocuparme de “lo importante”.
El “tengo
que” es la clave para darnos cuenta de este mecanismo. Significa que estamos inmersos en una red de
exigencias, controles, perfeccionismos y deberes varios, que coartan las
posibilidades de bienestar, en beneficio de idealizaciones e imposiciones que
hemos incorporado de niños, a través de mandatos y manipulaciones de la familia
y la sociedad.
Esto rige tanto para lo personal como para las
relaciones. Recuerdo una amiga mayor que
yo de esos tiempos, que siempre estaba a disposición de los demás,
acompañándolos en todo drama que sucediera.
Estaba pronta para hospitales, trámites, funerales, rompimientos y lo
que fuera, pero jamás para salidas, paseos, diversiones. No tenía tiempo, decía ella. He observado esto muy frecuentemente: no hay tiempo (o dinero) para el bienestar,
pero siempre lo hay para los malos momentos. Una consultante, que está disponible para
todos menos para ella misma, me contaba que le habían ofrecido un congreso en
otra ciudad (una oportunidad de salir del pueblo, conocer otra gente, estar en
un hermoso paisaje, salir a la noche), pero que no iba a ir porque estaba muy
cansada hasta para hacer el equipaje. Le
dije que, si uno de sus padres tuviera un problema, no solo sacaría energía
para hacerle el bolso a él sino también a su madre y que haría lo que sea para
atenderlo… pero como se trataba de ella, entonces no haría nada. No valía el esfuerzo…
No
valemos ni lo merecemos. Siempre hay algo que no hemos hecho o que
hemos hecho mal, algo que no somos o que es negativo, algo que es una vergüenza
o un pecado o una omisión o lo que sea. Nos sentimos culpables y la culpa exige
castigo. ¿Qué mejor manera de hacerlo
que negarnos el bienestar, el placer?
Pareciera que esto es de otro siglo, que ahora todo el mundo se permite
experiencias placenteras. No es
así. Pasarla bien es otra exigencia de
la sociedad y nosotros la cumplimos, lo cual no significa que verdaderamente la
estemos “pasando bien”. En el fondo,
continúan las recriminaciones, las ansiedades, los temores. Es solo
una vacación del estrés cotidiano.
Entonces, ¿qué
involucra aceptar el bienestar? Es
liberar la respiración para que maneje las emociones y expanda los niveles de
energía; relajar el cuerpo para que esté abierto a vivir enraizado en la
realidad y disfrutar el aquí y ahora; sentir la conexión con la Vida y sus
oportunidades constantes de creación y expansión; ser y estar sin la compulsión
a hacer; abrirnos al silencio y el misterio; experimentar la paz de ser uno
mismo, con sus luces y sombras, íntegro y completo en sí mismo. Como te habrás dado cuenta, no se trata de acelerarse con la adrenalina
del Ego sino de disfrutar bajo la suave Luz del Alma, que todo lo guía e
ilumina.
Publicado por Laura Foletto en 16:09 0 comentarios
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