En los años ´30, en Occidente, se originó un enorme cambio
económico, social y cultural. La producción se transformó en el
gran objetivo y la fisiología se desplazó de la comodidad al esfuerzo.
Había que “rendir”, en largas horas de encierro y monotonía, en condiciones
estresantes, corriendo contra el reloj. Ya no había lugar para el tiempo,
el placer y la creatividad de una labor artesanal; todo debía ser
rápido, uniforme y racional. El cuerpo pasó de una estética blanda y
sensible (recuerda las “gordas” de Rubens) hacia una de líneas delgadas y
estrechas, con fuertes contracciones en el abdomen y la pelvis. ¡Adiós,
sensualidad!, ¡hola, productividad!
Es paradójico que, cuando esta idea se instaló, se creyó que
la humanidad tendría mucho más tiempo para el ocio, ya que las máquinas harían
su labor. La realidad es que nos convertimos en otra máquina.
George Bataille, antropólogo francés, escribió que el hombre afirma su
condición de ser mediante el trabajo, pero que ese mismo trabajo también le niega
la satisfacción inmediata del deseo. Subordina el presente al futuro y
exorciza el miedo a la muerte. La
vida cotidiana se limita a reproducirse para perdurar. Bataille exhorta a
recobrar la animalidad negada (el cuerpo, diría yo) y la santidad del mal,
instancia que reivindica como otra dimensión de la experiencia humana (lee el
último Boletín). Él cree que el hombre se define como tal cuando niega
este orden de trabajo y ley: "Sólo cuando los humanos somos capaces de
afirmar y mostrar una in-humanidad valerosa y soberana que no teme a
la muerte y capaz de hacer del presente un fin, sólo entonces descubrimos parte
de nuestra verdadera humanidad y exploramos otra posible experiencia
vital. Es esta afirmación de soberanía del ser lo que hace posible fenómenos
heterogéneos y soberanos como el juego, la fiesta, el sacrificio, el
erotismo, el arte..., es decir, la manifestación de la inutilidad frente a
la utilidad, la noción de gasto, de derroche, de pérdida frente a la
ganancia."
Una paciente me contaba que había
pasado un día relajado, yendo a comer con unas amigas y luego ordenando
algunas cosas en su casa, mientras escuchaba música. Lo hacía con un tono
culposo, por lo que le pregunté cómo se sentía y me contestó que le parecía
raro, porque no había hecho nada muy “productivo”. Cada vez más, escucho
este tipo de aseveración: hemos perdido la noción de simplemente ser y estar;
no solo debemos hacer continuamente, sino que además tiene que estar vinculado
a la eficiencia y al tiempo, como una línea de producción.
Lo que no tiene relación con ello lo asimilamos a derroche, a una pérdida de
ganancia, como dice Bataille.
Justamente, el tiempo ha
pasado a ser el nuevo medidor de riqueza, no el dinero. Estamos condenados
a una actividad incesante y ya apenas si quedan algunos días al año (en las
vacaciones) para el ocio. Y, cuando suceden, nos angustiamos. No
sabemos estar en silencio, inactivos, vacíos, observadores, sintientes.
Quizás, esa es la razón de tanta productividad y consumismo: una huida de
ese Ser que no conocemos ni exploramos. Sin embargo, todo lo que vale
lo tiene como origen. Lo esencial, lo verdadero, lo placentero, lo real
está relacionado con lo que somos, no solamente con lo que hacemos.
Hacer lo que somos sería una síntesis ideal. Cuando nos concentramos en nosotros y en
nuestro deseo del corazón, nuestro proyecto es una extensión de nosotros
mismos, es nuestro SER EN
ACCIÓN. Desde aquí, partimos de los dones, de los recursos, del
potencial interior, lo que asegura que ya contamos con un material precioso:
nosotros mismos. Si nos comparamos con otros, si tomamos recetas
prestadas, si seguimos un modelo exterior, fallaremos porque no estamos siendo
fieles a nuestra esencia, la cual trae todo lo que necesitamos para este camino
en esta vida.
También, atrae
lo que precisa para desarrollar ese camino. Si confiamos en ella, encontrará las
personas, el dinero, las posibilidades para concretarse en tiempo y
forma. ¿Tendremos problemas? Tendremos desafíos cada tanto, que
son nuestros aprendizajes del alma. Los tomamos, los solucionamos y
continuamos.
A esto agreguémosle tiempos
inactivos solo para conectarnos con nosotros mismos, la Naturaleza, la Vida,
con Todo Lo Que Es. Respirar y percibir. Sentir el cuerpo y
abrirnos. Estar y expandirnos. Conectarnos y existir. Nada
más. ¿Cierras los ojos y lo intentas? ¿Ahora?