He pasado muchos períodos difíciles en mi
vida, pero estos últimos nueve años fueron realmente complicados. En un corto lapso, fallecieron mi hermano,
mi madre y mi padre (estando sola para acompañarlos en sus tránsitos), fui
perdiendo parientes, amigos, dinero, anhelos, idealizaciones, horas de sueño,
ya no recuerdo cuánto… Afortunadamente, antes había aprendido a
mantener la calma y la confianza para continuar, siguiendo la luz al final
del túnel.
Desde antes de que comenzara (vivo adelantada
a lo que sucederá), fue una de las etapas más creativas y entusiastas. Sentía
la enormidad del cambio, lo profundo y renovador que sería; “hay mar de
fondo” decía, porque todo se levantaba desde lo más recóndito y agitaba las
aparentemente tranquilas superficies.
Siempre tuve períodos de cambio pero intuía que este sería definitivo
y arrasador. No me equivoqué: se llevó
casi todo.
A medida que las transformaciones se
profundizaban, mi Ego no paraba de
recibir tanto golpes como desilusiones.
Al cabo de los años, no quedaba presunción que no fuera revisada y
descartada. Siendo la ira mi emoción
primaria, me he “brotado” mal en muchas situaciones (¡perdón a quienes lo han
padecido!) y también he llorado y me he reído irónicamente de mí en otras
tantas. No teniendo generalmente con quién compartir tanta información y
aprendizajes, algunas canalizaciones fueron una compañía a distancia que me
corroboraban lo que estaba pasando.
Aclaro que mi Ego no se rinde fácilmente; sigue queriendo controlar el
desarrollo, aunque ya patalea por un ratito y cede.
¿De qué
se trata el proceso? De aceptar todos
nuestros aspectos (esos que hemos proyectado afuera), de iluminar las
sombras, de reconocer la inmensidad de facetas que albergamos e integrarlas
en un diamante luminoso e iluminante. Cuando
se habla de sombras, muchos entienden que tienen que lidiar con lo “malo” y
se niegan atemorizados. Obviamente,
una parte es sobre cómo ponemos afuera, en otros, los aspectos “negativos” de
nuestra personalidad para no responsabilizarnos por ellos (los pongo entre
comillas porque no es una cuestión de moralidad sino de cómo los juzgamos por
ignorancia de la forma en que funciona la dualidad). La
paradoja es que, cuando nos permitimos analizarlos y elaborarlos, encontramos
su opuesto al otro lado de la oscuridad (la humildad después del orgullo,
la abundancia detrás de la carencia, etc.).
La otra parte de iluminar las sombras es que también negamos lo mejor
de nosotros: obnubilados por la desvalorización y los malos modelos, no creemos tener ni merecer las cualidades
que existen en nuestro interior.
Una pista para darnos cuenta: son esas cosas que envidiamos, que
admiramos, que valorizamos y que pensamos que no somos.
¿Por
qué es tan rudo? Porque vivimos en
una sociedad manejada por Egos inseguros e insuficientes (sus características
básicas) que desea, desea, desea,
cualquier cosa: dinero, reconocimiento, bienes, premios, niveles cada vez
más altos para compensar lo bajo que se siente. Por ello, se exige, demanda,
se atormenta, reclama, duda, teme, se pelea y lucha. La antigua conexión con lo sagrado que lo
atemperaba también está cambiando, como todo lo demás. Con
el propósito de obtener seguridad y certeza, concedimos nuestro poder a las
instituciones: la iglesia, los gobiernos, la policía, los jueces, la
prensa, los gurúes, la tribu, la familia, no importa: “que alguien me diga
qué ser y qué hacer, que alguien me resguarde, me encamine…”.
De esto se trata entonces: de retomar nuestro poder, confiando la guía a nuestro Ser Superior,
a la conexión verdadera con Todo Lo Que Es (lo más difícil que podemos
asumir). Para ello, nuestro cuerpo
físico está haciendo enormes esfuerzos a fin de contener más energía y
nuestros cuerpos mentales y emocionales están limpiando, liberando y
reconstruyendo siglos de estructuras obsoletas. ¡Tamaño trabajo! Esto
es lo que hemos estado haciendo estos últimos nueve años. Todas las retrogradaciones de 2016 nos
ayudaron a terminar de soltar lo que ya no nos sirve ni representa y a
refinar la información que hemos estado recibiendo, en vistas a iniciar un
nuevo ciclo, realmente nuevo y luminoso, que no tiene nada en común con lo que ha sido ni con lo imaginado (lo
cual es difícil de aceptar porque no podemos controlarlo ni detenerlo; si
quieres más información y recursos, lee aquí).
Volviendo a mí, ¿qué es lo que más me ha costado?
Después de tantas idas y vueltas, de tantas pérdidas, terminé
desconfiada, desilusionada y últimamente medio separada. He llorado amargas lágrimas y me he peleado
mucho porque eso es lo que más valor tiene en mi vida: la conexión divina. De
ella viene todo lo demás. Cuando
decidí que eso era una tontería que yo me estaba haciendo y me reconecté,
descubrí que todo lo que había sucedido
era lo correcto para mi diseño sagrado, que estoy exactamente donde debo
estar y que jamás me soltaron la mano, siempre fui tiernamente
cuidada. ¿Acaso no sé eso? Por supuesto que sí, intelectualmente. Es muy distinto incorporarlo, sentir la
presencia de la Luz guiando y protegiendo integralmente. El proceso tiene mucho de eso, de hacer
carne lo mental.
Te cuento esto porque quizás estés pasando
por algo parecido. No importa en qué parte te encuentres,
somos todos iguales. Algunos (como
yo) tenemos que pasar por las partes más duras, por lo que no funciona, para
poder advertir y ayudar a los demás; otros lo hacen desde distintas ópticas;
algunos están recién despertando; sea como sea, estás abriéndote al más
maravilloso camino que la Humanidad pueda atravesar, el de la conexión a su Fuente.
2017 es un año 1, comienza un
ciclo: respira, entrega, acepta,
confía y agradece. Te acompaño.
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