Acostumbrás llevarte por tus estados emocionales, creyendo (conciente o inconcientemente) que no podés hacer nada con ellos y que son inofensivos… una rabieta por aquí, un llantito por allá, alguna sonrisa por acullá…
Nada más falso. Cuando te preguntás inocentemente: “¿qué he hecho yo para merecer esto?” podés responderte que muchísimo. Has puesto piedra sobre piedra para construir ese estado de ánimo, esa circunstancia, esa vida. Y están hechas de emociones descontroladas, incitadas por pensamientos repetitivos.
¿Para qué sirven las emociones? Entre otras cosas, son mensajeras. Te cuentan qué te está pasando. Por ejemplo, si alguien trata de avasallarte o te falta el respeto, sentirás enojo. Por definición, una emoción es pasajera, dura segundos, te mueve a hacer algo. En este caso, a poner un límite. Pero, si no lo hacés o no te permitís sentir tu ira o traés antiguas memorias de algo parecido, su función primordial se pierde y lo que hacés es acumularlo.
¿Adónde va ese enojo (o cualquier otra emoción contenida)? A tus células. ¿Sabés que cada una de tus células vibra en el amor, que el “pegamento” de tu cuerpo es el amor? Si sentís o pensás cualquier cosa disfuncional, estás creando desarmonía. Estás haciendo que tus células griten pidiendo amor. Estás forjando un problema que busca un lugar para manifestarse.
Y lo hará en tu cuerpo físico, a través de un síntoma, una enfermedad, un dolor, una contractura. O en tu cuerpo emocional, por medio de sufrimiento, angustia, tristeza, depresión. O en tu cuerpo mental, con desánimo, postergación, ansiedad, fracasos, desvalorización, carencias.
¿Quedan en vos solamente estas consecuencias? No, tu padecimiento personal se trasunta en tu entorno, en tus relaciones, eso ya lo sabés. Lo que quizás no sabés es que también aportás al inconciente colectivo, a las formas-pensamiento humanas, a los calamidades de la Tierra… y más allá.
Cuando cuento esto, muchas personas sienten que las estoy acusando, que las estoy agobiando, llenando de culpas. Es exactamente lo contrario: les estoy mostrando su libertad para elegir, su poder para cambiar lo que sea.
Entonces, ¿qué podés hacer para sanar ese grito de tus células? ¡Tantas cosas! Entre ellas, darte cuenta de que tus emociones son pasajeras y no aferrarte a ellas (liberalas con tu respiración); tomar conciencia de que no sos una isla y que Todos Somos Uno (aquí hay mucho aprendizaje); asumir que sos el co-creador de tu vida (aquí hay tanto poder y creatividad para desplegar); escuchar a tus células, soltarles su carga, hablarles con amor, induciéndolas a la sanación.
Tal vez, necesités ayuda para lograrlo. Por mi parte, te ofrezco (además de los recursos gratuitos del sitio) los Libros, el Curso, la Terapia en Consultorio o por Internet. Sea lo que sea, con quien sea, dejá de postergarlo porque el único tiempo es AHORA. Cualquier otra opción, incrementa tu sufrimiento. Entonces, comenzá a amarte y a valorarte. Hacé algo por vos. Sos el único que está y estará con vos toda la vida.
lunes, 21 de enero de 2008
¿Conocés el poder (destructivo) de tus emociones?
Publicado por Laura Foletto en 20:09
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