miércoles, 24 de febrero de 2016

¿Qué es ser adulto, madurar? Una guía para crear tu propio modelo

Cuando era adolescente, no quería convertirme en adulta.  El modelo que me ofrecían distaba mucho de lo que yo quería ser.  Estaba cargado de sacrificios, rigidez, opciones para siempre, seriedad, exigencias.  Fue un período infernal de rebeldías, sufrimientos y contradicciones que creí superar “haciendo” el papel, sin serlo.  Por supuesto, implosionó, tuve una enorme crisis y comencé terapia a los 23 años.  A partir de allí, me cuestioné mi propio modelo de madurez y lo sigo haciendo.

En los últimos tiempos, mis pacientes han traído el tema nuevamente y se preguntan cómo madurar, ya que ahora los padres parecen jóvenes que no han podido encontrar una evolución armónica.  Buscando información entre mis escritos para un nuevo curso que estoy redactando, encontré una canalización de Ronna Herman que resume muchas de las preguntas que nos deberíamos hacer para conectarnos con un modelo propio que nos guíe, sostenga y contenga.  Lo edité y agregué algunos comentarios; espero que te sirva:

* ¿Te responsabilizas de tus acciones o te enojas, inventas excusas o niegas tus errores y artimañas?

 * ¿Te esmeras en cumplir con tus obligaciones de manera adecuada y puntual y con una actitud alegre?

* ¿Te pesan tus responsabilidades y las consideras más como una carga que como una oportunidad de apoyar y servir a los que te rodean? ¿Expresas tu agradecimiento a cambio a quienes te sirven? 

* ¿Todavía piensas que alguien tiene que estar equivocado para que tú tengas razón?  Este es un punto crucial: buscas tener la razón y el control porque eso te da la ilusión de que tienes poder; al hacer esto, giras en una espiral de inseguridad, desconfianza, debilidad y paranoia que te aleja cada vez más de tu ser y de los demás.  Atraes relaciones patológicas intentando probar que el otro está equivocado y malgastas energía en convencerlo y esperar aprobación, creyendo que así te demuestras que eres alguien, que tus opiniones valen.  En el fondo, solo le das alimento a un Ego desempoderado en lugar de afirmarte en un trabajo interior conciente sobre lo que eres y puedes.

* ¿Con cuánta frecuencia representas un comportamiento “pueril e irresponsable”? Parece más fácil, cómodo y divertido pero la verdad es que lo sufrimos.  Gestionar la vida de esa forma significa tomar decisiones infantiles frente a problemas adultos y no funciona.

* ¿Sigues actuando o interactuando bajo algún viejo condicionamiento “infantiloide”?  Ejemplos: echar culpas sin admitir tu participación; buscar constantemente la opinión, el apoyo o el reconocimiento de otros para no decidir por ti mismo; ofenderte por cualquier cosa y defenderte con argumentos egoístas; seguir la corriente y no tener metas personales, para poder excusarte con que el mundo no te deja ser; no aceptar tu edad y pretender vivir lo que no viviste; evitar hacer el duelo por lo que no hiciste y lo que perdiste, etc.

* ¿Estás dispuesto a dejar que se vayan las dolorosas experiencias del pasado, asumiendo la sabiduría y los puntos fuertes que tus padres te han mostrado?

* ¿Estás dispuesto a permitir que tus hijos sigan su propio camino, que sean diferentes, y que no sean lo que a ti te gustaría? Cada alma es única y se le debe dar la oportunidad de que se exprese a su propia y personal manera. Tu papel consiste en criarles, guiarles y dirigirles, aconsejarles y protegerles, dejando que avancen cautelosamente por cada nueva etapa de sus vidas. Mediante el buen ejemplo y la guía cariñosa, ejerciendo un control cada vez menor, ayudarás a tus hijos a que desarrollen todo su potencial y se conviertan en adultos conscientes y responsables. Tienes que dejar que cometan sus propios errores y experimenten las  consecuencias de sus acciones.
  


* Examina tus relaciones con los demás: ¿están creciendo y evolucionando juntos o están estancados, atrapados por la inercia de tocar las mismas “canciones” una y otra vez?

* ¿Te estás impidiendo “asumir tu poder” porque no deseas generar incomodidad o tensión en tus relaciones? ¿Tienes miedo a establecer límites y declarar tu intención, aunque sea distinta u opuesta de la de los demás? ¿Te da miedo qué pensará la gente si empiezas a vivir y mostrar tus nuevas creencias y el poder que has adquirido?

* ¿Hay en tu vida personas que te desafían preguntándote: “¿Qué te pasa? Has cambiado, ¿por qué ya no eres como solías?”

* ¿Sigues enganchado en relaciones viejas porque te da miedo herir los sentimientos de la otra persona? ¿Te sientes “solo” aunque te rodee una multitud? ¿Te cuesta mantener una “charla intrascendente?”

* ¿Eres lo suficientemente valiente como para permitir que abandonen tu vida aquellos con los que ya no te resulta beneficioso compartir nada? ¿Puedes amarlos y bendecirlos por lo especiales que son y por la Chispa de lo Divino que contienen, además de comprender que el viaje juntos ha llegado a su fin y es hora de que sigan su propio camino y de que les permita a ellos que sigan el suyo?

Antes, podía llevar muchas vidas cosechar las recompensas o interacciones kármicas negativas de cualquier vida pasada, pero ya no es así. El proceso co-creador se acelera en la misma medida que el proceso de transformación. Lo que se proyecta, positivo o negativo, es devuelto cada vez más deprisa, por lo que parece ser algo casi instantáneo.  Si tú has “vuelto al centro” y estás manteniendo un flujo energético positivo, habrás empezado a comprobar en tu vida los resultados de ello gracias a los numerosos milagros y acontecimientos positivos. Por el contrario, si estás proyectando vibraciones negativas de odio, miedo, carencia y deseo de control, estarás sintiendo los dolorosos resultados de tus acciones de múltiples maneras y en plazos temporales muy cortos.

Acepta esta verdad: no importan las limitaciones, condiciones o restricciones con las que llegaste a tu vida presente, NUNCA FUERON PUESTAS AHÍ COMO CASTIGO. Siempre se trató de tu elección voluntaria y de una oportunidad para que rectifiques o abandones creencias distorsionadas y regreses al equilibrio y la armonía del “camino medio”.

Pide apoyo en tus emprendimientos, que fortalezcan tus resoluciones y que te den el poder, la voluntad y la sabiduría que vas a necesitar para alcanzar tu siguiente nivel de conciencia espiritual.  Tú estás en una fase crítica de tu proceso de desarrollo espiritual, por lo que se te pide que liberes todo lo que esté impidiéndote conseguir la “libertad espiritual” que buscas. Esto abarca creencias desfasadas, relaciones disfuncionales o restrictivas, patrones de pensamiento y hábitos negativos o adictivos, así como aquellas posesiones que te quiten demasiado tiempo, esfuerzo o abundancia.

Cuando seas capaz de ver todo lo que actualmente hay en tu vida como algo transitorio a excepción del Amor/Luz y del Fuego Espiritual que reside en tu corazón/alma, comprenderás profundamente el juego de la vida. Libérate del miedo de tu pasado y de tu futuro, elimina los controles emocionales y mentales que otros tengan sobre ti y conviértete en ese “Espíritu libre” que tienes que ser. Siempre tendrás ayuda, inspiración y amor disponibles. 

jueves, 18 de febrero de 2016

De la culpa ajena a la culpa propia: siempre la culpa...

En el medio de su relato sobre distintos inconvenientes, una paciente se  puso a llorar diciendo: “Yo sé que todo es mi culpa pero me cuesta cambiar”.  Le contesté que pasó de un modelo a otro: de culpar a los otros a culparse a sí misma; el problema es que sigue con la culpa.

Cuando todavía no somos concientes, cargamos a los demás por todo.  Comenzando con nuestros padres, seguimos con la genética, la sociedad, la escuela, los amigos, los jefes, las parejas, etc.; a medida que crecemos, vamos encontrando distintos causantes para imputarlos por lo que nos pasa.  Somos las víctimas.  Cuando vamos despertando y nos damos cuenta de que somos los creadores de nuestro destino, podemos cambiar la perspectiva y las acciones.  Somos los responsables.

Pero la culpa insidiosa sigue haciendo su efecto y ese tirar hacia afuera las piedras se convierte en un arrojar hacia adentro, llenándonos de recriminaciones, juicios, ofensas, pretensiones, que terminan drenando la energía de la transformación.  ¡Cómo nos cuesta salir de esta conducta aprendida! 

A veces, pienso que la culpa es una forma de adoctrinamiento de masas que comienza en el hogar.  Nace en nuestra infancia, cuando nos manipulan con dejar de amarnos, de reconocernos, de apoyarnos, de estar, porque no somos como nuestros padres quieren que seamos.  El manejo puede darse explícitamente (“no te voy a querer más si haces esto” o “me lastima que seas así” o “está mal que pienses de esta forma”) o implícitamente (silencios, gestos represores, falta de cariño, no hablar de determinados temas).  El hecho es que nos queda una sensación interna de que somos inadecuados, insuficientes, malos, erróneos, feos, anormales, etc. 



De esta falta de aceptación de uno mismo nacen los “debería”, los “tengo que”, que martirizan con sus exigencias y perfeccionismos.  Lo que está en el fondo es “si fuera de tal forma, entonces tendría...”.  Nos llenamos de pequeños y grandes programas para lograr metas exteriores, para adaptarnos y manipular como hicieron con nosotros, para tapar el vacío y lo que consideramos malo, para cambiarnos por lo que parece ser el modelo de éxito del momento.  Así, la culpa (y su consecuencia, el castigo por no lograrlo) sigue su derrotero, pasando de una generación a otra, de un estándar social a otro.

Es la fórmula de la desdicha y la frustración, porque sólo podemos ser felices siendo quienes somos y no otros.  Deshacernos de la culpa no es fácil porque está incrustada en el ADN pero podemos comenzar siendo amables con nosotros mismos, pacientes con las recaídas, perseverantes con los retrocesos, confiados ante los desilusiones.  Acostumbrados a castigarnos severamente, podemos aprender a soportar las voces de la culpa y a abrazar a ese Niño Interno que creció sin modelos positivos y nutricios. 


Pon conciencia en diseñar otro paradigma dentro de ti, que reconozca tus cualidades y talentos, que tome los desafíos como impulsores del aprendizaje, que disfrute de la Vida, que tenga interacciones maduras y responsables con los demás sin perder alegría ni gracia, que descubra la conexión constante con tu alma y con el Espíritu.  Cada día, cambia las cosas que te dices, siente afecto por ti mismo, sé paciente, apoya tu evolución, ilumina tu paso.  Nos debemos un mundo amable y creativo.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Sobreestimulados y agotados

Hace unos días, pasé por un Jardín de Infantes en el momento de la salida.  Muchos padres recogían a niñitos que habían dejado allí desde muy temprano en la mañana.  Pensé que esos pequeños “cumplen horario” desde casi su nacimiento hasta que se jubilan.  A los pocos meses, son levantados a la madrugada para llevarlos al Jardín, luego van a algún otro espacio para entrenar su gran potencial, después a la primaria, la secundaria, la universidad, el trabajo (junto con actividades familiares, deportes, hobbies, etc.).  La vida entera regida por los horarios y los compromisos. 

Hay una enorme motivación para hacer muchas cosas, para ocupar el tiempo, para no desaprovechar las posibilidades, en una carrera imparable por estar al día y no perder el tren de las oportunidades.  Los niños son estimulados continuamente y, con la facilidad de aprendizaje que traen, no hay descanso (tampoco para las madres que los llevan de un lado a otro convirtiéndose en choferes).  Pierden contacto con el cuerpo y los juegos físicos, son aplaudidos cuando se portan como mayores, son recompensados cuando obtienen logros que casi no entienden. 

No me extraña entonces las epidemias de falta de atención, estrés, cansancio, desinterés, drogas y enfermedades que aparecen cada vez más prematuramente.  Parece que las exigencias se han adelantado… justo cuando vivimos más tiempo.  Muchos chicos quieren “todo” antes de los 30 y se sienten mal porque no lo consiguen, porque creen que no tienen lo necesario, que están fallados.  ¿Qué harán los próximos 70 años?  ¿Aburrirse?  De hecho, ya se están aburriendo antes de los 30 y por eso juguetean con el riesgo.



Hemos creado una sociedad inhumana.  Parecemos robots guiados por el consumismo, la ambición y la actividad frenética.  Creo que el nuevo marcador de riqueza no es el dinero sino el tiempo.  Es rico quien tiene tiempo para pensar, sentir, disfrutar, pasear, estar en contacto con la Naturaleza, observar los ciclos de cada cosa, no entregarse a las modas, leer, crear, conocerse, escuchar su ser interior, hacer lo que es esencial para sí mismo.  ¿Una utopía?  Probablemente, pero…

No estoy bregando por dejar de lado los progresos y las comodidades que hemos alcanzado (deberíamos poder llevarlas a toda la humanidad) sino por gozarlas en su justa medida, sin dejarnos llevar de la nariz por lo que nos venden.  Esto requiere hacer una pausa para preguntarnos profundamente qué estamos haciendo con nuestra vida y para dónde deseamos conducirla.  No somos fracasados ni parias porque no seguimos los lineamientos fugaces y superficiales del círculo en el que estamos. 

Es paradojal que estemos prisioneros de mandatos externos en tiempos en que los cánones deben desaparecer para que cada uno encuentre su propio modelo, su propio poder, su propia guía.  Alguien debe comenzar.  ¿Por qué no tú?  Te aseguro que la paz y la plenitud que encontrarás no tiene comparación con nada que conozcas, porque viniste a desarrollar tu particular diseño y ser feliz solamente a través de él.  ¿Te atreves?  Aquí estoy para acompañarte.


martes, 2 de febrero de 2016

¿El trabajo devora tu vida? Una reflexión para cuestionarte...

Pasé unos días afuera y no hay nada como salir de la costumbre para ver las cosas con nuevos ojos.  Fue paradójico porque, en medio de las vacaciones, el trabajo estuvo en la mira.  Compartiendo con otras personas, observando sus formas de vida, revaloricé un propósito que sostengo desde hace muchos años: dedicarle poco tiempo.

Comencé a trabajar a los diecinueve y estuve solo ocho años en relación de dependencia.  Aún dentro del “sistema”, me las ingenié para hacer lo necesario y ocupar el resto del tiempo en mis propios asuntos.  Soy muy organizada y rápida, así que era una excelente empleada pero tenía mis prerrogativas.  Cansada de jefes y rutinas, comencé un camino búsquedas e independencia que culminó en reconocer mi vocación, la de Terapeuta.

Siempre tuve una mirada crítica sobre la sociedad y objeté esas cosas que damos por sentado, como si fueran mandamientos escritos en piedra para la eternidad.  Una de ellas era el trabajo:
-      ¿por qué debían ser ocho horas (o muchas más si se quería progresar)?,
-      ¿por qué había que hacer una “carrera” (la misma palabra ya me sacaba urticaria)?,
-      ¿por qué se valoraba el esfuerzo, la competencia, el sacrificio, la exigencia?,
-      ¿por qué había que dedicarse a una misma cosa toda la vida?,
-      ¿por qué nos vendían que estar en una gran empresa era el súmmum de la existencia, por qué nos querían hacer creer que ella era de todos, cuando claramente no era así?,
-      ¿por qué perder la humanidad y querer asemejarse a las máquinas: perfectas, imparables, productivas?,
-      ¿por qué debemos perseguir el éxito, seguir modelos inalcanzables, ser especiales, renegar de lo que somos?
Estos y otras interrogantes me rondaban continuamente.

Cuando el último despido se concretó y decidí ser independiente, me di cuenta de que podía vivir trabajando pocas horas y poniendo mis propias reglas.  Se abrió un mundo y comprendí porqué al sistema le convenía que fuéramos esclavos satisfechos con las celdas.  No sólo el trabajo nos da un sentido de pertenencia, de status, de sentido, sino que además nos permite consumir sin pausas ni cuestionamientos.  Mantiene las cosas girando, mientras nos atiborra de nuevas “necesidades” innecesarias.


No fue fácil tomar un camino diferente.  Ser el propio jefe requiere mucha fuerza, constancia, creatividad, empuje, responsabilidad, motivación.  Tuve unas cuantas caídas, desilusiones, crisis, problemas pero jamás desistí.  Además tuve culpas.  Eso no me lo vine venir: tenemos tan grabado a fuego el “ganarás el pan con el sudor de tu frente” que me sentía mal por trabajar menos, por pasear o mirar televisión en horas laborales, por levantarme más tarde.  También tuve críticas, envidias, desdenes, burlas.  En la medida en que yo aceptaba mi condición, iban disminuyendo o no me importaban.

Obviamente, no fue un lecho de rosas.  Fui pionera y no siempre me salió bien.  No tengo muchas ambiciones, no me gusta el esfuerzo, he privilegiado mi vida interior a la exterior, así que no tengo grandes cosas pero vivo bien y, lo más importante, he hecho lo que he querido.  Además, amo mi vocación y no lo considero “trabajo”: hago lo que soy, me sale natural.

Muchos chicos están tomando esta decisión y lo hacen excelente.  Ya vienen con otro chip y, ya sea dentro de una empresa o creando sus propios emprendimientos, privilegian su tiempo libre, recorrer el mundo, hacer distintas cosas, vivir.  El propósito de este escrito es simplemente que reflexiones acerca de algo que quizás no te has cuestionado y que hace que corras como loco el día entero.  Estar ocupado todo el tiempo es “lo que se usa”.  Es moderno, es sexy, es especial, es necesario. 


¿No es un círculo vicioso?  ¿De qué huyes?  ¿De ti mismo?  Lo que obtienes no sana las heridas, no te da paz ni plenitud, no te conecta con lo esencial, no mejora tus relaciones amorosamente, no es útil a tu evolución.  Detente un momento, respira, vuelve a tu corazón y pregunta.  La respuesta puede ser suave y apenas perceptible pero tiene el poder de un destino:  ¿Cómo quieres vivir?