Cuando era niña, tenía un muñeco bebé que movía los ojos; en
ese tiempo y en una pequeña ciudad del interior, eran raros, así que lo
atesoraba más todavía. Un día, en un
ataque de furia, lo azoté contra el piso.
Luego, fui a buscarlo y uno de los ojitos se había roto. Me impresionó mucho esa situación: había
destruido algo hermoso en un segundo de enojo e inconciencia.
Sirvió para no hacer lo mismo nunca más. Tuve que aprender más tarde que lo que se
dice en estados alterados también puede ser destructivo, tanto para uno como
para otros. Recordé esto a propósito de
lo que charlamos con algunos pacientes: acostumbramos a decir en voz alta (y en
lo interno) cosas altamente dañinas de nosotros mismos, sin darnos cuenta de
que nuestros Niños Internos las están escuchando. Así, los continuamos vulnerando y arruinamos
lo que nos proponemos constantemente. Aprendamos
palabras y expresiones afectuosas, entusiastas, motivantes. Vivamos en un mundo amable.
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