Tanto en lo personal como en lo profesional, observo que hay días (como los actuales) en que es necesario mantener una visión, una actitud, una terapia, un proyecto.
Cuando todo está marchando, es fácil continuar; es más, tendemos a “subirnos al caballo” y creernos que ya lo conseguimos, que somos geniales, que las puertas del Cielo se abrirán de par en par.
Cuando llegan las resistencias, los malos momentos, las contramarchas, los nuevos aprendizajes… también llegan los bajones, las renuncias, los viejos hábitos, los descontroles.
En principio, se trata de aceptar lo que sucede. Dramatizar, exagerar o desistir no sirve. Algo está sucediendo, así que mejor es tomarlo en cuenta. ¿De qué se trata? ¿Alguna defensa, algún aspecto que quiere hacerse escuchar? ¿Algo nuevo que considerar y estamos evitando? ¿El lógico ritmo del tiempo, que fluye y refluye? ¿Cosas que liberar? ¿Oportunidades de aprender paciencia, confianza, perseverancia? ¿Nos regodeamos en el placer de lo negativo y el sufrimiento?
Estos son momentos de reconsiderar, de reflexionar, de observar para hacer cambios, de conocerse más intensamente. Son preciosos tiempos para nutrir la idea original, para tomar fuerzas, para profundizar, para exhalar lo viejo e inhalar nuevos aires que sustenten lo que deseamos.
Cuando nada pasa o todo pasa y no queremos hacer nada, significa que es tiempo de sostener lo que queremos ser o lograr, de mimarnos, de confiar. Te lo digo y me lo digo. Hace poco, leí que, en los peores momentos, parece que Dios nos abandona, que estamos solos. Y es así. Esto tiene un propósito: debemos aprender a ser fuertes, confiados, amorosos y sabios por nosotros mismos. Si no, Dios se convierte en un bastón, en el Padre que nos saca de problemas y así no permite que crezcamos y nos hagamos responsables y creadores de nuestra propia vida.
Somos a imagen y semejanza: Él nos quiere como Él.
jueves, 7 de agosto de 2008
Sosteniendo la tensión
Publicado por Laura Foletto en 21:01
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