Tanto en las tragedias como en los cuentos de hadas, tenemos tres roles bien definidos: la víctima (Cenicienta), el dominador (la madrastra) y el salvador (el príncipe). Adoramos estos cuentos (y películas y libros…) porque nos permiten seguir durmiendo en estos juegos de poder, tomándolos como naturales: la Vida es así. Gracias a Dios, no es así, pero tenemos que comprender en cuáles estamos involucrados para poder salir de ellos.
Vamos a analizar un poco cada uno:
· La víctima: su juego es “si me amaran, todo estaría bien: el amor resuelve todos los problemas”. Para eso, va perdiéndose de sí misma, borrando su ser real y adoptando patrones de comportamientos que le permitan obtener cariño, protección, aprobación. Se presenta como débil y utiliza este rol como un medio para dominar. Sus idealizaciones son “la sacrificada, la modesta, la amorosa, la santa”.
Difícilmente, una víctima reconozca que lo es. Tenderá a sentirse orgullosa de lo buena que es, se rebajará para que los demás brillen, se quejará (o no) de lo que hace por los demás, pero manipulará con la culpa, la indefensión, la bondad a todos.
· El dominador: su juego es “el poder y la independencia resolverán mis problemas”. Para eso, tratará de volverse tan fuerte e invulnerable, tan autónomo y carente de emociones, que nada ni nadie podrá tocarlo. Sus idealizaciones son “el triunfador, el ganador, el perfecto, el poderoso”.
Tenderá a tomar como débiles a quienes muestran emociones y se avergonzará si las siente. Odia el fracaso (tanto como la víctima lo ama, porque esto le permite continuar su juego), es rígido, racional, objetivo, agresivo.
Como habrás adivinado, este juego es normal en los matrimonios. Uno y otro se necesitan mutuamente y ninguno romperá el tácito pacto que han hecho para mantener sus roles. Está de más decir que ni uno es “tan bueno” ni el otro “tan malo”.
A veces, hay personas desgarradas entre estos dos aspectos que encuentran una salida recurriendo a un tercer papel:
· El retraído: su juego es “miro desapegada y benévolamente a todos, sin involucrarme ni dejándome afectar por ellos”. Tratará de distanciarse de los conflictos en una falsa serenidad que se verá alterada continuamente.
· El salvador: su juego es “si me ocupo de los demás y no de mí resolveré mis problemas”. Piensa que debe anteponer las necesidades de los otros a las suyas, que debe dar para recibir, que debe ganarse el afecto de los demás.
Niega o reprime sus propias necesidades, sufrimientos e inseguridades para solventar los de los otros. Es típico de los hijos con respecto a su madre/padre víctima y de muchos psicólogos, asistentes sociales, terapeutas, voluntarios, cuidadores: es el “sanador herido”.
Todos tenemos estos roles incorporados en distintas medidas y podemos pasar de uno al otro según con quienes estamos y las circunstancias, pero uno es el que predomina.
¿Cuál es el origen de estos aspectos? El amor, el poder y la serenidad son atributos divinos que trabajan en armonía. Cuando somos niños, nos enfrentamos con la desilusión, el desamparo y el rechazo, tanto reales como imaginarios. Esto crea inseguridad y falta de confianza, lo cual tratamos de superar recurriendo a una de estas “soluciones”: idealizamos una forma de ser y actuar. Con esto, provocamos en realidad actitudes de sumisión, de agresividad, de retraimiento, de salvación, creando un círculo vicioso: mientras menos logramos el objetivo, más dudamos de nosotros y más nos esforzamos en la solución equivocada.
Es necesario reconocer este conflicto y el dolor subyacente. Huir de él sólo lo aumenta. Soltar las idealizaciones es fundamental. Nadie puede con ellas, ya que son inhumanas y producto de los desvelos del Ego por buscar amor y aprobación. Se trata de un largo proceso de búsqueda de uno mismo y de conciencia de los problemas y actitudes. Por supuesto, la recompensa es maravillosa: el encuentro con el Ser real, con sus enormes valores y capacidades para vivir amorosa, poderosa y serenamente en armonía. Te acompaño en el camino.
miércoles, 20 de agosto de 2008
¿En cuál rol estás atrapado?
Publicado por Laura Foletto en 16:38
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