Estos días estuve charlando bastante acerca de la libertad (ahora me doy cuenta). Conté en una charla con amigos que, cuando terminó la dictadura e iba a comenzar el primer gobierno democrático después de mucho tiempo, yo me sentía extraña, ansiosa, perturbada y no entendía porqué. Lo charlé con mi terapeuta y llegamos a la conclusión de que… la libertad me daba miedo.
¡Así somos los seres humanos! Cuando los caminos están cerrados o acotados, no hay demasiadas opciones: o los seguimos o nos rebelamos. Pero, ¿qué sucede si todas o la mayoría de las sendas están abiertas? Depende de nosotros. Tenemos libre albedrío. Somos quiénes deseamos ser y vamos adonde queremos. Esto asusta y, generalmente, terminamos buscando instituciones, empresas, personas que nos vuelvan a “contener”, a esclavizar a cambio de tranquilidad y seguridad.
La libertad me atemorizaba, pero también me fascinaba. Así como había tomado ciertas porciones de libertad durante la dictadura (y de niña también), me atreví a ir por más, a desafiar los preconceptos y prejuicios y seguir mi propio rumbo.
Desde hace un tiempo, siento que la opción ha vuelto a mi vida, más fuerte que nunca. Es como si hubiese llegado al final del camino que comencé… no sé… cuando nací, diría. Sé que abrí la puerta a esto hace unos años, pero es hora de franquear el umbral y comprometerme plenamente. De eso se trata en el fondo: de un compromiso conmigo misma (en el Todo que Yo Soy), con las personas que me rodean o acuden a mí, con la Tierra.
Y la marca más poderosa y notable de esta hermosa responsabilidad es el AMOR. No estoy hablando del amor de violines y palabras azucaradas, sino del amor hecho carne, alma, corazón, de ése que se respira y se echa a andar, ese amor que te habita y acepta, valora, sonríe, llora, muta, trasciende, libera, significa, calla, grita, abraza. Por eso, hoy:
Yo me comprometo a recibir amor, dar amor y ser amor.
Me comprometo a derramar el amor por todo el mundo y me comprometo a manifestar, en mi servicio al proceso de transición del planeta y de la humanidad, la conexión de mi corazón divino con Dios/Diosa.
¡Así somos los seres humanos! Cuando los caminos están cerrados o acotados, no hay demasiadas opciones: o los seguimos o nos rebelamos. Pero, ¿qué sucede si todas o la mayoría de las sendas están abiertas? Depende de nosotros. Tenemos libre albedrío. Somos quiénes deseamos ser y vamos adonde queremos. Esto asusta y, generalmente, terminamos buscando instituciones, empresas, personas que nos vuelvan a “contener”, a esclavizar a cambio de tranquilidad y seguridad.
La libertad me atemorizaba, pero también me fascinaba. Así como había tomado ciertas porciones de libertad durante la dictadura (y de niña también), me atreví a ir por más, a desafiar los preconceptos y prejuicios y seguir mi propio rumbo.
Desde hace un tiempo, siento que la opción ha vuelto a mi vida, más fuerte que nunca. Es como si hubiese llegado al final del camino que comencé… no sé… cuando nací, diría. Sé que abrí la puerta a esto hace unos años, pero es hora de franquear el umbral y comprometerme plenamente. De eso se trata en el fondo: de un compromiso conmigo misma (en el Todo que Yo Soy), con las personas que me rodean o acuden a mí, con la Tierra.
Y la marca más poderosa y notable de esta hermosa responsabilidad es el AMOR. No estoy hablando del amor de violines y palabras azucaradas, sino del amor hecho carne, alma, corazón, de ése que se respira y se echa a andar, ese amor que te habita y acepta, valora, sonríe, llora, muta, trasciende, libera, significa, calla, grita, abraza. Por eso, hoy:
Yo me comprometo a recibir amor, dar amor y ser amor.
Me comprometo a derramar el amor por todo el mundo y me comprometo a manifestar, en mi servicio al proceso de transición del planeta y de la humanidad, la conexión de mi corazón divino con Dios/Diosa.
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