“La mayoría
de los psicólogos humanistas existenciales creen hoy día que un aspecto
universal de la naturaleza humana es el impulso de crecer, de potenciarse y
realizarse y de ser todo lo que uno es capaz de llegar a ser. Si consideramos
exacto este punto de vista, es entonces obviamente necesario explicar porqué la
mayoría de las personas no se desarrollan hasta su máximo potencial interno. A
medida que nos afirmamos en nuestro conocimiento psicoanalítico y trascendemos
a Freud, inevitablemente llegamos al descubrimiento de lo que he llamado “el
inconsciente sano”. Para formularlo simplemente, no solo reprimimos nuestros
impulsos peligrosos, desagradables o amenazadores, sino que a menudo reprimimos
nuestros mejores y más nobles impulsos.
Desafortunadamente,
es omnipresente en nuestra sociedad. Con frecuencia, la persona más inteligente
es ambivalente sobre su inteligencia. A veces, puede incluso denegarla
totalmente en un esfuerzo para parecer una persona común o perteneciente a la
media, por huir de su destino. Las defensas contra la paranoia -o quizás, dicho
con más precisión, contra el orgullo o la soberbia pecaminosa- se hallan
presentes en nuestros conflictos internos. Por una parte, la persona tiene una
tendencia normal a la auto expresión abierta y alegre, a la realización de sus
mejores tendencias. Sin embargo, se encuentra frecuentemente en situaciones en
las que debe camuflar estas mismas capacidades.
Una
afirmación de la propia superioridad -aunque esté incluso justificada, sea
realista y esté demostrada- se vive a menudo por parte de los demás como una
afirmación del dominio del que habla y la demanda concomitante de subordinación
por parte del que escucha. No es pues sorprendente que quien escuche rechace
dicha afirmación y se vuelva agresivo. En consecuencia el individuo superior se
quita méritos a sí mismo para evitar el contraataque de los demás.
Sin
embargo, el problema también se nos presenta a todos. Todos nosotros debemos
sentimos suficientemente fuertes o tener suficiente amor por nosotros mismos para
ser creativos, para lograr nuestras metas, para realizar nuestros potenciales.
En consecuencia, cualquiera se deja arrastrar a un conflicto entre su tendencia
intra psíquica normal a desarrollarse en toda su plenitud y la toma de
conciencia socialmente adquirida de que los demás estén dispuestos a considerar
su verdadera estatura como una amenaza a su propia autoestima.
Podría
decirse que la persona a la que llamamos neurótica se impresiona tanto con la
posibilidad del castigo -está tan asustada de la hostilidad que pueda suscitar-
que, en efecto, abandona capacidades más elevadas, su derecho a desarrollarse
hasta pleno potencial. Para evitar el castigo, se hace humilde, zalamero,
congraciador o incluso masoquista. En resumen, debido al miedo al castigo por
ser superior, se hace inferior y echa por la borda parte de sus capacidades: es
decir, voluntariamente disminuye sus posibilidades de humanidad. En aras de la seguridad y de la sensación de
seguridad, se mutila y se atrofia a sí mismo.
Sin
embargo, es imposible negar completamente nuestra naturaleza más profunda. Si
no se muestra en una forma directa, espontánea, desinhibida y suelta, debe
inevitablemente expresarse de una forma oculta, encubierta, ambigua e incluso
furtiva. Y cuando menos, las propias capacidades perdidas se expresarán en
sueños perturbadores, en asociaciones libres inquietantes, extraños deslices
verbales o emociones inexplicables. Para esa persona, la vida se convierte en
una continua lucha, en un conflicto. Si
la persona neurótica ha renunciado con determinación a desarrollar sus
potenciales y su autorrealización, típicamente parece “buena”, humilde,
modesta, obediente, reservada, tímida e incluso retraída.
Este
modelo nos ayudara a entender a la persona neurótica de otro modo. Principalmente
como alguien que se despliega simultáneamente en búsqueda de su derecho de
nacimiento a la plena humanidad, queriendo desarrollarse hacia la
autorrealización y la plenitud del ser, pero que, limitada por el miedo,
disfrazara u ocultara sus impulsos normales y los contaminara con una mezcla de
culpabilidad, con la que alivia su miedo y apacigua a los demás. Podría decirse
en este caso que se “evade el propio crecimiento”, es decir, se está eludiendo
la tarea en la que encaja su peculiar constitución idiosincrática, la tarea
para la que ha nacido. Esta evadiendo su destino.
Por ello,
el historiador Frank Manuel ha llamado a este fenómeno El Complejo de Jonás.
Recordemos que en el relato bíblico de Jonás, éste fue llamado por Dios para
ejercer el don de la profecía, pero tuvo miedo de su tarea. Intentó huir de
ella, pero huyera donde huyera, no podía esconderse en ningún lugar. Al fin
entendió que tenía que aceptar su destino, tenía que hacer lo estaba llamado a
hacer. En ese sentido, cada uno de nosotros
somos llamados a una tarea particular en la que encaja nuestra naturaleza. Huir
de ella, temerla, adoptar una actitud a medias o ambivalentes son, todas ellas,
reacciones “neuróticas” en el sentido clásico de la palabra.
Sin
embargo, desde otra perspectiva, es posible ver estos mecanismos como ejemplos
de nuestro impulso hacia la salud, la autorrealización y la plena humanidad. La
diferencia entre la persona disminuida que anhela con melancolía la plena
humanidad, pero que nunca se atreve a realizarla, frente a la persona liberada
que se desarrolla encaminándose hacia su destino es simplemente la diferencia
entre el miedo y el valor.
Puede
decirse que la neurosis es el proceso de autorrealizarse bajo el imperio del
miedo y la ansiedad. Por tanto, puede considerarse que se trata del mismo
proceso universal y sano, pero obstaculizado, bloqueado y encadenado. Estas
personas neuróticas puedan sin duda considerarse como personas que se mueven
hacia la autorrealización, a pesar de que cojean en lugar de correr y
zigzaguean en lugar de avanzar directamente.”
Por Abraham Maslow
Este tema
surgió con una paciente, acerca de su miedo a “brillar”. Desde un punto de
vista espiritual, encuentro que lo que Maslow denomina “una defensa contra el
orgullo o la soberbia pecaminosa” se conecta con episodios de habernos subido
al Ego (en esta vida o en otras) y creernos superiores, mejores, distintos al
resto, y habernos beneficiado de ello.
Tememos volver a repetirlo. Otra
forma de rebajarnos es pensar que somos muy poca cosa, que no nos merecemos un
“destino de grandeza”, que nos falta mucho.
Paradójicamente, los dos extremos se tocan y nos inhiben de conectarnos
con los aprendizajes del Ser y de nuestras posibilidades actuales.
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