¿La vida es una casualidad? ¿No pediste nacer de estos padres, en este
país, en este ambiente? ¿Por culpa de
esas circunstancias externas, tú eres como eres? ¿Por un capricho del destino, has tenido
determinados accidentes, problemas y encuentros? ¿Lo que puedes optar es muy poco, porque casi
todo es un azar que te arrastra sin control?
¿La vida es una causalidad? ¿Decidiste tener estos padres en este entorno
porque te darán las oportunidades de desarrollar los aprendizajes y vivencias
que deseas atravesar en esta vida? ¿Has
determinado encontrarte con ciertas personas para la mejor evolución de
todos? ¿Lo que te sucede es consecuencia
de tus elecciones y, por lo tanto, puedes cambiarlo?
¿Qué crees? Lo que decidas
definirá tu vida, no lo que es. Si llueve y te enojas o te alegras, seguirá
lloviendo pero tú te sentirás distinto.
De la misma forma, el “sistema” que rige la Vida continuará, pero la
forma en la que lo interpretes delimitará la forma en la que lo
experimentas. Como en el viejo cuento
del hombre que va a ver a un abogado por una demanda: al preguntarle si tiene
oportunidades de éxito, el profesional le señala una pared llena de textos y le
dice: “todos estos libros se lo aseguran”.
Al perder el juicio, el cliente furioso le increpa al abogado y este le
muestra otra pared y le responde: “no le dije que todos estos otros libros se
lo niegan”. Cada teoría tiene sus defensores y detractores. Puedes discutir eternamente acerca de la
casualidad o la causalidad pero lo que no puedes es ser indiferente.
En este
mundo veloz, pocas personas se toman el tiempo de reflexionar acerca de estas
cuestiones. El problema es que ellas
influyen muchísimo en quien eres y cómo vives.
La sociedad occidental y cristiana no cree en la causalidad, por
ejemplo. Esto afecta tu visión del mundo
directamente porque das por supuesto ciertas cosas que pueden ser de otra
manera. Si hubieras nacido en la India,
tendrías otras convicciones. La clave es desapegarte de tu contexto y
pensar por ti mismo. ¡Qué trabajo!
Acostumbramos tragar cualquier cosa previamente masticada por otros sin
chistar porque es más fácil, pero puede ser muy indigesto ya que eso no
contempla tu propio cuerpo y sus necesidades.
Una
excusa común es que, como no sabemos, es mejor no pensar. ¿Conoces cómo funciona la electricidad? La mayoría no lo sabe, lo cual no le impide
usarla de mil formas distintas. Supongamos
que es una cuestión de dogma: creer en ella o no, ¿cambiaría su
existencia? Si pones un dedo en un
enchufe, te electrocutarías igual. Todo sigue siendo lo que es, pero tu
definición hace que uses ese conocimiento para tu mayor bien.
Lo mismo
sucede con otros temas ríspidos como la reencarnación, la ilusión de lo
material o Dios. Sin entrar a discutir
su existencia o no, lo que concluyas acerca de ello modificará tu vida
sustancialmente. Hay una enorme
diferencia entre pensarte como una hoja en la tormenta, manejada por invisibles
vientos más allá de tu control, o como un ser multidimensional, con un propósito
divino, guiado y protegido. Hay un gran
contraste entre concebir que tienes una sola vida o muchas oportunidades de
aprendizaje y evolución. Y otro mayor
entre entender que continúas luego de la muerte o que todo se acabó ahí.
Ninguno
es bueno o malo. Incluso cierto o
falso. ¿Quién eres tú para determinarlo?
Justamente, tú eres el que vive esta existencia, el que llora y ríe, el
que sueña y se desilusiona, el que se alegra y se enoja, el que busca abrirse a
su esencia y vivir de acuerdo a ella, sin mandatos ni condicionamientos
externos. Comprendí eso hace muchísimos
años, cuando me di cuenta de que era un “bicho raro” y que las consecuencias de
mis decisiones las iba a vivir yo y no quienes me criticaban. Así, resolví
continuar pensando por mí misma y ser fiel a lo que creía. Esa crucial solución clausuró la oposición en
mi interior y en el exterior: finalmente, lo de afuera es un espejo de lo de
adentro (otro paradigma discutido). ¿Qué decides tú?
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