martes, 20 de octubre de 2015

Eres importante: ¡cuídate!

Si sé que determinada comida me cae mal, ¿por qué la como?  Si conoces los peligros del cigarrillo, ¿por qué fumas?  Si sabemos que las emociones desbordadas nos perjudican, ¿por qué nos dejamos llevar sin intervenir?  ¿El sufrimiento es más interesante que el placer?  ¿Tánatos es más fuerte que Eros?  ¿El mal supera al bien?

Debe haber muchas explicaciones pero el último tema es particularmente desafiante.  Aunque pregonamos (con las religiones asegurándolo) que Dios es Amor y triunfa ante todo, en la realidad creemos que la maldad tiene mucha más fuerza que la bondad.  Tememos a las expresiones de crueldad.  Los mansos son buenudos y terminan siendo usados.  Escondemos, negamos o enmascaramos las facetas negativas pero las sacamos a relucir cuando las necesitamos.  Vivimos en la hipocresía y la pagamos con culpas, castigos y enfermedades.

Confundimos firmeza con autoritarismo y aceptación con cobardía, serenidad con vacío y alegría con diversión.  La adrenalina del peligro y el estrés, de la emocionalidad y la volubilidad nos hace pensar que estamos “vivos” y que somos libres y decididos, cuando en verdad somos prisioneros de mandatos, publicidades e inseguridades.  Al no aceptar el combo completo, terminamos siendo menos de lo que somos y entonces la brújula que determina qué es beneficioso y qué es dañino se acaba estropeando.

Si no, ¿cómo es posible que aguantemos años en trabajo y/o parejas que nos menoscaban y angustian?  Nos conformamos con lo que nos “tocó”, en una resignación que nos disminuye.  La falta de autoestima y propósito parece ser una situación inefable de nuestra condición humana.  En una sociedad consumista, somos lo que compramos y el estado interior es una quimera que no interesa.  Sin embargo… aquí estamos… anhelando la plenitud, la completitud, la integración…



¿Cómo comenzar?  Para poder amarnos, debemos cuidarnos.  Hemos sistematizado el maltrato, el sacrificio, la ofensa, la humillación hacia nosotros mismos y hacia otros y de otros hacia nosotros.  Está tan arraigado que nos cuesta darnos cuenta de que muchas conductas cotidianas socavan nuestro amor propio y nuestras posibilidades de felicidad y creatividad.  Voy a listar algunas:

-      Comer de más o de menos o lo que nos hace mal; dormir poco o mucho o mal; no tomar descansos; trabajar sin organización ni cuidado.
-      Creer que la alegría y la plenitud pasan por la diversión desenfrenada, las compras, el alcohol o las drogas.
-      Exigirnos, disminuirnos, ser perfeccionistas, denigrarnos.
-      Tener pensamientos negativos constantemente; desbordarnos sin aprender a manejar las emociones; estar descentrados, corriendo de una idea a otra o de una persona a otra.
-      Victimizarnos, sacrificarnos, opacarnos para que otros brillen.
-      Normalizar la violencia, la agresión, el insulto, la falta de respeto.
-      No tener objetivos, sueños, propósitos; no desplegar el potencial que traemos; creernos menos que los demás o sin sentido.
-      Culpar a los padres, al origen social, a las desgracias pasadas, al carácter, a los demás, a lo que sea, por lo que nos sucede, sin tomar responsabilidad.
-      Querer cambiar a otros; hacerlos sentir culpables o malos; generar discordia, chismes.
-      Evolucionar a través del sufrimiento y la lucha; no usar la conciencia y la guía del Ser.

¿Y qué puedes hacer? 
-      Cuida tu cuerpo.  Libéralo de las cargas psicológicas que se transforman en síntomas y enfermedades, habla con él, confía en que puede autorregularse y sanarse.  Mímalo, consiéntelo, respira, busca lo que le hace bien, dale descanso y placer (estará
-       contigo hasta tu último suspiro, es el traje biokármico que te conecta con tu Ser interior y con Todo Lo Que Es). 
-      Acéptate, descúbrete, ámate, cree en ti, suelta tu potencial.
-      Elige claramente cómo quieres vivir y trabaja en ello, confiando en que lo lograrás.
-      Comparte, colabora, participa, acompaña, ama, sin perderte y sin invadir.

-      Siéntete una chispa de Luz, con un propósito divino, guiado y protegido siempre.

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