Si sé que determinada comida me cae mal, ¿por qué
la como? Si conoces los peligros del
cigarrillo, ¿por qué fumas? Si sabemos
que las emociones desbordadas nos perjudican, ¿por qué nos dejamos llevar sin
intervenir? ¿El sufrimiento es más
interesante que el placer? ¿Tánatos es
más fuerte que Eros? ¿El mal supera al
bien?
Debe haber muchas explicaciones pero el último tema
es particularmente desafiante. Aunque
pregonamos (con las religiones asegurándolo) que Dios es Amor y triunfa ante
todo, en la realidad creemos que la maldad tiene mucha más fuerza que la
bondad. Tememos a las expresiones de
crueldad. Los mansos son buenudos y
terminan siendo usados. Escondemos,
negamos o enmascaramos las facetas negativas pero las sacamos a relucir cuando
las necesitamos. Vivimos en la
hipocresía y la pagamos con culpas, castigos y enfermedades.
Confundimos
firmeza con autoritarismo y aceptación con cobardía, serenidad con vacío y
alegría con diversión. La adrenalina del peligro y el estrés, de la
emocionalidad y la volubilidad nos hace pensar que estamos “vivos” y que somos
libres y decididos, cuando en verdad somos prisioneros de mandatos,
publicidades e inseguridades. Al no
aceptar el combo completo, terminamos siendo menos de lo que somos y entonces
la brújula que determina qué es beneficioso y qué es dañino se acaba
estropeando.
Si no, ¿cómo es posible que aguantemos años en
trabajo y/o parejas que nos menoscaban y angustian? Nos conformamos con lo que nos “tocó”, en una
resignación que nos disminuye. La falta
de autoestima y propósito parece ser una situación inefable de nuestra
condición humana. En una sociedad
consumista, somos lo que compramos y el estado interior es una quimera que no
interesa. Sin embargo… aquí estamos…
anhelando la plenitud, la completitud, la integración…
¿Cómo comenzar?
Para poder amarnos, debemos
cuidarnos. Hemos sistematizado el
maltrato, el sacrificio, la ofensa, la humillación hacia nosotros mismos y
hacia otros y de otros hacia nosotros.
Está tan arraigado que nos cuesta darnos cuenta de que muchas conductas
cotidianas socavan nuestro amor propio y nuestras posibilidades de felicidad y
creatividad. Voy a listar algunas:
-
Comer de más o de menos o
lo que nos hace mal; dormir poco o mucho o mal; no tomar descansos; trabajar
sin organización ni cuidado.
-
Creer que la alegría y la
plenitud pasan por la diversión desenfrenada, las compras, el alcohol o las
drogas.
-
Exigirnos, disminuirnos,
ser perfeccionistas, denigrarnos.
-
Tener pensamientos
negativos constantemente; desbordarnos sin aprender a manejar las emociones;
estar descentrados, corriendo de una idea a otra o de una persona a otra.
-
Victimizarnos,
sacrificarnos, opacarnos para que otros brillen.
-
Normalizar la violencia, la
agresión, el insulto, la falta de respeto.
-
No tener objetivos, sueños,
propósitos; no desplegar el potencial que traemos; creernos menos que los demás
o sin sentido.
-
Culpar a los padres, al
origen social, a las desgracias pasadas, al carácter, a los demás, a lo que
sea, por lo que nos sucede, sin tomar responsabilidad.
-
Querer cambiar a otros;
hacerlos sentir culpables o malos; generar discordia, chismes.
-
Evolucionar a través del
sufrimiento y la lucha; no usar la conciencia y la guía del Ser.
¿Y qué
puedes hacer?
-
Cuida tu cuerpo. Libéralo de las cargas psicológicas que se
transforman en síntomas y enfermedades, habla con él, confía en que puede
autorregularse y sanarse. Mímalo,
consiéntelo, respira, busca lo que le hace bien, dale descanso y placer (estará
-
contigo hasta tu último suspiro, es el traje
biokármico que te conecta con tu Ser interior y con Todo Lo Que Es).
-
Acéptate, descúbrete,
ámate, cree en ti, suelta tu potencial.
-
Elige claramente cómo
quieres vivir y trabaja en ello, confiando en que lo lograrás.
-
Comparte, colabora,
participa, acompaña, ama, sin perderte y sin invadir.
-
Siéntete una chispa de Luz,
con un propósito divino, guiado y protegido siempre.
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