Cuando tenía veintidós años, tuve un par de cólicos hepáticos, junto con muchos problemas digestivos. Un cirujano me quiso operar y un médico me dijo que tendría que tomar pastillas siempre. No hice ninguna de las dos cosas y me dediqué a investigar sobre nutrición. En estos casi cuarenta años, he conocido toda clase de modas y teorías, pero nunca el tema ha sido tan masivo como ahora.
Alimentos mágicos, alimentos demonizados, hipótesis conspirativas, creencias evolutivas contrapuestas, fanatismos varios, abundancia de información no siempre verdadera, son moneda corriente de este submundo que involucra una necesidad real (alimentarnos) con otras necesidades más difíciles de evaluar (emocionales, culturales, económicas, etc.).
Un aspecto que se ha incrementado es la suposición de que la comida arreglará… todo. Desde síntomas comunes a enfermedades mortales, desde el ánimo a la calidad de vida, para cualquier cosa hay un alimento o una teoría que repara la máquina y permite que siga funcionando sin inconvenientes. El problema es que el cuerpo no es una máquina, es una metáfora. Manifiesta lo que sucede en los niveles emocionales, mentales y kármicos. En su aspecto más físico, es cierto que funciona mejor con determinada nutrición pero eso no lo salva de la incidencia de lo que sentimos, pensamos o hacemos. Todos conocemos personas jóvenes que se han alimentado sano y hecho deportes y que han fallecido de ataques cardíacos o cáncer y personas que han comido de todo y han sido sedentarios que tienen noventa años y están bien. Los conflictos internos, el sentido de la vida, el destino, la muerte, muchas cosas no se solucionan con comida.
Creo que una de las razones por las que tanta gente se obsesiona con este tema es que brinda un falso sentido de control: “si controlo la comida, tengo el resto dominado”. Es algo inconciente, bien estudiado en la anorexia y la obesidad, pero que ahora se ha extendido al resto. Un mundo más veloz y convulsionado, el estrés, la incertidumbre, los modelos exigentes lo han incrementado notablemente. Los medios y las editoriales lo han advertido y bombardean constantemente con noticias no siempre veraces ni documentadas, sobre todo en Internet. Hay una constante que advertí hace mucho: dan una larguísima lista de síntomas (alguno tendremos) que supuestamente produce determinada sustancia o hábito (parásitos, azúcar, acidez, carnes, hidratos, etc.) y la mágica solución.
Obviamente, la industria ha desnaturalizado la nutrición pero tampoco podemos volver a las cavernas como si no hubiéramos evolucionado en tantos siglos. No somos animales, somos humanos. Humanos divinos. Una conciencia plena, una espiritualidad enraizada, una alegría de vivir, unos vínculos saludables, un amor por nosotros mismos y por los demás es parte del ADN que compartimos y la verdadera fuente de bienestar y salud. Simplificar nuestra herencia maravillosa y sus desafíos a una sola variable (sea cual sea) nos debilita y menoscaba. Al integrar cuerpo, mente y alma, estamos dando un paso adelante en la evolución.
El alimento no es solo la comida. Nos nutrimos de ideas, sentimientos, arte, naturaleza, relaciones, aprendizajes, experiencias, proyectos, obras, amor. Cuidar lo que introducimos a nuestra mente y a nuestros corazones es más importante que lo que introducimos a nuestra boca. Cuidarnos es amarnos. Amemos todo lo que somos y viviremos sanos el tiempo que tenemos asignado. Porque la muerte nos llegará a todos y aceptar este hecho también nos permitirá valorar la vida, sin miedos ni encubrimientos. Nutramos nuestra alma.
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