Es sabido que vivimos en sociedades
patriarcales. A pesar del enorme avance
de la mujer en distintos ámbitos, los valores que se continúan premiando son
masculinos: la razón, la lógica, lo general y grande, la competencia, la rapidez,
el hacer, la impaciencia, la objetividad, el juicio, la tenacidad, la lucha, la
voluntad, el conocimiento de Dios, etc.
Estamos regidos por estas virtudes cada vez más y minimizamos lo que lo
femenino puede aportar. Es más, las
mismas mujeres nos dejamos llevar por ellas y privamos al mundo de lo que
podría no solo equilibrarlo sino sanarlo.
¿Cuáles
son las virtudes femeninas? La afectividad, la belleza, lo pequeño y
particular, lo receptivo, la entrega, la paciencia, la perseverancia, la subjetividad,
el estar, la espera, la suavidad, la intuición, la compasión, la colaboración,
el sentimiento de Dios, etc. Una forma
simple de reconocer cada actitud es visualizar lo más básico: el espermatozoide
se lanza en una carrera, hacia una meta, compitiendo con los demás, mientras el
óvulo está quieto, en espera, eligiendo a quien deja entrar.
Otra manera sencilla de observarlo es que lo
femenino está en el cuerpo y lo masculino en la mente. Mientras los pensamientos corren, planean,
enjuician, el cuerpo está presente, sintiendo, en el detalle. Nos dejamos llevar por la mente y pretendemos
que el cuerpo la siga, forzándolo más allá de sus límites, anestesiándolo para
que no moleste, enfermándolo porque no lo escuchamos.
¿Qué nos
puede aportar lo femenino? Muchas de las cosas por las que tanto nos
preocupamos y que tanto perseguimos, disminuirían su importancia si nos
detuviéramos a sentir si son tan
valiosas como para perder relaciones o momentos de placer y serenidad. La
mente quiere todo ya, se deja conducir por la manipulación y el poder. Bajar esos deseos inmediatos a tierra lleva
tiempo y constancia. El cuerpo y la
materia los precisan para hacerlos realidad. Muchos de esos deseos sucumben
ante ellos porque son superficiales e inducidos por la necesidad de
reconocimiento y seguridad. Solo lo que es verdadero y esencial puede
sobrevivir a la prueba del tiempo. Debemos reconocer la fuerza de la espera y
de la paciencia.
El problema es que las cualidades femeninas están
relacionadas con la pasividad (en el peor sentido). Si se privilegia la acción y la rapidez, se
concluye que lo que no se mueve velozmente es malo. Cuando
se espera, no se está detenido ni estancado.
Se está aguardando el final de la gestación de algo, como una mujer embarazada. Para ello, se necesita estar presente,
atento, paciente. La pasividad, en
este sentido, es una actividad dirigida hacia una misma, hacia la interioridad,
de un carácter vital: es receptividad.
La figura preeminente de la sociedad es el guerrero,
en sus múltiples formas. La lucha contra
algo es considerada valiosa, la competitividad es premiada, la mente astuta es
envidiada. Lo contrario es débil,
apocado, lento, indefenso, complaciente… femenino. La mujer actual tiende a incorporar lo masculino
para sentirse poderosa y luchar en el mundo y con eso pierde su fuerza
esencial. ¿Cuánto más podría lograr si aplicara su natural tendencia a colaborar,
a integrar, a mediar, a suavizar, a seguir la intuición?
¿Necesita el mundo más enfrentamiento y razón? ¿Qué tiene de malo sentarte, escuchar,
contener y acariciar? ¿Rezar,
meditar? ¿Cuidar/te y proteger/te? ¿Respirar, mirar, gustar, sentir? ¿Aceptar/te, entregar/te, fluir? ¿Buscar lo mejor para todos, admitiendo las
diferencias? ¿Actuar con el corazón, con compasión? ¿Te hace más débil o inútil? Lo
femenino tiene un potencial de sanación inconmensurable. La Tierra y la humanidad lo necesitan.
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