Hace poco, me di cuenta de que, cuando conversamos sobre
temas del alma, tendemos a pensarla “adulta”.
¿A qué me refiero? Si estamos hablando
de un bebé o un niño (sobre todo con respecto a enfermedades, muerte, abuso,
carencias graves, etc.), nos conmiseramos tachándolo de injusto, inmerecido,
injustificable, malo.
¿Acaso el alma no está en el trayecto completo, actuando en
cualquier momento, desde el inicio hasta el final? Lo que suceda, ¿no es un diseño de ella,
buscando determinadas experiencias? ¿Y
cuándo comienza a actuar? Desde el mismo
inicio, generando en la semilla las vivencias que concibió desarrollar.
Un niño no está separado de su alma. Por el contrario, hasta más o menos los ocho
años, está muy conectado. Nosotros, los
adultos, somos quienes estamos manejados por el Ego y no vinculados con
ella. Por ello, creemos que lo que le
pasa a un niño (o a un anciano) es arbitrario, casualidad, mala suerte o
infundado.
Muchas veces, aceptar los designios del alma cuando no
cumple nuestras expectativas es difícil.
Pero todo está planeado con el amor más grande, buscando despertar más
amor, comprensión, fuerza, constancia, lo que sea que necesitemos. Confiar es la clave: todo es para nuestro
mayor bien.
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