Ayer, bajando de un tren, en medio de una multitud, vislumbré los piecitos de un bebé, con sus diminutas medias de colores, estirándose y jugando inocente. Me arrasó una ternura en el pecho…
El domingo, lo miraba a mi padre (de 88 años), cansado con tanto calor, pero dispuesto a ayudarme a secar los platos. Le dije que se sentara y descansara. Me conmovió su fuerte fragilidad, su soledad voluntariosa, su disposición a continuar aprendiendo, viviendo.
Anoche, cenaba con un amigo, en el precioso patio de un restaurante, a la luz de las estrellas, rodeados de personas que charlaban distendidas en voz baja, y me comentó que estaba contento con su grupo de trabajo. “Buenos muchachos”. Y se quedó sonriendo en silencio. Luego, me dijo que, a pesar de todo lo que le dolía las bajezas de la humanidad, había muchas actitudes y seres para sentirse feliz.
Me pasa lo mismo. Los piecitos de un bebé, un grupo de personas trabajando, un padre presente, los mails cariñosos que me envían, una cena con un amigo querido, una sonrisa al pasar, la compasión por Haití… es hermoso ser humano divino…
miércoles, 20 de enero de 2010
Caricias para el alma
Publicado por Laura Foletto en 15:33
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3 comentarios:
Y ahora tú, con esta entrada, has despertado mi ternura.
Besos
laura que tal!se nota que sos un una persona muy sensible, que estas pequeñas grandes cosas, te conmueven y no las pasas por alto, es mas las valoras y admiras un beso grande siempre entro a tu blog
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