Acompañé a mi padre a hacer unos trámites y, en un instante, en que estaba de espaldas a mí, vi los pelitos blancos de su cabeza asomarse entre la gorra (que lleva indefectiblemente desde que se inicia el primer frío hasta que se va el último… y un poco más) y el montón de ropa que cubría su cuello. Me invadió una enorme ternura, una oleada de calidez llena de reconocimiento y cariño.
Después, fuimos a almorzar y, charlando de todo un poco, me cuenta que se hizo un almuerzo que le había enseñado (si bien sabe cocinar, no tiene mucha idea de qué hacerse porque mamá siempre fue la que ideó las comidas) y le había salido mucho. Se ríe y me dice: “¡Pero al final me lo comí todo! ¡Dios me conserve el estómago!”. Me fascinó su voluntad de vivir, de aprender, de disfrutar a pesar de todo.
Cuando tenía unos 75 años, empezó a hacer planes para construir un departamento en un local que tiene al lado de la casa. Mamá se opuso porque era mucha inversión, trabajo y no quería inquilinos, pero él tiene proyectos todo el tiempo. A pesar de que, como todo canceriano, recuerda continuamente su pasado, siempre tiene en cuenta el futuro.
Hace un tiempo, tuvo que ir al Microcentro. Él vive en una pequeña ciudad del conurbano, muy tranquila y rutinaria. Volvió encantado con el ruido (¡tenía 83 años!), la variedad, la multitud, los negocios, el movimiento. Me dijo: “Uno aquí encerrado se olvida que hay otro mundo, más interesante y entretenido”.
Un día, había estado caminando por otro barrio cercano, en primavera, con muchos árboles y jardines. Me llamó por teléfono emocionado: “¡Que precioso lugar! El sol brillaba entre los árboles y había flores de todos colores. ¡Qué lindo es caminar y sentir el sol, el vientito, mirar todo! Cuando uno es joven, no se da cuenta de esas cosas; sólo trabaja y hace lo que tiene que hacer; se pierde todo eso. ¡Que linda es la vida!”.
Cada vez que lo llamo, me atiende alegre y cariñosamente. No me exige nada, pero está dispuesto a dar todo. Me llevé muy mal con él durante unos cuantos años, hasta que un día me brotó un odio incontrolable. Salieron a la superficie las palizas, los gritos, las palabras hirientes, las conductas violentas y desconsideradas (acuciadas por actitudes de mamá) y decidí no taparlo. Cuando iba a su casa, sólo escuchar su voz me ponía furiosa, me llenaba de ira. Me la aguanté y comencé a trabajar mi rabia, tanto con él como en general.
Pasaron los meses y entré a un lugar en donde hice un corte con los aspectos negativos y proyectados con los padres. Cuando lo hice con él, comprendí que él me había lastimado tanto como yo a él. Le pedí perdón y, aunque yo no pude perdonarlo en ese momento, entregué a mi alma la intención de hacerlo pronto. Ese fin de semana, fui a su casa. Cuando me vio, me abrazó. Era la primera vez que lo hacía. Me paralicé, congelada entre sus brazos, sin poder creerlo. Se mostraba cálido e interesado en mí. No entendía nada. Comenté que necesitaba un colchón, porque en ese tiempo me había separado y dormía en un chatísimo colchón en el piso. Al otro día, mi madre me llama diciendo que papá me quería dar lo que necesitara. Fuimos a una mueblería y me compró la cama, el mejor colchón que encontramos, dos juegos de sábanas y almohadas. Nunca me había comprado nada.
Comprendí que su conducta tenía que ver con mi actitud hacia él. Cuando lo liberé, él pudo ser la persona que siempre había sido pero yo no podía ver, con todas mis proyecciones y traumas cegándome. Antes de eso, había soñado muchas veces con enfrentarlo y decirle todas mis "verdades" en la cara, descargando mi bronca y mi dolor. Unos meses después del corte, charlando acerca de un vecino, me dice compungido: "Cuando uno es padre, hace cosas pensando que es lo mejor para los hijos, sin saber realmente, porque así lo hicieron con uno, porque es lo que le sale. Después, se da cuenta que se equivocó y vive arrepentido, pero ya es tarde". Se le llenaron los ojos de lágrimas. Ahí lo tenia, a mi merced... y lo único que me salió fue abrazarlo y decirle que estaba todo perdonado, que se olvidara, que había sido un buen hombre haciendo lo que pudo, que yo estaba contenta de que fuera mi padre.
Cuando cumplió 80 años, le hice un "librito" lleno de fotos familiares y de revistas, con una biografía medio en serio, medio en broma. Estaba feliz y orgulloso, se lo mostraba a cualquiera. Me la pasé la mitad de mi vida deseando que me aprobara, que me reconociera. Cuando no me importó más e hice lo que quería sin esperar nada, me llegó su satisfacción y su aplauso sinceros, queriendo compartirlo con todos.
¡Te quiero, papá! ¡Gracias!
viernes, 27 de julio de 2007
¡Te quiero, papá!
Publicado por Laura Foletto en 18:21
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Me has emocionado.
¡Cuánta sabiduría, cuánto amor y cuánta Verdad en tu comentario!
Dijo un poeta indio que cuando experiento BELLEZA, es la verdad. Todo este relato es BELLO.
Un abrazo
Conchi (desde España)
¡Gracias, Conchi! Siempre tienes el tiempo para aportar tu comentario amoroso.
Estoy de acuerdo contigo que la VERDAD es BELLA.
Besos desde el alma.
¿Sabes lo que sucede? Que me identifico con todos tus comentarios. Es como si hubieras estado en mi piel, o yo en la tuya. Debe de ser por aquello que dijo Hesse:
"Hay personas "especiales" desperdigadas por el mundo, que, en un momento determinado, se encuentran y conectan".
Acabo de publicar mi libro. Ya sabes que en él hago referencia a tu espacio y a ti, cuando me refiero al "¿por qué a mi?" . Trataré de enviarte un ejemplar.
Te paso el enlace en un centro comercial de España:
http://www.elcorteingles.es/libros/producto/libro_descripcion.asp?CODIISBN=6532655062
Un abrazo
Conchi (la "i" por respeto :-))
Publicar un comentario