En medio de tantas
potentes efusiones de energía, muchos sueños han caído y muchas ilusiones se
han desvanecido. El panorama que podríamos haber previsto hace años no es
el que se presenta. Planificamos, creímos, visualizamos, trabajamos, hicimos
todo para que se concrete pero no sucedió… y duele intensamente…
Una relación de
amigos, un matrimonio, un puesto ansiado, un emprendimiento, una muerte
repentina, una promesa, un viaje soñado, un proyecto largamente elaborado, una
situación de vida imaginada, un estado idealizado, el fin de una etapa,
cualquier cosa pequeña o enorme en la que hemos puesto lo mejor y lo peor de
nosotros (todo nos constituye) se viene abajo. Puede caer como un rayo o
irse mostrando poco a poco, mientras forcejeamos por detenerlo sin resultado,
pero la realidad es esta, esto es lo que hay.
En una sociedad
que niega la muerte, cuesta hacer el duelo. Tenemos que estar bien, seguir adelante, mostrarnos positivos,
decir palabras sabias y puede que lo consigamos, que sepultemos la tristeza, la
frustración, el desencanto, el dolor, en el fondo de la mente y el corazón por
poco o mucho tiempo, pero en algún momento surgirá, imparable y formidable como
un geiser, como un terremoto.
¿Cómo
afrontarlo, cómo transitarlo?
Los demás, que se ven reflejados en la decepción y el sufrimiento, tratarán de
levantarnos y hacer como si nada sucediera (o se alejarán porque no lo
soportan). Pero no hay nada de malo en ello. ¿Por qué
debemos estar bien todo el tiempo, por qué esta necesidad de sonreír constantemente,
de mostrar una máscara de éxito y superación? Hace mucho, un
director de cine europeo contó que su productor norteamericano, cuando se
saludaban y él le preguntaba cómo estaba, siempre le respondía: “¡¡súper bien,
maravillosamente!!”, seguido de una sonora risa. Este director, que había
pasado por muchos avatares y que vivía en una zona que había sobrevivido a
tantas cosas, se mostraba sorprendido e intrigado: “¿Es que jamás le pasa algo,
que nada lo afecta?”. Parece que hemos seguido la escuela norteamericana…
El fracaso puede
ser un gran maestro. Es más, puede bajarnos del Ego de un plumazo y
acercarnos a la profundidad e integridad del Ser. La melancolía y la
tristeza pueden ser el caldo de cultivo de una creatividad desconocida para
nosotros. La decepción y la desilusión pueden volvernos humildes y
compasivos y abrirnos nuevas puertas. No se trata de vivir en el
sufrimiento sino de aceptar que nos sucederá en algún momento y que podemos
atravesarlo sin huir, sin llenarnos de pastillas, sin enmascararnos, sin
desensibilizarnos, sin destruirnos.
La palabra es “aceptación”.
La confundimos con resignación, sometimiento, renunciación o conformismo pero
verdaderamente se trata de dejar de luchar y pelearnos con nosotros
mismos.
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