La semana pasada,
leí dos artículos diametralmente opuestos que me hicieron reflexionar. El
primero fue acerca de hacer espacio, tirando todo lo que no se usa o ya cumplió
su ciclo o no sirve, con la idea de que, haciendo vacío, vendrá lo nuevo.
El otro era de un hombre en sus cincuenta, que veía azorado como la gente
tiraba o remplazaba las cosas constantemente, mientras él había sido criado en
el guardar, reciclar, cuidar, en la durabilidad.
Por mi edad,
comprendo y acuerdo con el último: cambio los aparatos cuando ya son inútiles o
no concuerdan con la tecnología usual, guardo cosas “por si” las necesitaré en
el futuro, me encariño con ropa que me resulta cómoda, me molesta el derroche y
el desperdicio. Por otro lado, tengo períodos en los que regalo la mitad
de las cosas porque no las uso o quiero espacio. Las dos tendencias viven
en mí, como en la mayoría supongo.
Lo que me hizo
pensar fue el tema de estar constantemente tirando para que vengan cosas nuevas
porque me pareció más bien una expresión “espiritualizada” del consumismo
que vivimos actualmente. Desde el comienzo de la era industrial, en
la que acabó lo artesanal, todo se ha vuelto prescindible y usable solo por un
corto período, ya que es necesario continuar con la interminable cadena de
producción. En el primer mundo, en Estados Unidos y Europa, es común
renovar cada año el guardarropa y comprar el último auto y aparato tecnológico
disponible (sin contar con los acumuladores, que no se despegan de nada).
¿Es una actitud
solamente en lo material? Parece que no, ya que las personas
también nos hemos vuelto prescindibles y usables por un rato, desde los empleados
que se “queman” en exigentes jornadas de programadas actividades implacables
(ahora más mentales que físicas, pero igualmente estresantes para el cuerpo)
hasta relaciones que se terminan pronto porque no “me da lo que necesito” ni se
llega a profundizar para encontrar el oro detrás del brillo evanescente.
Esta es una
sociedad profundamente egoica, Dios ha muerto hace tiempo y el Hacer reina, ya
no le importa Ser a nadie.
Esto no es gratuito, por supuesto. La depresión, la angustia, el pánico,
la inseguridad, la falta de sentido, la desconexión (a pesar de estar
“conectados” continuamente) son el resultado de ser un cliente, un usuario, un
eslabón de la cadena, un número más. Ansiamos ser alguien que cuenta,
especiales, importantes y nos han vendido que eso se logra comprando
determinados productos y/o siendo famosos por cinco minutos, no importa cómo
(comenzando con los Likes y Retweets). Me asusta verlo en muchos
jóvenes, que corren detrás de ilusiones, queriendo conseguirlo “todo” antes de
los 30 (¿qué harán después?).
Aclaro que no
creo que todo tiempo pasado fue mejor. Vivo en el presente y aprecio lo que hemos logrado como humanos,
no cambiaría esta época por nada. Pocas veces ha habido tantas
posibilidades, tanta conciencia, tanta transformación y me encanta. Pero,
ante tanto cambio acelerado y manipulado, es necesario parar un poco,
reflexionar y elegir. Así como compramos cosas por impulso o por
publicidad, compramos ideas y no siempre nos sirven ni nos ayudan.
Hay un mercado
espiritual enorme y tenemos la misma conducta que con lo material: cuanto
más tenemos, parece que más somos. Para colmo, casi todo es mental o
“espiritual” sin cuerpo, por lo que terminamos creando castillos en el aire sin
sustentos reales. Pasamos de un libro a un taller a un curso a un
terapeuta a otro libro a otro taller… La acumulación no siempre significa
comprensión ni menos concreción: muchas veces es teoría que no pasa a la
acción. Y eso significa una carga más, porque sabemos mucho pero
seguimos en lo de siempre, así que la frustración es mayor.
No tengo una
conclusión. Es material en proceso. Como la vida… Como
yo… Me pareció interesante compartir algunos conceptos para plantearnos
cómo estamos viviendo y qué podemos construir juntos, desde un espacio más
libre, auténtico y enraizado en la integración de todo lo que somos.
Queremos “hacer” algo para dejar de sentir y ser perfectos como quiere el
Ego. Cuesta aceptarnos en la vulnerabilidad, en la ignorancia, en la
duda, en lo inconcluso, en el misterio, en la inseguridad, en la oscuridad,
pero eso es ser humanos divinos. Confiar en ese Ser sagrado que
también somos y que puede guiarnos por caminos sinuosos también cuesta, pero es
la vía luminosa.
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