“¿Cambian mis
emociones si cambio mi mente?” me pregunta una consultante. Sí y
no. Nuestras emociones son producto de nuestro temperamento, de nuestra
infancia, de nuestras ideas, de nuestra evolución.
Ya traemos un
combo de emociones que corresponden a nuestra impronta, en el cual algunas son
más “fáciles” y surgen primero (enojo, tristeza, alegría fingida, etc.). Por ejemplo, cuando
algo los moviliza, algunos responden inmediatamente con ira y esta ira oculta
el dolor que no pueden percibir o mostrar. Hay personas más emocionales
que otras y hay quienes pueden manejarlo más conscientemente que otros.
Por otro lado, la
emocionalidad es infantil en el sentido de que repetimos aquello que pudimos
administrar o no cuando fuimos niños. La mayoría de lo que somos se
cristalizó en los primeros siete años de vida, así que la manera en que
procesamos la emoción se formó en ese tiempo. Si tuvimos contención y
ejemplo, habremos gestionado con mayor facilidad lo que sentíamos pero, si
nuestros padres daban rienda suelta a cualquier impulso o si se reprimían,
habremos visto dificultado el acceso a su percepción y resolución. De
esta forma, si no elaboramos esta dificultad y no aprendemos recursos
sensibles, seguiremos reproduciendo exactamente la misma forma de reaccionar a
cualquier situación que nos plantee algo parecido a lo que vivimos: “le tengo
miedo al jefe cuando no le gusta mi trabajo” es la expresión inconsciente de
“le tengo miedo a mi papá cuando me saco una mala nota en la escuela”.
Nuestra mente es
lo más condicionado que tenemos. Mientras el cuerpo está vinculado a distintas instancias (el
instinto, la intuición, la conexión sagrada, las emociones auténticas), la
mente está totalmente colonizada por nuestros padres, la familia, la escuela,
la sociedad, la publicidad, la religión, etc. Se necesita un largo
proceso de conciencia para liberar ideas enquistadas y comenzar a crear un
pensamiento propio y genuino. Por eso, nuestras emociones (que
generalmente están atadas a esas ideas preconcebidas) pueden cambiar si giramos
el timón hacia otro rumbo. Si siempre sostuvimos una cierta exigencia
acerca de nosotros y no la alcanzamos, sentiremos frustración y enojo pero, si
nos damos cuenta de que eso era un deseo de nuestra madre que no nos representa
ahora y optamos por otro modelo más legítimo, entonces sentiremos paz y
alegría.
La evolución no
es seguir un molde vendido por la sociedad o por ciertos grupos (por más bienintencionados que sean).
Cuando nos forzamos a ser de una determinada forma, escondiendo o rechazando
partes de nosotros, inevitablemente presenciaremos el estallido emocional de
esa presión constante (a veces como enfermedad, otras como “accidente”, otras
como crisis existencial). A medida que vamos trabajando en la aceptación
y la integración de nosotros mismos, vamos refinando nuestra energía emocional,
la cual tiene un poder y un potencial enormes.
Como humanidad,
recién estamos tratando de comprender y manejar esta fuerza. Cuando la mente
aprenda a dejarse llevar (en lugar de controlar, como ahora), la conciencia
emocional será la conciencia del Espíritu y viviremos guiados y conectados a
Él.
Según el Diseño Humano, la
mitad de los seres (los Emocionales Definidos)
están condicionados por la Ola emocional (que no perciben ni entienden su
funcionamiento) y la otra mitad (los Sin Definir) está influenciada por ellos y
no están preparados para manejarlo. En principio, está en manos de los
Emocionales trabajar en refinar su energía y aportar mejores niveles de
bienestar, serenidad, desapego, alegría y amor. Es fácil decirlo y
difícil hacerlo, pero con paciencia es posible hallar esa fuente de vitalidad
tan rica y variada. Cuanto más conozcamos nuestra particular forma de ser y
actuar, más condicionamientos podremos liberar y más paz y plenitud
encontraremos interior y exteriormente.
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