En estos cinco meses, hemos atravesado grandes
limpiezas y pérdidas. Junio es un mes
con una energía más potente y llena de posibilidades, pero quizás nos hemos
quedado con algunas emociones remanentes que nos impiden aprovechar las nuevas
circunstancias que se pueden presentar.
Hay dos que son especialmente fuertes: el miedo y la ira.
Es tan grande la importancia de las emociones en
nuestras vidas, que tendemos a evitarlas (apelando a que la Mente es todo) o a
dejamos abrumar por ellas (alegando que somos muy emotivos). En lugar de eso, podemos considerar el
significado de este poderoso motor que mueve nuestro ser, dándole el espacio
que le corresponde.
Con
respecto al miedo, su función básica es ayudarnos a reconocer el peligro, a fin
de mantenernos sanos y funcionales. Siendo tan primario y fuerte, ha sido usado
siempre como un mecanismo de control, tanto en el hogar como en la sociedad (el
otro es el enemigo). Los temores
infantiles jamás se disipan si no los reconocemos y enfrentamos, hasta darnos
cuenta de que son los de nuestro Niño Interno que no supo lidiar con
ellos. Muchos de estos miedos son
aprovechados en estos tiempos de información instantánea y omnipresente por los
“miedos” de comunicación, que inoculan sus intereses bajo la pretensión de una asepsia
inexistente.
Más profundamente, como dice Sarah Varcas, “el miedo no es nuestro enemigo, sino un
indicador que una parte de la persona se ha apartado o está en negación.
Tememos no poder con el futuro porque hemos perdido contacto con nuestra fuerza
interior. Tememos que la vida dé un giro hacia lo peor, cuando perdemos
conexión con la esperanza. Tememos que la raza humana se destruya a sí misma
porque hemos perdido la visión de nuestro más alto potencial. El miedo nos
muestra dónde debemos reconectarnos y por qué. Es nuestro amigo, que nos guía a
través del bosque de las emociones. Un poderoso aliado con regalos para
compartir.”
La ira, en
su función básica, nos permite defendernos y poner límites ante un
avasallamiento a nuestra integridad.
También, es una descarga ante la frustración o la pérdida. En estos tiempos de energía incrementada,
también la ira puede aumentar exponencialmente si expresa situaciones internas
que hemos mantenido escondidas o negadas.
Podemos irritarnos por estar demasiado ocupados para reconectar con
nuestra vida interior. Podemos
resentirnos por no establecer límites a personas o circunstancias que hemos
dejado que nos sojuzguen durante años.
Podemos enojarnos por haber callado nuestra verdad o nuestros anhelos
más profundos. Podemos disgustarnos por
los cambios rápidos y profundos que se suceden, los peligros que nos rodean (y
el miedo que nos infunden), la incertidumbre inherente a la vida.
Hemos pasado tanto tiempo eliminando y purificando, que parecemos
atascados en este proceso, sin conectar con lo que está apareciendo ni con
emociones que consideramos “lujosas” como la alegría. Hay
tanta Energía nueva y maravillosa que está disponible, que tenemos que hacer el
“esfuerzo” de despegarnos de las viejas historias y sentimientos relacionados a
ellas, para abrirnos al entusiasmo y la felicidad de habitar un tiempo que
hemos esperado por eones.
Las emociones son fuego y es fundamental no echarles leña tratando de
ignorarlas (mientras explotan en forma de enfermedades y accidentes) o de
incrementarlas buscando excusas para hacernos las víctimas. Ellas nos conectan con nuestro cuerpo, con la
esencia de nuestro sentir, con el fuego creador, destructor y manifestador. Es
fundamental reconocerlas, aceptarlas, escucharlas, darles el respetuoso lugar,
guiarlas hacia su mejor expresión, usarlas para nuestro propósito, asociarlas
al amor, la alegría y la paz.
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