Le
pregunto a una nueva consultante la razón por la que comienza un camino de
conciencia y evolución. Me responde con una lista de cambios que desea
ver en el afuera. “¡Ah! Quieres que los demás cambien para que tú
seas feliz”, le digo y se ríe. Comienza a comprender que esa es la ruta
equivocada.
En realidad, es la
ruta de la mayoría, la que nos enseñaron: “si algo no te gusta, lucha y
cámbialo”. De esta forma, andamos peleando con molinos de viento,
creyendo que hacemos grandes contribuciones y que nuestra vida mágicamente se
transformará… para caer en la constatación de que solo nos agotamos y que las
cosas siguen muy parecidas.
Una amiga, hace
muchos años, me dijo: “si hubiera sabido que iba a repetir los mismos problemas
con mi segundo marido, me hubiera quedado con el primero”. Así es: podemos
cambiar de pareja, de trabajo, de residencia, de amigos pero, si no cambiamos
nosotros, solo repetiremos lo que ya tenemos adentro, con un nuevo paisaje.
Por otro lado,
resulta mucho más cómodo tratar de cambiar a los demás en lugar de trabajar con
nosotros mismos. No solo tenemos a alguien a quien echarle las
culpas sino que podemos engañarnos con que sabemos lo que hay que hacer
pero el otro no lo hace (somos tan sabios y perfectos…).
Cambiar el afuera
es una lucha estéril y dura. Además, no vinimos a hacer eso. Esta
es una labor individual, que se hace en compañía. No podemos
conocernos verdaderamente ni aprender si no es por los demás. Cada uno
puede fantasear con que tiene determinadas cualidades pero, si no las pone a
prueba con su entorno, nunca sabrá si son reales. La relación con los
otros nos revela, nos enriquece, nos expande, nos profundiza.
Cuando no estamos a
gusto, tendemos a creer que estamos en el lugar equivocado, con la gente equivocada.
No pensamos que somos nosotros los que estamos atrayendo esas circunstancias
para poder aprender algo de nosotros mismos. En lugar de eso,
reaccionamos y culpamos, nos enojamos y pretendemos cambiarlos, como pobres
víctimas del destino.
Ese lugar, esas
personas, esas situaciones son las oportunidades de evolucionar. En
lugar de reaccionar y luchar, deberíamos aceptar y observar. No se
trata de una resignación pasiva, sino de un activo trabajo interior de
descubrir la verdad dentro de nosotros. Cuando comprendemos nuestro papel
en la obra, podemos hacer esa transformación, esa metamofosis interna que
habilitará la externa.
Habilitar no
implica necesariamente que los otros cambiarán (eso depende de su propia
evolución) pero ya no reaccionaremos ni estaremos apegados a resultados
ficticios. Podremos decidir sin estar coaccionados por la repetición ni
los condicionamientos del pasado. Nuestra presencia consciente atraerá
nuevas oportunidades sin la necesidad de la lucha y la oposición constante.
Cuando nos
dedicamos a nuestra sagrada labor interna, cumplimos con nuestro papel en Todo
Lo Que Es y comprendemos que formamos parte de un entramado infinito, perfecto,
evolutivo, pródigo, sabio, amoroso. Dejamos de oponernos reactivamente
para aceptar la maravilla de nuestro diseño y el de los otros y contribuimos al
Gran Diseño desde la consciencia integrada, la cual es magníficamente superior
a cualquier deseo limitado del ego. Lo que es para nosotros, vendrá;
lo que deba suceder, sucederá, si somos fieles a nuestra Identidad, si somos
verdaderos y nos escuchamos.
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