Recuerdo la primera
vez que me abrí a la conexión con mi Ser Superior/la Luz: flotaba, sonreía,
todo era perfecto, estaba abierta, era fácil vivir, por fin había soltado las
cadenas de lo material, ahora lo positivo sería mi norte, quería evangelizar a
cualquiera y sumarlo a las filas de los despiertos. Después, caí en la
realidad de nuevo… estrepitosamente…
¿Había sido una
ilusión? No, había hecho la conexión pero eso no significaba que
estaba incorporada ni que sería constante. Durante un tiempo, traté
de continuarla con grupos en los que vivíamos en la fantasía de que estábamos
iluminados, mientras nos quejábamos de los dormidos y sus resistencias. O
estando en contacto con la Naturaleza, que instantáneamente me reconectaba, o
leyendo cosas espirituales, etc. Luego, comprendí que eso no funcionaba
para mí, que estaba forzando una situación, mintiéndome, que la verdad debía
pasar por otro lado.
Me di cuenta que
era una labor cotidiana, que no se trataba de negar lo material sino de
integrar las dimensiones. El
error común es creer que la vida diaria no significa nada, que los conflictos
son culpa de los otros, que el cuerpo es una máquina, que hay que destruir el
Ego (el gran problema) y que estar encarnado es una especie de castigo o fuente
constante de sufrimiento. Todo es espiritual.
Nuestro físico,
nuestra personalidad (controlada por el Ego), nuestra familia y los que nos
acompañan, el lugar que vivimos, lo que nos es fácil y lo que se nos dificulta,
todo es nuestra creación. Antes de encarnar, hemos acordado las
condiciones que nos proveerán los aprendizajes que nos hemos propuesto.
Cada cosa y persona que nos circunda es una atracción de nuestro diseño inicial
y está allí para ayudarnos a comprendernos, a evolucionar, a ser lo que vinimos
a ser.
Justamente, a todo
esto es a lo que nos oponemos, a los que nos cerramos. ¡Vaya
paradoja! En esa resistencia, está la razón de la falta de conexión
verdadera, porque, al resistir lo que nos facilitará la conexión a la Luz,
quedamos varados en la oscuridad. Y, cuanto más lo negamos, buscando
sustitutos ficticios (aunque sean muy “espirituales”), más nos alejamos.
Todo lo que nos rodea es la clave.
Al estar abiertos y
atentos, podemos dilucidar quiénes somos realmente, qué nos atrae y rechaza,
qué recursos surgen espontáneamente y qué potencialidades para aprender se
despiertan, cuántas maravillas están disponibles (desde las naturales, como el
sol, los árboles, las flores hasta las artificiales como una casa, los
aparatos, el agua corriente), las relaciones, las infinitas posibilidades de
estudiar, etc.
La vida
cotidiana es el espejo donde se refleja la espiritualidad encarnada que
atravesamos en este planeta.
La llave es aceptarlo, sumergirnos en ella, explorar, disfrutar, penar, reír,
llorar, escuchar al cuerpo y a las relaciones, estar accesibles de mente y de
corazón, aprender y finalmente desapegarse y amar. El lugar en el que
estamos con relación al Velo es lo que necesitamos en cada momento; forzarlo
puede llevar a enfermedades físicas o psicológicas.
La conexión y la
expansión están siempre disponibles, a un paso de la resistencia al aquí y
ahora. Después del
flash inicial, del subidón de energía, de la adicción a todo lo que nos
recuerde a ella, quedan los pequeños destellos diarios, la constatación de que
somos Luz encarnada y la decisión de que lo recordaremos continuamente, agradeciendo,
valorando cada instante, aprendiendo, amándonos y amando lo que somos y Todo Lo
Que Es.
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