Mi padre era un hombre muy emocional (a su
pesar). En su trabajo, era bastante
reconocido pero, al ser inseguro, se frustraba y se desquitaba en casa. Afuera, era amable y tranquilo. Adentro, violento y volátil. Sin darme cuenta, aprehendí algunos comportamientos, una de las cuales se puede
resumir en un refrán: “porque te quiero, te aporreo”.
Su
conducta legitimó que uno se puede descargar con quienes ama. Si no, ¿dónde? En el trabajo, tenía que portarse bien; con
sus amigos, tenía que ser divertido. El
espacio íntimo, ese que nadie conocía, estaba para sacar lo peor, para tomarse
la revancha, para desfogarse. A pesar
de que mi madre era la primera destinataria, ella también lo repetía con
nosotros (¿con quién iba a resarcirse ella?).
Era un círculo vicioso.
Me tomó mucho tiempo comprender esta dinámica y
mucho más trabajar para no descargar mis dificultades y temores en los
cercanos, a través de la ira. Todavía me
cuesta a veces. Viendo mis relaciones a
la distancia, al principio me sorprendió que yo no me vinculara con hombres o
amigos que me golpearan o me humillaran, cosa que es muy común en quienes
(sobre todo, mujeres) han pasado por abusos.
Creo que mi temperamento agresivo, contestatario y
rebelde tuvo ese efecto. Al crecer,
comencé a enfrentar a mis padres cara a cara en verdaderas batallas
campales. Vivíamos en una burbuja
violenta. Me di cuenta de eso al salir
al mundo a trabajar, porque me marcaron mis modos ásperos, los cuales yo no
concientizaba. Ese y otros temas fueron
la piedra de toque para comenzar terapia.
Después de un fructífero recorrido
por distintos caminos, comprendí, perdoné y sané esos vínculos y mi mundo
interno cambió completamente.
Cuento esta historia personal porque es muy común y
no siempre termina bien.
Lamentablemente, no hay día en que no haya noticias acerca de muertes y
golpizas brutales a mujeres y niños. Sin
llegar a tanto, escucho diariamente historias de agresiones verbales, apremios
y chantajes emocionales, en nombre del amor, tanto de mujeres como de hombres,
de jóvenes como de adultos y mayores. El ámbito de la pareja y de la familia es el
receptáculo de la violencia de una sociedad materialista y desacralizada, que
no termina de respetar y valorar a las personas más que como mano de obra y
consumidores.
Al
repetir las historias infantiles y culturales, perpetuamos un modelo inmaduro,
en el cual nadie responde por sus emociones, sus limitaciones y su
crecimiento. Tenemos
normalizado el culpar al otro y victimizarnos, a pesar del sufrimiento
involucrado. La evolución pasa por responsabilizarnos de nosotros mismos y activar el
potencial que traemos de ser íntegros, potentes, creativos y amorosos. Al
sanarnos, habilitamos la sanación de todo el árbol familiar. Es el gran desafío de estos tiempos, en que
estamos entendiendo cómo nos han y nos hemos limitado el poder de ser quienes
somos.
Comienza
en ti. Adentro de ti. En tu propia comunicación interior: ¿cómo
te mal-tratas?, ¿cómo te sometes y disminuyes?, ¿cómo te exiges y te esfuerzas
por ser otro, sin aceptarte completamente?
Sí, estás lleno de sombras, pero la Luz está siempre disponible para
ti. Una mínima vela puede iluminar cualquier
oscuridad. Enciende tu pequeña luz y aprecia tu existencia, simple y profundamente. Eres una chispa del Espíritu. Recuérdalo cada día y aprende a valorarte, a
mimarte, a pararte sobre tus pies como una criatura de la Madre Tierra, digna
de todo lo que deseas. Sin importar tu
pasado ni tus fracasos, el Padre Sol sale para ti también cada día. Párate
fuerte y flexible como un árbol y
disfruta de ser quien eres. Te acompaño.
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