Una consultante, que está abriéndose al mundo, me
cuenta que está sorprendida por las historias que escucha de sus
compañeras. Como ella ha vivido en su
propia nube, casi sin comunicarse, ha creído que los demás eran “normales”, que
tenían vidas perfectas, que ella era la única que tenía ideas y vivencias
extrañas y que su familia era disfuncional.
Está enterándose que los otros también tienen problemas (más graves que
los de ella, a veces) y que no es tan rara como pensaba.
En alguna medida, todos somos así. Yo era así y también me asombré cuando
comencé a contar lo que pensaba y sentía y me contestaron que les pasaba algo
parecido.
Mis consultantes frecuentemente tienen a los Ingalls (de la serie “Pequeña
casa en la pradera”) como ideal de familia y creen que los otros tienen esa
clase de interacción, de la que ellos carecieron. Las redes sociales incrementan este error:
muchos suben fotos de familias sonrientes, de viajes soñados, de momentos divertidos
y otros sufren creyendo que sus vidas son pobres y vacías. Ni una cosa ni la otra… La supremacía de la cultura de la imagen hace
que se muestre una cosa y se viva otra. La tendencia de las selfies es un
ejemplo: gente sonriendo en distintas situaciones, como si sus existencias
fueran una continua fiesta. ¿Qué pasa
entre medio? ¿Es todo cierto? Sí y no.
Ni estamos tan alegres ni somos
tan infelices.
Mi consultante está aprendiendo que somos combos
muy diversos. Cada persona es un mundo
en sí mismo, lleno de facetas oscuras y luminosas, de experiencias disímiles y
habituales. En un molde común, las
variaciones son enormes. Todos poseemos
una misma clase de cuerpo (dos brazos, dos piernas, un torso, una cabeza) y
nadie es igual. Siete mil millones de
diferencias. ¿¡No es increíble?!! Raramente lo pensamos.
Compartimos
rasgos comunes y, a la vez, somos únicos.
Lo primero debería hacernos humildes; lo segundo, creadores. En realidad, nuestra marca en este mundo
radica en esa diferencia. Explorarla y
desplegarla tendría que ser nuestra meta.
En lugar de ver cómo adaptarnos, cómo conformarnos, sería mejor que nos
propusiéramos resaltar esa forma original de ser lo que somos.
Los que han destacado en distintos campos son los
que han sido fieles a su esencia, a su particular forma de ver y vivir en el
mundo. Leonardo, Edison, Einstein, Jobs,
etc. Hasta la patología puede ser la
clave para reconocer la originalidad de alguien (si sabe canalizarla en algo
creativo, como Van Gogh).
Incluso
lo que somos “normales”, sin genialidades evidentes, podemos dejar nuestra
contribución propia al mundo. Todos
tenemos dones apreciables y son distintos a cualquier otro ser humano. Nadie escribe como yo. Seguramente, hay muchos mejores y otros peores,
pero nadie como yo. Esta mistura única
de personalidad y experiencias deriva en una forma de expresarme que nadie
puede igualar, porque nadie es como yo.
¿Qué nos
impide afirmarnos en nuestra individualidad? La mirada juzgadora propia y ajena. El menosprecio propio y ajeno. ¿Quiénes somos para sobresalir? Seamos jóvenes, adultos o mayores, siempre
hay “requisitos” que no cumplimos, siempre tenemos carencias, siempre somos
insuficientes y parece que eso nos identifica y nos iguala para abajo.
Eso es propio del Ego, que es, por definición,
incompleto. Estamos en una experiencia de limitación: no podemos estar en dos
lugares al mismo tiempo, ni correr a más de tal velocidad, ni adelantar el
tiempo. Tenemos un cuerpo físico.
Nuestra mente puede fantasear lo que sea, pero bajarlo a la realidad
material es otro tema. En esa limitación radica nuestro
potencial. En ese problema radica
nuestra solución. ¿Cómo usamos
nuestra creatividad para construir nuestros sueños? ¿Cómo utilizamos nuestras cualidades para
iniciar y continuar, para aprender de nuestros errores, de nuestras
caídas? ¿Cómo lo hacemos a nuestra
manera, valorando nuestra esencia? Esa es la maravilla de ser humanos divinos.
2 comentarios:
Wow, me encanta su blog. Estoy de acuerdo en que todos somos únicos, muchos deberíamos tener ese pensamiento y sino deberíamos aprovechar nuestro tiempo en compartirle este pensamiento a quien lo necesita.
¡Muchas gracias, Adriana! Esa originalidad que somos es nuestra mayor fuerza. Cuando podemos vivirla, le mostramos al otro el camino. Un gran beso.
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