Cuando comencé la carrera de Terapia de Integración
Cuerpo-Mente, experimentamos las teorías de Wilhelm Reich, a través de la
Bioenergética de Lowen. Una de ellas
sostiene que el cuerpo tiene corazas
musculares y que existen diferentes zonas de emociones o anillos en los cuales
la energía se acumula y se estanca. Cuando esto sucede, no solo
impedimos el malestar asociado a esas emociones o a determinadas situaciones,
sino también el bienestar.
Entonces, recordé que, en mi juventud, muchas veces
cortaba inconcientemente cualquier posibilidad de placer que se
presentaba. Era cuestión de un segundo,
casi pasaba desapercibido: lo que prometía ser un buen momento, me resultaba
intolerable y pasaba a otra cosa.
Cualquier excusa era posible: tenía que hacer algo, pensar otra cosa,
ocuparme de “lo importante”.
El “tengo
que” es la clave para darnos cuenta de este mecanismo. Significa que estamos inmersos en una red de
exigencias, controles, perfeccionismos y deberes varios, que coartan las
posibilidades de bienestar, en beneficio de idealizaciones e imposiciones que
hemos incorporado de niños, a través de mandatos y manipulaciones de la familia
y la sociedad.
Esto rige tanto para lo personal como para las
relaciones. Recuerdo una amiga mayor que
yo de esos tiempos, que siempre estaba a disposición de los demás,
acompañándolos en todo drama que sucediera.
Estaba pronta para hospitales, trámites, funerales, rompimientos y lo
que fuera, pero jamás para salidas, paseos, diversiones. No tenía tiempo, decía ella. He observado esto muy frecuentemente: no hay tiempo (o dinero) para el bienestar,
pero siempre lo hay para los malos momentos. Una consultante, que está disponible para
todos menos para ella misma, me contaba que le habían ofrecido un congreso en
otra ciudad (una oportunidad de salir del pueblo, conocer otra gente, estar en
un hermoso paisaje, salir a la noche), pero que no iba a ir porque estaba muy
cansada hasta para hacer el equipaje. Le
dije que, si uno de sus padres tuviera un problema, no solo sacaría energía
para hacerle el bolso a él sino también a su madre y que haría lo que sea para
atenderlo… pero como se trataba de ella, entonces no haría nada. No valía el esfuerzo…
No
valemos ni lo merecemos. Siempre hay algo que no hemos hecho o que
hemos hecho mal, algo que no somos o que es negativo, algo que es una vergüenza
o un pecado o una omisión o lo que sea. Nos sentimos culpables y la culpa exige
castigo. ¿Qué mejor manera de hacerlo
que negarnos el bienestar, el placer?
Pareciera que esto es de otro siglo, que ahora todo el mundo se permite
experiencias placenteras. No es
así. Pasarla bien es otra exigencia de
la sociedad y nosotros la cumplimos, lo cual no significa que verdaderamente la
estemos “pasando bien”. En el fondo,
continúan las recriminaciones, las ansiedades, los temores. Es solo
una vacación del estrés cotidiano.
Entonces, ¿qué
involucra aceptar el bienestar? Es
liberar la respiración para que maneje las emociones y expanda los niveles de
energía; relajar el cuerpo para que esté abierto a vivir enraizado en la
realidad y disfrutar el aquí y ahora; sentir la conexión con la Vida y sus
oportunidades constantes de creación y expansión; ser y estar sin la compulsión
a hacer; abrirnos al silencio y el misterio; experimentar la paz de ser uno
mismo, con sus luces y sombras, íntegro y completo en sí mismo. Como te habrás dado cuenta, no se trata de acelerarse con la adrenalina
del Ego sino de disfrutar bajo la suave Luz del Alma, que todo lo guía e
ilumina.
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