Cuando comenzamos un proceso de transformación o de
crecimiento o un proyecto, llega un momento en que nos topamos con las
resistencias internas. Dentro del
“combo” que somos, una parte desea lo nuevo pero otras tienen miedo, dudan, se
desmerecen, son cómodas, etc.
Tenemos
tres formas de tomar las resistencias: luchar, rendirnos o fluir. No hay manera más rápida y eficiente que
escuchar el cuerpo para comprenderlo. En
mi Consultorio, cuando se presentan en un consultante, le digo que se pare y levante las manos
exponiendo las palmas. Le pido que
imagine que yo soy un obstáculo a eso que desea y lo empujo con mis manos. La mayoría tiende a empujarme más fuerte, a
lo que le respondo con más intensidad hasta que termino prevaleciendo (sé cómo
pararme para hacerlo). Algunos
simplemente dejan que los empuje y se van para atrás, rindiéndose de entrada,
convencidos de que no pueden o de que no valen.
Estos dos extremos simbolizan las respuestas
básicas del estrés: o luchamos o huimos. La sociedad privilegia la lucha. Lo que no nos damos cuenta es que, cuanta más
energía ponemos en pelearnos con los problemas, más los reforzamos (en este
caso, yo opongo tanta resistencia que acaban cansándose y dejan). No puede ser más gráfico. Acostumbramos
fortalecer los problemas al pelearnos con ellos.
Pasa igual cuando ponemos demasiado esfuerzo en
conseguir algo: o nos agotamos o lo
alejamos. Resulta fácil de observar
en una mujer que quiere embarazarse; si no lo consigue rápido, se obsesiona al
punto que no lo logra. Cuando lo suelta
y se relaja (porque adopta o abandona la obsesión), es más probable que quede
embarazada. La fuerza que ponemos en
conseguirlo es lo que impide lo que deseamos: tenemos que salirnos del camino.
¿Cuál es la tercera opción? Fluir.
¿Qué es eso? Según el
diccionario, es algo que corre con facilidad.
El ejemplo más claro es el agua,
que sigue su recorrido por los lugares de mínima resistencia. ¿Cómo sería en el caso de las manos? Descubrir el punto justo en que se armonizan
ambos empujes y podemos ir hallando un
ritmo común hasta danzar juntos. En algún momento, me deja y baila su propia
melodía. Ha aprendido lo suficiente del obstáculo y ya puede liberarlo.
Finalmente, ese es el propósito: hay una
resistencia interna (que generalmente se manifiesta externamente) que es
necesario aceptar, conocer, aprender y soltar.
Así, podemos continuar el camino más fuertes, sabios y
comprensivos. Es necesario comprender esta dinámica, porque, cuando decidimos iniciar
algo, siempre tendremos retos y ellos son imprescindibles para el aprendizaje. El problema radica en la forma en que los
tomamos: resistiéndonos y victimizándonos.
La solución es darnos cuenta apenas aparecen y preguntarnos para qué
están ahí, qué partes nuestras están manifestándose y necesitan
evolucionar. O peleamos o danzamos. Es
nuestra decisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario