Tenemos
la idea de que la vida es una sucesión de acontecimientos, algunos buenos,
otros malos, que se van sucediendo con poca intervención de nuestra
parte. Aún quienes creen en teoría que no es así, tienden en la práctica
a verse como damnificados de las circunstancias. Es difícil remontar la
forma en que hemos sido educados.
Cuando
comenzamos a experimentar que todo parte de nosotros, lo que más cuesta es
liberar el hecho que provocó el aprendizaje. Supongamos que tuvimos un
suceso muy traumático (un accidente, un aborto, una muerte, un abuso, etc.) o
una vida llena de dolor y carencias. En general, las dos maneras en que
lo manejamos son: víctimas, ya marcadas y dañadas para siempre, o víctimas,
que a fuerza de voluntad y valor, se rehacen.
Otra
forma es ver la vida como un aprendizaje. Esas situaciones fueron convocadas
por nosotros y sirven para enseñarnos determinadas actitudes o visiones o
apreciaciones. Así, pasamos de entidades pasivas a actores activos.
Somos los creadores y podemos elegir cómo deseamos continuar entre múltiples
opciones.
El
problema que subsiste es qué hacemos con lo que produjo ese cambio de
percepción. Comprendemos su significado, pero quedamos atrapados en
las emociones que suscitó el acontecimiento. Estos pasos son
necesarios:
- Relatar: si nunca se ha
hablado de la situación, es fundamental dirigirse a alguien comprensivo o a un
profesional para descargar los sentimientos y escucharse. Es muy
distinto pensar acerca de algo que expresarlo en voz alta y tener un interlocutor
que permita una elaboración.
-
No relatar: si se ha hablado demasiado, es hora de
callar. Por un tiempo, el contar funciona como un “desgaste” de la
circunstancia y permite que se la vaya interpretando y asimilando, hasta
internalizarla y considerarla un hecho significativo, pero sin carga emocional
negativa. Para muchos, esta fase es eterna y en realidad sirve para
volver a traer la situación y, sobre todo, las emociones asociadas. Es
como volver a vivirla inagotablemente. Una vez que hemos comprendido
para qué sucedió, ya es momento de dejar de pensar y de conversar de ello, de
dejarlo en el pasado y no hacerlo presente.
-
Perdonar y perdonarse: cuando entendemos que nos hemos
“contratado” para pasar por ciertas experiencias con otras personas, a fin de
aprender juntas, el perdón es lo que libera los karmas y otorga un nuevo
paso evolutivo. Aunque no lo parezca, es más complicado perdonarse, sobre
todo si se ha implicado a otras personas (hijos, por ejemplo). Debemos
saber que todos nos hemos elegido, no hay inocentes ni culpables.
-
Resignificar la vida: nos hemos contado una historia de
drama y victimización, que ahora podemos reconstruir más compasiva y
amorosamente. Al resolver profundamente para qué hemos venido y asumir
nuestro protagonismo, cambiamos el pasado al declarar una autobiografía
desde otro punto de vista, los que nos autoriza a empoderarnos y valorizarnos.
-
Apreciar el aquí y ahora: cuando vivimos
obsesivamente en el pasado, nos perdemos de los regalos del presente. Cada
día, trae una nueva oportunidad, y solo podemos darnos cuenta y
beneficiarnos de ella cuando soltamos el ayer y atraemos según el nuevo nivel
al que hemos accedido.
- Agradecer y
bendecir:
las quejas, los lamentos y los sufrimientos hacen caer en una espiral de más de
lo mismo, hasta que nos sentimos agotados y vacíos. Aunque cueste al
principio, apreciar cada cosa y cada momento nos expande y nos llena de luz
para iluminar más y más cada aspecto de nuestras vidas.
-
Vivir como Seres Espirituales: los pasos
anteriores son posibles si educamos a nuestro Ego y no lo dejamos
dirigirnos. Él es un instrumento y no lo que somos. Esa visión
pequeña, carente, limitada y victimizada del Ego debe ser reemplazada por una
mirada integrativa y espiritual. La conexión con nuestra Alma nos
llevará a encarnar nuestro potencial y a crear la vida que está disponible para
nosotros. La clave es liberar las experiencias y nutrir los
aprendizajes que nos trajeron, vibrando en el Amor que somos.
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