Charlando con una ex paciente, me contó que había
pasado un rato con un nieto de ocho años.
Al final, él le había dicho: “¡Abuela, no hice nada en toda la
mañana!”. Ella le respondió que habían
jugado, conversado y almorzado. Pero él,
entre enojado y angustiado, le volvió a decir que “¡había perdido el tiempo!”.
Estamos
mal como sociedad si los niños tienen esta idea de la vida. El otro día, pasé por enfrente de un Jardín de
Infantes a la salida al mediodía. Se me
ocurrió que ahora, desde bebés, los levantan a la madrugada y les imponen
horarios para la escuela, los deportes, las actividades extras, los encuentros
con amigos, etc. Si luego siguen la
Universidad, han pasado 25 años repletos de agendas y obligaciones, que los
preparan para profundizarlo en el trabajo.
No me extraña que muchos chicos,
hartos y cansados, se arruinen en una adolescencia alargada. Cada vez más, escucho de nuevas “modas” entre
jóvenes que son muy auto-destructivas (además de devastadoras para otros). Incluyen drogas, alcohol, salidas nocturnas
hasta el día siguiente, sexo descuidado, deportes extremos, etc.
A propósito de una conversación, recordé mi propia adolescencia. Tenía entre 10 y 20 años cuando la generación
de los años 60 proclamó la revolución de paz y amor. Creíamos
que íbamos a cambiar el mundo. Yo
tenía un entusiasmo y una exaltación maravillosos por el futuro que estábamos
destinados a crear. En los 70, todo
terminó en violencia y revolución por las armas. Y sigue…
No tanto por las armas, sino por el consumo y un estilo de vida ligado a
la actividad incesante. “Plenitud”
significa ahora tener la vida ocupada constantemente. No nos podemos perder nada. Tenemos que hacer y tener todo. Le
tememos al vacío…
Es interesante que lo Femenino tenga relación
justamente con el Vacío (en lo físico, con el útero, y, en lo espiritual, con
el espacio potencial del que nace la Creación).
Estamos en una sociedad patriarcal que ha pervertido las cualidades
Masculinas, llevándolas a un extremo que agota y denigra la vida. No
podemos Hacer continuamente desde el Ego, sin detenernos a escuchar lo que
desea nuestro Ser y articular desde ese lugar.
Las mujeres somos las que más hemos sufrido este
“avance”. Ya no solo debemos ser esposas
y madres perfectas (una idealización social surgida en la modernidad) sino
también profesionales y mujeres exitosas, delgadas, inteligentes, cultas y
muchas pretensiones más. Los hombres han
visto ahondado su rol de proveedores (ahora para unas cuantas familias, con tantos
divorcios) e incrementado otros, como ser atléticos y apuestos por
ejemplo. La exigencia de lucir jóvenes
es para ambos.
No quiero sugerir que cualquier tiempo pasado fue
mejor. Ciertamente, pienso que no hay
mejor tiempo que el presente. Esta pequeña
reflexión intenta que nos tomemos este tiempo que decimos que no tenemos para
hacernos las grandes preguntas que quizás jamás nos planteamos: ¿quién soy?, ¿cómo quiero vivir?, ¿qué tiene
valor para mí?, ¿cómo comparto esto con los demás?
En los comienzos de la modernidad, se creía que la
humanidad tendría tiempo para el ocio, ya que las máquinas harían el
trabajo. Es desalmado observar cómo
estamos a merced de las máquinas y sin tiempo para nosotros y lo esencial. Es común decir que nada externo nos dará la
felicidad y que no nos llevaremos nada cuando nos vayamos. Es teoría.
En la práctica, hacemos lo
contrario. Igual que con Dios, del
que decimos que es Amor. En lo
cotidiano, convivimos con un Dios cruel y malévolo, ya que no confiamos en Él
porque creemos que somos entes abandonados a la lotería de una realidad
violenta y sin sentido. En la realidad, compartimos una existencia
desacralizada y materialista.
Está en nosotros (no en los gobiernos, la religión,
la sociedad ni los medios) el volver la mirada hacia adentro y descubrir la Luz que brilla siempre en
nuestros corazones. A partir de
Ella, podemos crear un mundo sagrado y amable e ir desactivando éste gobernado
por el Ego. Es mi compromiso. Te acompaño.
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