Cuando terminé la
secundaria, no sabía que estudiar. Todo me gustaba, pero nada lo
suficiente. Tenía que trabajar, así que me decidí por inglés, taquigrafía
y máquina de escribir (¿se puede ser más antigua??). Quería estar en una
gran empresa. Me contrató una multinacional. A los cinco años, se
me agotó el interés. Deseaba algo creativo. Estuve en una agencia
de publicidad. Se me ocurrió algo más divertido. Terminé en un
instituto que organizaba eventos. Me harté de tener problemas con la
autoridad; quería ser independiente, sin horarios, sin jefes, que lo que ganara
derivara de mí. Fui vendedora de intangibles muchos años, mientras
estudiaba múltiples cosas. Tuve una enorme crisis acerca del trabajo y
descubrí que quería hacer lo que estoy haciendo. Me propuse adónde, cómo,
con quiénes y cuánto. Y lo voy renovando cada tanto.
¿Por qué cuento
esto? Porque me doy cuenta de que a la mayoría de las personas no se
les ocurre preguntarse qué clase de vida quieren vivir. Muchos creen que
es suficiente con elegir una profesión y que todo lo demás vendrá solo.
Casi nunca lo es.
En principio, la
selección está influida por distintos motivos. Algunas veces por la
vocación, pero, aun así, por la utilidad económica, el status, el prestigio, la
tradición familiar, la inercia, las oportunidades, lo que propone el mercado,
lo que hay, etc.
Generalmente, esa
decisión no está previamente informada acerca de cómo se desarrolla ese empleo
y, luego, por la forma individual en que uno desea abordarlo. Así, alguien
puede encontrarse trabajando doce horas por día, ganando poco y sintiéndose
frustrado, porque nunca se planteó lo fundamental: eligió una actividad en
lugar de un estilo de vida.
Una consultante me
decía que quería cambiar de trabajo y que una posibilidad era algo que le
gustaba como hobby. Cuando comencé a esbozarle lo que ello significaba en
cuanto a formación, tiempo, disponibilidad, lo que ganaría, lo que tendría que
hacer para conseguir clientes, se sorprendió. No quería vivir así, ni
tenía el temperamento para ello. Otra quería hacer cambios dentro de su
actual trabajo, pero no pensaba en las horas que invertiría ni en la clase de
personas con quienes se relacionaría ni en el potencial interno que deseaba
desarrollar.
Terminamos
prisioneros de las no-decisiones fundamentales. La sociedad nos vende los espejitos
de colores que le conviene y los perseguimos, dejando jirones de nosotros
mismos en el camino. Al final, ni nos reconocemos en lo que nos hemos
convertido. La pregunta esencial es: ¿quién soy y cómo quiero vivir?
Esto tiene otros
interrogantes adicionales:
-
¿Cómo
es mi día?
-
¿Con
qué clase de personas estoy?
-
¿Cómo
me tratan, me reconocen, me incentivan?
-
¿En qué
ambiente me desenvuelvo?
-
¿Cuántas
horas le dedico?
-
¿Cuánto
gano?
-
¿Cuánto
tiempo viajo para ir y volver?
-
¿Qué
cualidades y recursos que ya poseo perfecciono?
-
¿Qué
quiero aprender?
-
¿Qué
partes de mi personalidad deseo profundizar y desplegar (ser más confiado, más
disciplinado, más relajado, más sociable, más creativo, etc.).
-
¿Es
para siempre (¿existe el para siempre hoy?) o por un tiempo o mientras descubro
otras oportunidades?
-
¿Mi
capital depende de mi trabajo o además de otras posibilidades (inversiones,
ahorro, otras actividades paralelas, etc.)?
Este tipo de
preguntas también son pertinentes acerca de una pareja. No es “contigo, pan y
cebolla”. Sentarse a charlar con el otro acerca de lo que cada uno desea
en la vida de relación es prioritario.
Cuando definimos
cómo queremos vivir, eso constituye el Norte, el foco adonde contrastamos todo
lo demás: ¿esto está en consonancia con nuestra meta? Si lo está,
adelante. Si no, lo dejamos. Implica actitudes, personas,
situaciones, lugares. Si queremos vivir felices, ¿estamos en la posición
adecuada? Y no se trata de huir de desafíos personales de crecimiento ni
de superficialidades. Se trata de ser íntegros con nuestra
esencia. Siempre es posible lograrlo. La Nueva Energía guía,
apoya y sustenta lo que hagamos al respecto, porque estamos liberando nuestra
conexión con nuestra Alma, con la Luz que brilla fulgurante en nuestro corazón.
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