En la película “La verdad sobre perros y
gatos”, el personaje de Janeane Garofalo, luego de innumerables citas fallidas,
le comenta a una amiga que, a esa altura, el único requisito que pedía en un
hombre era: “que sea mamífero, con eso me conformo”. Divertido como resulta, la realidad es que
muchos nos terminamos satisfaciendo con la más mínima de las expectativas… y
eso no es muy divertido…
A fuerza de luchar con nuestras propias
oscuridades e ilusiones, además de con las de los otros, terminamos viviendo en
el sótano del castillo en lugar de explorar las maravillosas habitaciones de
las que disponemos. El problema, en principio, está en luchar
contra nosotros mismos y contra el mundo, más que en las carencias de las que
nos creemos tan castigados.
Mirando personajes inventados en la televisión
y comprando productos que nos venden cambios fabulosos, reforzamos el modelo idealizado de nosotros mismos que construimos
en la niñez y adolescencia para atemperar el sufrimiento y obtener amor,
reconocimiento, apoyo o lo que hayamos necesitado.
Nos avergonzamos de cómo somos, nos vemos
llenos de anomalías y carencias, nos victimizamos con las experiencias
infantiles, echamos culpas afuera, privilegiados el lado B de la Vida, nos regodeamos en el negativo en lugar de
apreciar la foto. No es raro que,
cuando le pregunto a un paciente sobre sus defectos, lo tenga que parar porque
no cesa de castigarse. Al contrario,
cuando le pido sus cualidades, se queda mirando el piso, silencioso.
Nos han
criado en las críticas y los castigos.
En etiquetarnos por lo malo. Así, sólo vivimos el lado cruel y negativo de
la vida, en lugar del lado amable y positivo. Nos vamos encerrando en un corralito, seguro,
conocido y confortable. Con el tiempo,
resulta incómodo y asfixiante. Es como con las experiencias traumáticas de
la infancia: las consideramos castigos eternos, estigmas abiertos por siempre,
en las que también nos recluimos.
Ese no es el juego. El
juego del Alma es buscar experiencias para crear y danzar en el universo, por
lo que construye el muñeco del Ego y lo pone en una determinada obra, para
disfrutar corriendo continuamente las limitaciones, para sanar las heridas
porque en ellas están los aprendizajes y potenciales.
Cuando te puedes mirar desde esta perspectiva,
descubres un mundo increíble para explorar y expandir. Te
desapegas de la emocionalidad y de los pensamientos repetitivos, saltas los
corralitos que te impusiste y te das cuenta de que es una aventura infinita. Dejas de despreciar quién eres y te aceptas
en la multiplicidad de un caleidoscopio polícromo.
Esa
monótona mediocridad irrespirable desaparece porque accedes a una presencia
radiante, que descubre en cada pequeño acontecimiento una posibilidad para desarrollarte,
en cada persona un espejo revelador, en cada momento la eternidad.
Sentada en un café, mirando las barrancas de
Belgrano, con música francesa y murmullos de fondo, con la suave luz de un día
otoñal en el fin del verano, cada persona me refleja en las decenas de aspectos
que me configuran. Me veo compasiva,
fea, gorda, alegre, hermosa, agresiva, triste, paseando, apurada, observando… Todos jugando el juego del Alma, siendo uno
en todos y todos en uno. El milagro está al alcance de la mano, cuando
corremos el velo y descubrimos lo extraordinario bajo lo ordinario.
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