A lo largo de los años, una verdad se fue revelando en mi experiencia: cuanto más me oponía a una determinada situación, más la alargaba y peor me iba. Me llevó tiempo dejar caer esta actitud, porque me obstinaba en ser o conseguir lo que me parecía y también porque la sociedad “premia” estas conductas. Es un orgullo el desafío de las peores condiciones y los logros obtenidos a través del sufrimiento y el aguante.
Otras circunstancias conspiran para mantener esta condición, entre ellas el miedo a lo nuevo o lo distinto. Ya hemos casi institucionalizado este temor y, apenas algo cambia, ya estamos protestando y exigiendo que se haga como antes. A nivel mundial, ahora que estamos a la puerta de una masiva transformación entrando a la Nueva Energía, surgen los fundamentalistas del “antes era mejor, volvamos a los viejos tiempos”. No sólo esto no es posible (la Vida es constante evolución) sino que crea más problemas de los que ya existen: atraemos lo que más tememos, así que esta reacción termina agravando la oscuridad que es esperable en cambios de paradigmas.
Cuando percibís que necesitás una transformación o que debés liberar algo o que un proceso terminó y te empeñás en continuar con lo mismo, estás creando una gran muralla delante de vos, hecha de tus defensas, racionalizaciones, emociones descontroladas o reprimidas, tensiones, ansiedades.
Observemos estos dos últimos aspectos. Cuando no querés aceptar algo, te cerrás. Esto lo hacés acorazándote muscularmente y cortando la respiración. Te llenás de contracturas (en el mejor de los casos debo decir, porque también desgastás tanto el cuerpo que lo llevás a expresar enfermedades serias) y llegás a ataques de ansiedad o directamente de pánico (aquí se dan otros factores más, como la rígida auto-exigencia y el desmedido control).
¿Qué es la ansiedad? Es querer mirar demasiado lejos. Tanto como la culpa es del pasado, la ansiedad es del futuro. Te la pasás pre-ocupándote, planeando, anticipando, imaginando hasta el más mínimo inconveniente para poder desactivarlo y ¿sabés qué conseguís con esto? Crearlo, por supuesto.
Entonces, ¿por qué te debilitás en este enorme despliegue en lugar de aceptar? Porque no te han enseñado algunas cualidades básicas:
* Autoestima: es difícil que deseés renovarte si no te amás, si continuamente te juzgás, te humillás, te desvalorizás. Sos un ser humano magnífico, una Chispa de Luz del Creador: ¿acaso no sos y tenés ya todo lo que necesitás? ¿Lo dudás? Encontralo en tu corazón divino, porque Él lo puso ahí.
* Confianza: te han dicho mil veces que no sos suficientemente capaz o merecedor o adecuado o lo que sea. Te repitieron que debés dudar de los demás y sus motivaciones, que debés cuidarte en estos tiempos violentos. Y, sobre todo, que Dios no te ayudará si sos pecador, malo, imperfecto o cualquier rasgo por el que serás juzgado hasta el fin de la eternidad. ¿Podés creer eso de un Dios todo Amor? Liberá esas basuras y confiá en vos y en la Vida, que te sostiene y te apoya en tus creaciones.
* Alegría: el drama está sobrevalorado en esta cultura, al igual que la seriedad, la formalidad, la mesura vacía de contenido. Exagerás las dificultades para provocar lástima, ayuda, cariño, contención y, al final, sólo conseguís hartar y deprimirte. Como dice Osho, “la alegría es la naturaleza básica de la vida. A través de ella, comenzamos a entender nuestro valor intrínseco y nuestro sitio en el universo. Aceptar la alegría es tomar la decisión de fluir con el río de la vida, dar gracias por estar vivo y por todas las oportunidades y transformaciones que nos brinda la existencia”.
* Gratitud: nunca estás conforme, siempre querés ¡más! (como un chico insatisfecho y consentido), exigís, demandás, te enojás. Paradójicamente, lográs lo que es para vos cuando aprendés a agradecer lo que sos y lo que tenés ahora y, también, lo que deseás como si ya estuviera hecho.
* Presencia: vivís entre el pasado y el futuro. Desperdiciás este instante, que es el único que tenés. Existís en tu mente. Desaprovechás los mensajes de tu cuerpo y tus emociones, que te expresan profundamente. Eileen Caddy lo canalizó bellamente: “Deja de resistirte. Vive plenamente el momento, encontrando paz y quietud en este momento. Cada día es nuevo, cada día tú eres el pionero de nuevos senderos. Permanece en paz. Resistirte no te conduce a nada; simplemente de deja exhausto y frustrado porque nunca te sientes más cerca de la meta. Sólo aprende a ser. Cuando hayas cesado de esforzarte, sube a mis brazos amorosos como una criatura fatigada. Rodeado por esos brazos, siente la paz, consuelo y la completa Unidad conmigo, siente que te fundes en mí. Es todo tan simple, tan natural, pero su misma simplicidad impide que lo hagas. Crees que tienes que hacerlo por caminos tortuosos de gran sufrimiento y esfuerzo. ¡Qué gran tontería! Yo estoy dentro de cada uno de ustedes. Reconoce esto constantemente. Vive plenamente en el Ahora. Deja atrás el pasado. Sabe que todo está muy bien. No permitas que nada de tu ser inferior se interponga en el camino”.
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