Hasta alrededor de los treinta años, yo tenía un corazón de fuego: lleno de pasión, emociones exacerbadas y sentimientos llameantes. Tanto ardor me terminó quemando y, poco a poco, lo fui alambrando, luego amurando hasta que sentí que se convirtió en piedra. No era tan drástico, pero estaba aprendiendo a no dejarme manejar por mis emociones y encontrando la paz que subyace en la aceptación de quien soy.
Así se fue instalando una quietud que me gustaba, que me permitía concientizar las ráfagas de energía en el plexo solar y respirar hasta disolverlas o decidir qué hacer con ellas.
Pero, en algún momento, comencé a extrañar mi fuego (tengo mucho fuego en mi Carta Natal… y mucha agua). Gran parte de mí ya no quería tanta fogosidad, pero otra quería percibir esa exaltación. Ayer, me tomé un momento y llamé a mi corazón: me asombró descubrirlo brillante y rosa, irradiando una luz cálida y suave. ¡Qué preciosa sorpresa!
Me di cuenta (la dificultad de ver lo obvio) que hacía mucho tiempo que no “meditaba”. Lo pongo entre comillas porque ya no adhiero a la vieja forma de meditar; es más, ya no está disponible para mí. Esta es otra cosa que extrañaba. Tuve increíbles experiencias inundada de visiones extraordinarias, pero se cortó de pronto y hallé que ahora la conexión es constante y de otra forma y calidad. Está vinculada al momento y a lo cotidiano, a la maravilla de estar presente en Lo Que Es.
Igual, no lo estaba haciendo, más que cuando tenía necesidad inmediata. Si bien ya no me la paso dando vuelta la noria de pensamientos negativos, juzgadores y despreciativos como antes, tampoco me focalizo constantemente (¡otra vez la palabra!) en mi Luz. Así que este es el propósito de hoy, mi amoroso corazón.
jueves, 26 de abril de 2007
Mi radiante corazón
Publicado por Laura Foletto en 13:20
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