Este es un mes desafiante. Ya viene de marzo y se está
incrementando. Hay una gran
inestabilidad que pone a prueba todo, ya que altas energías están transformando
la vida como la conocemos, abriendo la conciencia a nuevas formas de ser y
estar, integrando cuerpo, mente y alma.
Sobre todo, pone a prueba aquello que creíamos “seguro”, conseguido,
exitoso. Siempre hay nuevas capas que
abordar…
La
evolución es una espiral; todo lo creado sigue ese patrón. Implica el volver a un mismo punto una y otra
vez pero desde un nivel distinto, lo que permite observarlo desde una
perspectiva diferente. En cada vida, el
crecimiento circula alrededor de una determinada espiral; hacemos un giro completo
explorando una cierta escala y, en la subida hacia el próximo, muchas veces nos
topamos con una crisis porque creemos que ya sabemos todo y deseamos quedarnos
en lo cómodo. Sin embargo, el Alma
empuja y terminamos encontrando otro grado más profundo y fértil que nos trae
más sabiduría y valiosas vivencias.
Estamos explorando muchos estados dentro de un
mismo nivel, asociados con otras vidas, y es muy desgastante. Así como nos gusta complejizar para no
hacernos cargo, también nos atrae simplificar para tranquilizarnos. Pasa algo y lo atribuimos a una sola causa;
sin embargo, para que un punto suceda es necesario que mínimamente dos líneas
se crucen. Un minúsculo suceso
descompagina muchos planos y le echamos la culpa a alguien o a algo para desembarazarnos
del problema. No funciona (menos
ahora). Es necesario explorar las
múltiples variables que hicieron posible ese
evento. Al hacerlo, desmontamos viejas estructuras inservibles, ideas
enquistadas heredadas, apegos inútiles, emociones reactivas, objetivos que no
pasaron la prueba del tiempo, personas o situaciones que ya cumplieron su
ciclo, etc. Ese pequeño (o gran)
acontecimiento dio pie a una limpieza importante, que abre el camino a un nuevo
nivel.
Cuanto más creemos que ya lo sabemos todo acerca de
algo o que triunfamos en algún aspecto, más fuerte es la caída. Debemos mantener la actitud humilde del
aprendiz que siempre está atento a enriquecerse con la experiencia. En ninguna otra cosa es esto más cierto que
en la supuesta “espiritualidad” que sostenemos haber adquirido. Un
excesivo alejamiento de lo humano, de lo material, de la realidad será seguido
de una atracción brusca desde la abstracción aérea hacia la tierra concreta. Refugiarnos en los “mundos sutiles” para
evitar enfrentar lo no elaborado ni sanado es una mala estrategia.
Muchas veces, esto proviene de una obligación que
nos han inculcado: debemos ser “buenos”.
Asimilamos ser correctos y
virtuosos con ganarnos el Cielo, con ser espirituales. En principio, YA los somos: somos seres
espirituales transitando una experiencia humana. Estando encarnados, no podemos
huir de lo que eso significa.
Estigmatizar el cuerpo, los miedos, los instintos, los errores, lo
negativo, lo “malo” y rechazarlos o esconderlos no los hace desaparecer. Siguen existiendo y creando presión hasta que
estallan en nuestra cara. El camino es
reconocerlos, aceptarlos, encontrar su enseñanza, darles un espacio en nuestro
interior y no activarlos. La espiritualidad en la Tierra es encarnada,
cada cosa tiene un significado y un proceso.
Nuestro derrotero en esta dimensión se parece al de
un diamante. En su origen, es una simple
piedra transparente. En el tallado, se
obtiene el brillo y cuantas más facetas
posee, más luminosidad. Cuantas más facetas podemos aceptar y
sostener, más brillaremos. Al
reconocer tanto nuestros aspectos positivos como negativos, al permitirnos
pasar de un nivel al otro, al valorar tanto nuestra humanidad como nuestra
divinidad, dejaremos de pelearnos con nosotros mismos y podremos fluir
confiadamente, guiados y protegidos por
nuestra Alma.
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