¿Qué es ser espiritual? Lo relacionamos con religiones, meditaciones, ciertas prácticas, portarse de una determinada forma (comer, vestirse, hablar “típicamente”), vivir solo o en comunidades, etc. En lo más básico, con Dios. Entonces, si fuera así, todo es espiritual. Si todo fue creado por Dios y Él está en todo, no hay nada que no sea espiritual.
Esto rompe la idea comúnmente sostenida de que lo material (incluido el cuerpo) no lo es. Esta concepción descansa en la dualidad: lo material y lo espiritual se impugnan mutuamente. Así, lo positivo y lo negativo, el bien y el mal luchan dentro nuestro para alcanzar esa espiritualidad tan esquiva. Nos agotamos tratando de conquistar uno y de rechazar al otro… ¡inútil tarea!
Creo que la espiritualidad (sobre todo en estos momentos) está relacionada con la completitud, con la comprensión de que el supuesto mal es una instancia que complementa, fortalece y profundiza el bien. Las personas que son solo buenas, que no ven o rechazan lo negativo dentro de ellas tienden a atraer lo malo o a ser explotadas, a fin de que entiendan la dinámica y se enriquezcan. Necesitan aprender a poner límites, a pensar en sí mismas, a afirmarse, a interrelacionarse dentro de la igualdad.
Los estados mentales y las emociones caen dentro de esta situación: algunos son buenos y otros malos. Esto ocasiona un tremendo daño, ya que cada uno tiene un propósito superior y nos ayudan a gestionar nuestra psiquis. La tristeza nos permite hacer el duelo y recomponernos para comenzar otra vez. Si no la permitimos porque debemos estar bien y/o alegres, las consecuencias serán peores al tiempo. Amemos el enojo, el miedo, las contradicciones, démosle espacio dentro nuestro escuchando sus razones y podremos integrarlos desde su contrapartida. Si asumimos la ira, será posible protegernos, respetarnos y usar su fuerza serenamente hacia mejores rumbos.
Uno de los problemas comunes en esta época es el colapso de la ilusión de que ser espiritual o alcanzar la iluminación o entrar en la Nueva Energía o lo que sea es un proceso “mágico”, precedido de meditaciones, cantos y pensamientos positivos, en el que seremos calmados, compasivos, abundantes, mejores y felices. Nada de eso. Es una evolución agotadora y enormemente movilizante, en la que pasamos por toda clase de humores y cambios. Es la desarticulación de la dualidad, de lo que consideramos bueno y malo, mentira y verdad, común y extraordinario, material y espiritual, realidad e ilusión, individual y universal, luz y oscuridad. Y no solo como conceptos sino en lo concreto: en las relaciones, en el trabajo, en la vida interior y exterior.
No hay nada que no sea removido, expuesto, limpiado, a fin de ser disuelto y liberado. No podemos entrar en lo nuevo arrastrando lo viejo, ni haciendo desde los antiguos parámetros. Y es difícil porque, entre todos, estamos creando las bases para ello; no hay mucho cimentado todavía. Algunas sugerencias:
- trabaja en integrar la totalidad;
- acepta tus estados de ánimo y encuentra lo bueno en lo malo;
- no resistas y aprende a fluir;
- suelta el control y confía (requisito fundamental);
- deja ir lo que se debe ir, ya que no podrás retenerlo;
- vive en el presente, en el aquí y ahora;
- encuentra nuevas formas de ser y hacer, más simples, eficientes, conectadas y amorosas.
En la misma medida en que este proceso es abrumador también es satisfactorio, pleno y esencialmente tuyo, personal e intransferible. Eres espiritual, o sea humano divino. Reconoce tu origen y vívelo. Aquí estoy para transitarlo juntos.
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