Como buena ariana, he sido muy discutidora. Con una sed por aprender y saber inmensas,
mis conocimientos me hacían imbatible.
Inconcientemente, ponía mucho de mi autoestima en ello. Con el tiempo, eso me trajo problemas porque
podía ser invasiva o mostrarme como sabelotodo.
Empecé a callarme y seleccionar mucho cuándo era necesario hablar. El
silencio me está pareciendo una gran opción.
Pero, había otro tema detrás: querer tener
razón. No es solo algo que me pasara a
mí: todos desean que su punto de vista
sea el vencedor o que sus decisiones sean aprobadas. Gastamos una gran cantidad de energía en eso,
al punto que podemos perder amigos o familia por intentar convencer a los demás
(y “ganar”).
Cada asunto puede ser observado desde diferentes
niveles y muchas veces lo que es cierto en uno, no lo es en otro. La
mayoría tiende a ver solo una parte (la que le conviene) y pelea para negar o
desestimar la otra. Eso los hace
vulnerables y pasibles de ser engañados.
Por supuesto que existen puntos ciegos en todos: para eso sirve escuchar, ya que así nos enriquecemos al sumar
niveles que nos resultan difíciles de advertir o entender por nuestro carácter
y experiencias. Lamentablemente, pocos
adoptan este beneficio. En lugar de ser más inclusivos, estamos cada vez más
más intolerantes.
Como es normal, esto tiene que ver con la
dualidad. Nos identificamos con un
extremo y rechazamos el otro. Al
reconocer la totalidad, podemos comprender integralmente un asunto o una
persona. Esto nos lleva al desapego, ya que no necesitamos tomar partido
fanáticamente o amar/odiar a alguien enteramente. En la aceptación, cesa la lucha.
Últimamente, un dicho me da vueltas: “¿Quieres
tener razón o ser feliz?”. Quiero ser
feliz. En el fondo, no es una decisión
superficial ni que me vino por descarte.
Se fue dando naturalmente, al irme
desapegando. Las supuestas grandes
opciones (religiosas, políticas, sociales) no me importan ni me
representan. En las pequeñas
(alimentación, ropa, entretenimientos) fluctúo de acuerdo a mi necesidad.
Al
aceptarme totalmente, puedo reconocer que soy todo y que formo parte del todo,
recibiendo todo en presencia total. Parece un juego de palabra pero es una
vivencia que se va haciendo más fuerte y que me permite estar en armonía. Thich Nhat Hanh dijo: “El milagro no es
caminar sobre el agua. El milagro es caminar sobre la tierra verde en el
presente, para apreciar la belleza y la paz de la que se dispone ahora”. Creo
que la felicidad tiene mucho que ver con la paz interior.
Me parece que nos identificamos con partidos
políticos o religiones o grandes ideas y discutimos enfáticamente porque no nos
hemos tomado la sagrada labor de conocernos y conectarnos. En mi experiencia, al hacerlo terminamos soltando todas esas anclas y
encontrando verdades vivenciales pequeñas y cotidianas, que llenan el corazón y
permiten reconocer lo extraordinario de la Vida. Lo paradójico (y toda verdad es una paradoja)
es que tenemos que pasar por todo lo anterior para llegar a esa conclusión. Sea como sea, es un viaje maravilloso y no
cambiaría nada del recorrido. ¿En qué
parte del camino andas? Privilegia tu felicidad.
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