Últimamente, me he encontrado diciéndole esto
a algunos pacientes. ¿Qué quiere
decir? Que nos dejamos llevar por las premuras del momento y perdemos de vista
lo importante, lo que deseamos lograr.
Nuestros “programas” de comportamiento ya
están inscriptos desde la niñez y se activan solos, en un automatismo
cotidiano. Así que es preciso una gran
dosis de atención para salir de ellos. La conciencia es el único recurso para
romper la repetición de las actitudes estereotipadas, que convierten la vida en
una rutina desgastante, aburrida y vacía.
Cuando nos proponemos hacer cambios profundos,
esta automatización (además de las
resistencias y los miedos que se disparan) hace que nos perdamos continuamente,
provocando que abandonemos pronto o que no profundicemos cuando las cosas se
complican. En algún momento, nos
llenamos de frustración y desilusión y dudamos de nuestra capacidad y
merecimiento.
Para evitar esto, es fundamental reflexionar sobre lo que verdaderamente
deseamos. Probablemente, no lo
tengamos muy claro. Comencemos entonces por lo que no queremos, que quizás sea más
evidente. Es importante en esta
etapa descartar las necesidades
infantiles del Ego, que buscará reconocimiento, aprobación, cariño, cosas
materiales, relaciones idealizadas, etc. Poco a poco, nos vincularemos con nuestra esencia y surgirán los deseos del alma. Pongámoslo por escrito, bajémoslo a
tierra. ¿Para qué sirve esto? Para volver cada vez que nos perdemos, para
tener definido hacia donde vamos.
Un error común es sentirnos agobiados por la
magnitud de los cambios. En principio,
no vamos a subir el Himalaya en un día.
Es la labor de la vida entera; eso es lo maravilloso: la evolución es
eterna y cada vez más fascinante. Así que tomemos algunas actitudes que
consideremos más cruciales para este momento. Como dije, la conciencia es la clave. Observemos lo más simple: la respiración, las
sensaciones corporales, el clima energético y emocional, los decretos mentales,
los recuerdos infantiles asociados, las relaciones que establecemos, etc.
Una vez que tenemos esa información, procedamos a transformarlos en el momento en
que suceden: no nos dejemos llevar por el automatismo y respiremos,
exhalando lo viejo; relajemos el cuerpo; digamos un nuevo decreto; hagamos algo
distinto. Nada grandilocuente ni
definitivo, una pequeña cosa que haga la diferencia. Pequeños
pasos diarios nos irán conduciendo hacia la meta. Prueba y error. Constancia y determinación.
Aquí es donde la coyuntura mata el futuro: “no
pude porque… mi hijo se enfermó, me resfrié, mi jefe me gritó, tengo que ir al
supermercado, hay una enormidad de trabajo, llovió mucho, el gato se
indigestó…” y la lista sigue… Siempre
encontramos pretextos para justificarnos y dejar. Una condensación de estas excusas es “no
tengo tiempo”. No hay que encontrar un tiempo determinado, es MIENTRAS hacemos todo lo
demás. Eso es una vida conciente: estar
presente mientras la vivimos.
Creemos
y sostengamos nuevas prácticas transformadoras:
respirar, sentir el cuerpo, observar la mente, desengancharnos de pensamientos
y situaciones que no nos sirven, tomarnos el tiempo de hacer algo gratificante,
hacer un pequeño cambio, aprender a confiar, aceptarnos en la multitud de
aspectos que albergamos, tratarnos bien, ver un mundo amable, sonreír,
considerarnos seres humanos divinos, agradecer, entregarnos a las amorosas
manos de Dios/Diosa. Cada día trae una oportunidad, cada aliento
nos hace renacer a la luz.
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