Cuando nos cuestionamos porqué nos cuesta
tanto comenzar a hacer cambios, hay un factor furtivo que no tomamos en cuenta:
la inercia. La definición misma es muy clara: “la
resistencia de los cuerpos para cambiar su estado de reposo o de movimiento sin
la intervención de alguna fuerza”.
Tanto sea que estemos atascados y necesitemos movilidad o
que estemos acelerados y precisemos serenidad, nada pasará si no intervenimos
activamente. Y no se trata de alguna acción tan fuerte y drástica que cree reacción. Otra definición: “dos cuerpos que obran uno
sobre otro desarrollan dos fuerzas que actúan en la misma dirección, que son de
igual intensidad, pero de sentidos opuestos”.
Estos
dos principios físicos son sumamente importantes: cuando nos dejamos llevar por
la inercia, navegamos en mares conocidos, somnolientos por las corrientes
repetitivas de nuestros procesos adquiridos.
En cierto momento, el cambio se nos impone de alguna forma. Entonces, queremos solucionarlo agresivamente
actuando en el exterior y recibimos una reacción igual de violenta, con lo que
terminamos volviendo a la inercia. Es un
yo-yo desgastante.
¿Qué
hacer? Como siempre, la respuesta está en vivir concientemente. Si advertimos que estamos enredados en una
actitud que nos produce daño, procederemos a observar cómo se desarrolla. Por ejemplo, nos damos cuenta de que tenemos
una mala relación con el dinero:
• Usamos decretos
tipo: “la plata es sucia”, “no me lo merezco, es
mucho para mí”, “siempre me echan/quiebro/me estafan/me explotan/tengo deudas”,
“yo soy espiritual”.
• Estamos
cargados de hombros, con el pecho hundido, respiramos superficialmente, nos
frotamos las manos nerviosamente.
• Nos
justificamos con que somos pobres pero honrados, que nuestra familia siempre
luchó duramente para conseguir lo poco que tiene (aquí hay una creencia
generada en la infancia: continuaremos la “tradición”, trabajando duramente sin
lograr la abundancia),
• Nos enganchamos
en empleos esclavizantes, no pedimos lo justo por lo que ofrecemos, nos
juntamos con otros parecidos para quejarnos, etc.
Cuando
tomemos conciencia de estas conductas, las transformamos reemplazándolas por
otras que elijamos por nosotros mismos y no por mandatos familiares y sociales
y por nuestras limitaciones. Este es un trabajo interno, diario,
constante, concreto. Se trata de
atraparnos en lo conocido y reemplazarlo por una postura enraizada y centrada,
por nuevos decretos de merecimiento y prosperidad, por ponernos metas anheladas
profundamente, por atraer personas y situaciones que estén en esa línea, etc. (el Curso de Creación Integral
te puede ayudar mucho).
Para romper la inercia se necesita inspiración y motivación, amarnos y respetarnos, ser guiados desde el interior y no desde el exterior, darnos cuenta de que somos seres humanos divinos, en un camino de creación continua. Las claves son realizar pequeños pasos cotidianos, relajarnos en la guía de nuestra alma, agradecer todo, seguir la Luz que brilla incandescente en nuestro corazón.
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