Hace poco, vi un video en que se mostraba la
Secuencia de Fibonacci. ¿Qué es esta
proporción áurica, como también se la conoce?
Es la sucesión infinita de números naturales: 0,1,1,2,3,5,8,13,21,34,55,89,144,
etc. Comienza con los números 0 y 1 y, a
partir de estos, cada término es la suma de los dos anteriores. Tiene múltiples aplicaciones en ciencias de
la computación, matemáticas y teoría de juegos.
También aparece en configuraciones biológicas, como por ejemplo en las
ramas de los árboles, en las caracolas, en la figura humana, etc.
¿A qué viene esto? Me
conmueve la belleza, la variedad, lo inconmensurable de la Creación. Detrás de una fórmula matemática, aparece
una expresión estética de extraordinario esplendor. ¿Cuánto damos por sentado, ignorando la
magnificencia que encierra?
Todos
los días, vivimos de memoria. Una memoria repetitiva, mecánica, yerma. Ya conocemos ese cuarto, esa persona, ese
trabajo, ese cuerpo, ese cielo, este yo.
No hay asombro ni sentido ni
evolución. ¿Para qué ocuparnos si ya
sabemos cómo son las cosas?
En esta aplastante superficialidad, una parte
nuestra reclama una observación más profunda.
Porque justamente se trata de ver en lugar de mirar. De
reconocer y valorar esta existencia, en donde se unen lo humano y lo divino y
en la cual podemos despertar a esa comprobación, una y mil veces. Como escribió Henry Miller: “Sé lo que
significa ser humano, la debilidad y la fuerza que encierra. Sufro de saberlo y me regocijo, también. Si tuviera la oportunidad de convertirme en
Dios, no la aceptaría. Si tuviera la
oportunidad de convertirme en una estrella, la rechazaría. La ocasión más maravillosa que nos ofrece la
vida es ser humano. Abarca en un abrazo
a todo el universo. Incluye el
conocimiento de la muerte, de la que ni siquiera Dios goza.
Yo estaba muerto y enterrado en un vacío. Sin embargo, resucité, no una vez sino
innumerables veces. Aún más, cada vez
que desaparecía, me hundía más profundamente que nunca en el vacío, de manera
que con cada resurrección el milagro era mayor.
¡Y jamás un estigma! El hombre
que renace es siempre el mismo hombre, más y más el mismo con cada
renacer.
El hombre que Dios ama es la cebolla con
millones de capas. Desprenderse de la
primera piel es doloroso en extremo; de la segunda es menos doloroso y de la
tercera menos aún, hasta que finalmente el dolor se convierte en placer, más y
más placentero, un encantamiento, un éxtasis.
Y luego no hay placer ni sufrimiento, sólo las tinieblas retrocediendo
delante de la luz. Y, a medida que la
oscuridad desaparece, la herida sale de su lugar secreto: la herida que es
hombre, el amor del hombre, está bañado de luz.”
Te invito a comenzar a reconocer tu
maravillosa existencia y la de lo que te rodea con el video que me inspiró
(míralo en pantalla completa):
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