Cuando fui, hace unos 15 años, a Obispo Trejo, era un pequeño pueblo de algunas manzanas. Ahora, ha crecido muchísimo gracias al campo que lo circunda. Observé el mismo fenómeno el año pasado en Entre Ríos. Cantidad de ciudades del interior han progresado enormemente a través del desarrollo de las actividades agropecuarias. Nuevos negocios, hermosas casas, autos y camionetas, actividades de todo tipo, escuelas, una diversidad de asuntos han prosperado a su influjo.
Buenos Aires es, en general, ajena a este proceso. Mirando continuamente su ombligo, no cae en la cuenta de que la Argentina ha salido de sus intermitentes crisis merced a la riqueza de su tierra y a la labor de los que la trabajan.
Más allá todavía, la Humanidad no aprecia ni valora que vive gracias a la pródiga Naturaleza de la que usa y abusa.
En un momento, el colectivo subió a un puente y me sorprendió un mar verde de soja, movido por una suave brisa, en un atardecer precioso. Me acordé cuando, de chica, me conmovía hasta las lágrimas el mismo mar, sólo que a veces mutaba a amarillo, otras a celeste, de acuerdo a lo sembrado. Cada árbol, cada curso de agua, cada flor me llenan el alma. Amo mi Tierra.
domingo, 11 de enero de 2009
Mar Verde
Publicado por Laura Foletto en 22:10
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