Cuando habré tenido unos 12/13 años, estaba en la escuela con un grupo de amigas y una estaba muy dolida porque el padre le había prometido algo que no cumplió. Comenzamos a charlar sobre el tema y se fue haciendo denso, hasta que a mí se me ocurrió decir algo que había escuchado: “las promesas están hechas para ser rotas”.
En el mismo instante en que las palabras salían de mi boca, sentí una explosión dentro mío y supe en mi corazón que eso no era cierto (por lo menos para mí). Me sorprendió la reacción de todas: se rieron y lo festejaron diciendo que así eran las cosas. Me sentí desilusionada, arrepentida, sorprendida, pasmada, enojada, triste, un montón de cosas.
Si bien desde niña había sentido el dolor de las promesas incumplidas, esa sentencia se convirtió en una especie de lápida. Cada vez que alguien me promete cualquier cosa (desde algo simple como llamar o visitarme o pasear hasta cosas importantes), me lo creo y, cuando no se cumple, vuelvo a sentir lo mismo que en el patio de la escuela.
He tratado de mantener mis promesas (o de no hacerlas si no puedo o no quiero sostenerlas) porque también aprendí muy chica lo de “no hagas a los demás lo que no te gustan que te hagan”. No siempre lo consigo…
¿Es una reacción infantil?, ¿es una responsabilidad adulta?, ¿es un decreto?, ¿es un anhelo de otra cosa?, ¿es todo eso y más? Tema para seguir aprendiendo…
martes, 5 de junio de 2007
Promesas, promesas
Publicado por Laura Foletto en 20:07
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