Cuando era
joven, en una sesión con la psicóloga, mientras me estaba quejando de mis
pocas ventajas y de mis muchos defectos, ella me interrumpe y me dice que yo
no estaba viendo la realidad porque poseía cantidad de cosas buenas. “Dime una”, la reté. “No caes bajo presión; por el contrario, en
los peores momentos sacas la solución perfecta”. “¡Ah, eso es una tontería!”, le
retruqué. “En lo más mínimo. Para muchas personas es imposible, siendo
vitalmente necesario a veces. Lo que
sucede es que tú no valoras lo que te es fácil o te ha costado poco asimilar
(lo cual pasa seguido porque eres muy rápida para aprender, otra virtud que
tienes). Te disminuyes al no apreciar tus cualidades y solo te concentras en
lo que no tienes o no puedes (por ahora).”
A mi turno,
siendo terapeuta y coach, se repite la situación con mis consultantes: cuando
luego de las largas recriminaciones acerca de sus fallas, les pido que digan
algo agradable de ellos, se quedan en silencio, un largo e incómodo silencio,
roto por algún: “soy bueno” (un paraguas socialmente aceptado que parece
contener alguna clase de beneficio).
En su opuesto,
un paciente de unos 65 años, que tenía una terrible opinión de sí mismo, se
soltó un día con esta declaración lapidaria: “uno no debe trabajar ni vivir
con lo que le es fácil; se tiene que forzar a aprender lo que no le gusta ni
le resulta natural porque eso tiene mérito; lo otro no sirve”. Sorprendida, le cuestiono: “con tu
criterio, Diego Maradona no se tendría que haber dedicado al fútbol porque
era excelente en eso; debería haber sido… neurocirujano; con lo cual, nos
hubiéramos perdido de un genial jugador y quizás hubiéramos tenido un mal
cirujano más”. Ahí comprendí la razón
de que se criticara y exigiera sin parar.
Esta “definición” de nuestra identidad fue
generalmente un recorte amorfo y apurado, producto del cierre abrupto de las
dudas y ansiedades que implica el crecimiento. La adolescencia y la juventud son los
períodos más estresantes de la vida y la mayoría opta por tomar algunos
aspectos, esconder y negar los más negativos o desafiantes y conformarse con
una pobre imagen amputada a la que denomina Yo, clausurando así la verdadera
riqueza y profundidad que representan el autoconocimiento, la evolución y la
plenitud.
Cuando comencé
a estudiar Diseño
Humano, me resultó revelador cómo funciona este mecanismo: los Centros Definidos en nuestro
diseño son fijos y por lo tanto confiables, están siempre disponibles,
activos y funcionando: son lo que verdaderamente somos. Sin embargo, nos identificamos con los Centros Sin Definir, que están
abiertos al condicionamiento de los demás y son nuestros aprendizajes. Ellos constituyen el No-Ser, lo cual solo
nos pueden traer dolor. Una verdadera
paradoja, colmada de ironía y sufrimiento.
Un ejemplo:
supongamos que una persona tiene los Centros Ajna y Cabeza Sin Definir, por
lo que tiene una enorme presión por saber, comprender y hallar sentido. Se dedica incansablemente a estudiar, leer,
ir a talleres, llenarse de información, hasta constituirse casi en un
intelectual, lo que considera su gran realización y orgullo. Lo que no sabe es que está condicionado
constantemente por los pensamientos de los que están en su cercanía y por la
idea de que encontrará las grandes respuestas en la mente (la cual no está
preparada para ello). ¿Y cuál es la paradoja? Que probablemente tenga el Centro del Plexo
Solar Definido y su vida (y su Autoridad Interna) dependan de sus emociones. Así, desprecia lo que es fundamental para
concentrarse en lo que no puede darle confianza, fluidez ni soluciones.
¿Cómo podemos ser felices si no nos
conocemos, si no nos aceptamos, si no nos apreciamos y amamos? Este es el estado de las cosas: lucha,
vacío, desdicha, consumismo. En la
sencillez de ser uno mismo está la clave, porque así cada uno deja de
pelear/se y vive en paz, aportando sus cualidades al Todo y disfrutando la
riqueza compartida. Nos falta mucho
para ello, pero… ¿no es hora de comenzar?
Comienza por ti mismo, aquí y
ahora.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario