¿Jugamos? Imagina que eres exactamente quien eres
ahora, pero tu cuerpo es una máquina, un
robot que sigue las órdenes de tu cerebro.
Te levantas, te bañas, el agua corre por tu cuerpo pero no la sientes
más que como una necesidad de limpieza.
Desayunas y te llenas de la energía necesaria para comenzar el día. Vas a tu trabajo y mecánicamente te dedicas a
lo tuyo (en el medio, más alimento). De
vez en cuando, charlas con otros robots como una forma de intercambio de
información. Vuelves a casa, tomas la
última ración de energía, miras televisión para entretenerte y te vas a
dormir. Durante esas diligencias, tu
mente te atiborró de recuerdos del pasado, miedos del futuro, dudas, excusas,
ansiedades, diálogos interminables acerca de lo que eres y deberías ser, de lo
que pasó y debería haber pasado, etc.
Ella no descansa jamás y encuentra siempre material para su constante
gestión.
Ahora, imagina
que tu mente está en calma (activa pero equilibrada) y que tu cuerpo está vital
y despierto. Sensible al agua tibia
de la ducha, a la suavidad y perfume del jabón, a la mullida toalla; al
energizante café y al delicioso pan con mermelada. Mientras vas al trabajo, percibes el frío del
aire y los rayos cálidos del sol, el verde de los árboles y las flores
multicolores, la hermosa arquitectura de los edificios, mientras escuchas la
música que tanto te gusta. Llegas y,
aunque mucha de tu labor es repetitiva, encuentras la forma de involucrarte
para ponerle tu sello, tu creatividad, tu interés porque sabes que el trabajo
es una forma de servicio (siempre es para alguien). Resuelves algunos problemas mientras llegan
otros, te pones contento y también te enojas, te calmas, te das cuenta de que
un error que cometiste tiene que ver con una actitud equivocada que prometes
cambiar, sigues. Charlas con tus
compañeros, haces bromas, se reúnen para almorzar, tienes una conversación
íntima con alguien que está pasando un mal momento y aprendes mucho acerca de
cómo llevar adelante un duelo. Te quedas
lleno de emociones contradictorias, que sigues procesando mientras vuelves a tu
casa. Decides cocinar una sopa de
verduras para tranquilizarte y disfrutas cortando cada una, apreciando sus
colores, oliendo los diferentes aromas, el nutritivo resultado final. Te sientas a comerla delante del televisor y
miras una película sobre la pérdida de un esposo. Se reactivan las emociones y te vas a dormir,
con una mezcla de tristeza, descubrimiento, preguntas acerca de tu futuro y de
la vida, pero agradecida por haber tenido un día lleno de situaciones
interesantes.
No es así. Tenemos un cuerpo que está siempre presente,
procesando el aquí y ahora, conectado biológicamente a instancias mayores que
la mente común, vivaz y lúcido. Estamos en una instancia material, no
mental. ¿Por qué no lo aceptamos y lo
capitalizamos? ¿Por qué queremos
“elevarnos” a costa del cuerpo? ¿Por qué
nos denigramos, nos destruimos, nos enfermamos, si tenemos tanta vida y
posibilidades disponibles? Ciertamente,
hay muchas razones de poder y de control detrás, pero ahora podemos
redefinirnos y rediseñarnos.
Nuestro maravilloso cuerpo está acostumbrándose a
mayores niveles de energía (por eso tantos síntomas e inconvenientes) para
accesar a la espiritualización de la materia:
todo en un solo envase, todo en esta Tierra, todo en el presente continuo. ¡Qué regalo!
Este es un momento precioso, de
comienzos de grandes cambios, conectados a los sentimientos y a la consciencia.
¿Qué mejor guía que el cuerpo?
¿Comenzamos a imaginarlo y concretarlo?
Te acompaño.
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