Es un
movimiento natural del ser humano buscar el placer y rechazar el dolor, incrementado ahora por una sociedad que impulsa el consumismo veloz y
la ansiedad generalizada. Esto es muy intenso cuando somos pequeños, tanto que
toma un tiempo aprender a posponer la gratificación. Sin embargo, es fundamental si pretendemos
evolucionar.
En los ´60, se hizo un experimento con niños
de cuatro años. El coordinador les dio una
golosina y les dijo que se ausentaba un rato.
Si querían, podían comerla, pero, si no lo hacían, les daba dos al
regresar. Algunos no resistieron y otros
aplazaron la recompensa. Lo interesante
fue lo que sucedió doce años después: los segundos eran adolescentes
responsables, que no rehuían los riesgos, que confiaban en sí mismos y en sus
compañeros y que seguían sus objetivos… cualidades que les costaban muchísimo a
los que se comieron la golosina enseguida.
Cuando tratamos de conseguir algo, hay muchos
obstáculos que se pueden presentar o simplemente debemos esperar un tiempo para
que se realice. Esto resulta muy difícil si no hemos aprendido a postergar la
gratificación, ya que sucumbimos rápido ante la presión y volvemos a lo que nos
produce placer inmediato, sea comer, fumar, drogarnos, tomar alcohol,
victimizarnos, hablar sin pensar, quejarnos, llorar, desanimarnos, reincidir
con una pareja o un trabajo que sabemos que no funciona, etc.
Esta
madurez intelectual y afectiva debe ser entonces aprendida de adultos. Si plantamos una semilla, no
esperaremos que el árbol aparezca mañana.
Cuando estamos ante nuevos desafíos, tenderemos a caer en las viejas
costumbres una y otra vez, resultado de la inercia que traemos. Es fácil comernos ese pedazo de torta ante un
problema, es placer instantáneo… que trae más inconvenientes y culpas luego…
que alejan el objetivo aún más. Sin
embargo, si lo hacemos, nos sentiremos espléndidamente… después… cuando
alcancemos lo que anhelamos.
Es común maltratarnos cuando fallamos. Es inútil no sólo porque nos descorazona más
sino porque es una estrategia equivocada.
Está comprobado científicamente
que los cambios se producen por reemplazo, no por resistencia o rechazo. Esto quiere decir que, si originamos un
determinado camino neuronal al seguir un cierto comportamiento, tenemos que
crear otro para el nuevo. No funciona si
nos humillamos, enojamos o criticamos: nada más creamos confusión y
demoras.
Te propongo dos prácticas. Una es
poner conciencia. Si reaccionas sin
prestar atención, pierdes. Aprende a
estar presente, a darte cuenta de lo que está sucediendo. Cuando notas que estás por caer (o que ya
caíste) en la conducta habitual o que te sientes ansioso o estresado,
RESPIRA. Tan simple como eso,
respira. Acepta lo que pasa, lo que
sientes. Respira, percibe tu cuerpo, tus
emociones, tus pensamientos. Observa, no
te pelees contigo mismo. Continúa respirando
hasta que te relajes lo suficiente y vuelvas a tu centro. Entonces, reemplaza tu antiguo hábito, haz tu
nuevo movimiento, tal como te salga, sin exigencias, como sea. Con el tiempo, lo irás mejorando.
La otra
es motivarte continuamente. Pon la zanahoria delante de ti todo el
tiempo. ¿Cómo serás, como te sentirás,
cómo vivirás cuando logres lo que deseas?
Escríbelo, imagínalo, pon fotos y frases por tu casa, habla acerca de
ello, hazlo tan real como si ya sucediera.
Requiere
paciencia, confianza y constancia, pero tú lo vales, tú mereces todo. Desplaza el placer momentáneo, madura,
cuídate, ámate. Finalmente, este
aprendizaje es lo que sacará el potencial para ser tú mismo, no la versión
pobre y adaptada al sistema, sino la que tu Ser creó en su magnificencia. Está dentro de ti.
Te lo debes y se lo debes a Todo Lo Que Es.
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